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 sábado, 02 de septiembre de 2006  
La Feria del Libro, una fiesta de la palabra

Miles de personas visitan la muestra reunida en el Patio de la Madera. En todos los casos, la invitación es a disfrutar de la lectura.


Radiografía
Por Lucía Gesrik

Rosario movilizada por la presencia de millones y millones de páginas amontonadas en estantes ansiosos. La gente recorre, y entre editorial y editorial parece ir encontrando lo que busca...o no...

  Siempre están los chicos que van arrastrados por mamá y preguntan: “¿Cuánto falta?, ¿ya nos vamos?, ¡Uy má, esto es un bajón!”.

  Si mirás bien de cerca, siempre encontrás a esos tipos con ganas de estar tirados en el sillón de su casa, tomando una cerveza bien fría y mirando cualquier partido en TyC. Nunca faltan las abuelas desconcertadas a las que les gusta todo y no les gusta nada, y se le quejan a la nieta porque hay mucha gente, porque la letra de los libros cada vez es más chiquita, y cuando pensás que se cansan de criticar les empezó a doler la cadera y claro, ¿cómo no va a haber un banco para sentarse?.

  También están los que entienden de todo, pero no entienden de nada. Los que buscan “ese” libro, y no está; los que les gusta todo y no saben por dónde empezar. También ese que lo ves perdido mirando para todos lados, no sabés que busca, pero mira, da vueltas, va, vuelve, revuelve, y quieras o no cada cinco minutos lo tenés parado al lado tuyo.

  Siempre están los que “y bueno, estaba de paso”, los que van porque “¡no podés no ir!”. Y pocos, tal vez, van porque realmente encuentran en los libros esa armonía que no les da ninguna canción. Van por ese libro, ese que te leen desde la cuna, desde cuando eras chico; ese con el cual aprendiste a leer, a escribir; ese primer paso hacia la cultura que da cualquier persona; ese hilo invisible que existe en cualquiera de nosotros y que nunca desaparece.

  Sea cual sea la razón creo es sumamente rescatable que, pese al auge “internético”, todavía nuestra gente, muestre el hábito casi ancestral de buscar conocimiento, información y entretenimiento en el formato tan conocido y familiar del libro.


Libros... se venden
Por Maximiliano Savarecio

¿Cuál es el papel que desempeña la Feria del Libro en este difícil movimiento de culturizar a un país que no encuentra el camino? ¿Qué importancia tiene en este sentido?

  Sin dudas la feria rosarina es un gran factor, pues el sólo hecho de que miles de personas pasen una tarde en el mar de textos que inundan el Patio de la Madera o sólo que un chico encuentre el libro que lo lleve a explorar el mundo de la literatura debemos sentirnos satisfechos.

  Pero la realidad nos lleva a hacernos otra pregunta: ¿Alcanza esto para mover la inquietud de leer a todo un país?

  La Feria del Libro es organizada por varias de las librerías más importantes de Rosario, con el auspicio de la Provincia y la Secretaría de Cultura municipal, que aportan la publicidad del evento y varias de las presentaciones a realizarse. Como ya sabemos es un importante movimiento cultural pero también se sabe que hay algo muy importante que mueve a las corporaciones como son las librerías y las editoriales: si no está la plata, la cultura queda en segundo lugar.

  De esta forma nos encontramos otra vez con una Argentina “vacía” que se “llena” con televisión basura y el, ahora ya clásico, pensamiento de “vive el presente”.

  Debemos recordar que un pueblo ignorante es un pueblo maleable, si nos mienten o no, es nuestra decisión. ¿Qué se debe hacer para lograr una aceptación de los libros en la juventud? ¿No sería un buen primer paso invertir en una feria estatal y no una patrocinada por librerías? ¿No sería un buen comienzo esperar de recompensa un pueblo menos ignorante?

  La Feria del Libro es más que importante, es vital, pero con este sistema estamos privando de la literatura a aquellos que no pueden comprarla. Es hora de que el Estado tome las riendas en este sentido.

  La educación y la cultura son la base de los pueblos, pongamos en práctica estos conceptos y aprendamos que muchos de nuestros problemas, como la inseguridad y el hambre, se solucionan a partir de allí.


Asesinato a la cultura
Por Marisol Ezzati

Durante la última dictadura militar se cometieron atrocidades, pero esta vez es necesario, además de hablar de las violaciones a los derechos humanos, enfocarnos en la persecución realizada hacia la cultura.

  En la conferencia inaugural de la feria, Osvaldo Bayer comenzó hablando de la prohibición y quema de libros. Dijo que quemar libros es como quemar niños ya que no pueden defenderse.

  Los libros de Bayer fueron prohibidos por Lastiri, luego por Isabel Perón, época en la que le dieron veinticuatro horas para dejar el país. Dos años después regresó, pero a las cuatro semanas comenzó la dictadura, donde debió vivir en la clandestinidad hasta que logró salir con ayuda de la embajada alemana; país donde se había refugiado anteriormente.

  Los militares quemaron sus libros y asesinaron a varios de sus amigos, entre los cuales se hallaba Rodolfo Walsh.

  Esa década fue la más triste también para la literatura y la cultura en general. Cuántos libros se han reducido a cenizas, cuántas palabras valiosas se han perdido para siempre tras el cruel fuego.

  Las ideas son lo más valioso que tenemos, por lo tanto, qué gran tesoro es aquel que se ha perdido para siempre a causa de la conveniencia de unos pocos.

  “¿Por qué prohibir y no debatir?” fue una de las preguntas que hizo Bayer. Porque debatir implica pensar y una población que piensa no es una población a la que se la pueda controlar. Prohibiendo y destruyendo todos los libros que ayudan a pensar, así los militares intentaron librarse de la oposición y manipular a su antojo a la gente.

  A veces no se valora la democracia como se debería, el hecho de tener una Feria del Libro con tanta diversidad de autores e ideas totalmente opuestas no es posible en cualquier régimen. Aprovechemos las oportunidades que tenemos de encontrarnos con un libro y de entrar al mundo que él nos presenta.


Como un cuento
Por Magalí Imbern

Hace no mucho tiempo, en un lugar no muy lejano, se realizaba una feria, feria que popularmente llaman Feria del Libro, pero yo la llamaría Feria de la Palabra, ya que no se dice o cuenta sólo a través de los libros, sino que se cuenta a través de los gestos, las imágenes, la música, la oralidad, es un deleite para todos los sentidos.

  Y hay una magia, un misterio, una búsqueda, casi tribal, donde los sabios, que los hay pelados con barba larga y blanca, morenos, gorditos, melenudos, los hay mujeres, nos hablan, nos cuentan a los que vamos a husmear, a hurguetear, a aprender, de los barrio, la tristeza, de las ilusiones y los sueños, las guerras, los exilios, de los miedos, de viajes y ciudades, del silencio, las pasiones y las venganzas, de la muerte; de las llaves que cierran y abren, de la memoria, de la política, de la mitología, de lo importante que es escuchar y observar. También del destino, de la crueldad, de las búsquedas, las anécdotas, la miseria, la poesía, el mar, los bares, las tormentas, el ir y venir de la enfermedad, el amor y las tradiciones, como el mate que ví pasearse por stands y pasillos.


Rosario tiene la palabra
Por Samanta Baez

Masa. ¿Se puede denominar de esta manera a personas buscando respuestas en un libro? Quizás, siempre y cuando se tenga en cuenta qué tipo de respuestas buscan.

  La Feria del Libro permite que gente de todas las clases se mezcle, interactúe e incluso, en algunos casos, discuta sobre contenidos diversos registrados en una cantidad de libros incalculables. En muchos casos disfrutan de lecturas entretenidas e informativas: el por qué del Proceso, el desciframiento del Código Da Vinci o versiones diversas de la Biblia. Pero en muchas otras ocasiones el material que obtienen da respuestas a cosas que en realidad, la mayoría de las veces, no tienen...

  “Todos necesitan remansarse, detener la marcha, volver sobre sí mismos, encontrarse desde adentro” (René J. Trosser en “Remansos para seguir andando”). Es cierto pero en muchas ocasiones las respuestas que la vida nos exige se hallan en lugares más profundos que impreso en simples páginas.

  ¿Crítica negativa a la Feria del Libro? No, simplemente se trata de un vistazo diferente. En realidad es bueno entrar en este “mundo aparte” e intentar descubrir que la vida tiene cosas buenas y en las que uno se puede deleitar; una de esas cosas es la lectura y en lo que a escritores respecta, Rosario tiene la palabra.

  Un ícono de la literatura argentina es el Negro Fontarrosa, un tipo orgulloso de ser rosarino y amante del fútbol. A pesar de considerarse un lector vago, liga la lectura directamente con el placer. Escribió más de 24 obras, además de sus muy conocidos personajes entre los cuales se encuentra Inodoro Pereyra, un gaucho antihérore. El Negro es dibujante, humorista y escritor, pero sobre todo esto es rosarino.

  Además, recordemos siempre que la lectura juega un papel muy importante en nuestra sociedad. Yo lo compararía a columnas que sostienen un gran edificio: la cultura. Y lo más maravilloso es sentir que cuando uno lee participa en una conversación con el autor teniendo así la posibilidad de palpar lo que siente. Leer nos permite trasladarnos en tiempo y espacio y de esta manera compartir situaciones inesperadas con grandes autores.

  Nunca olvidemos que un libro es un compañero fiel ya que nos acompaña a todos lados resistiéndose al paso del tiempo, nos deja que lo releamos cuantas veces necesitemos para comprender lo que nos quiere decir y nos da la seguridad de que siempre podemos recurrir a él. Permitamos que la feria subsista, elijamos la lectura.


Para llenarse el alma
Por Virginia González

Un libro: un compañero, una ayuda. Estoy en la Feria del Libro con muchísimos de ellos, de todos los tamaños. Estoy en la joven feria a la cual llegó muchísima gente no sólo de Rosario, para entretenerse o simplemente para llenarse el alma.

  Personas entrando, saliendo y otras tan quietas, ahí paradas alimentando el espíritu, riéndose, leyendo...Otras limitadas a mirar, otras buscando hasta saber que la perla siempre se encuentra. Es una fiesta a la cultura, donde aparte de libros se encuentran grandes personajes para brindarnos lindos momentos.

  Personas mirando cómo dentro de unas páginas pueden encontrar lo que buscan, viajando por un rato a donde fuere sabiendo que no son sólo palabras. Un evento que beneficia a todos.


Un valor para la vida de todos los días
Por Damián Burki

Pasaron veintitrés días del mes de agosto, de un año que se hace llamar dos mil seis, y en Rosario, una gran ciudad de la provincia de Santa Fe, crece una expectativa aún mayor.

  Una fila de niños aguarda frente a la puerta de uno de los salones más conocidos de la ciudad, algo hay en su interior que despierta una excitación desenfrenada por conocer.

  En un determinado momento señores bien vestidos y con una presencia casi indestructible permiten el ingreso a ese enigmático mundo que previamente se encuentra inundado de personas desconocidas, que tienen intenciones muy distintas a los nuevos visitantes, son aquellos que gozan por sentir esas ganas de observar, analizar y finalmente adquirir aquello que se supone nos sirva para algo.

  Ese algo todavía no está muy definido, se sabe que nos sirve pero no se conoce para qué, ya que hace tiempo se perdió esa idea de pensar en lo que se avecina, en vernos como algo realmente valorable. Me refiero a eso que nos hace personas, que contribuye a una nación unida y respetada dentro de un mundo voraz que en lo único que se concentra es en varios miles de billetes.

  Los niños tocan todo, gritan y tratan de entender aquello que está pensado para los adultos, formulan afirmaciones erradas pero las aceptan por el sólo hecho de no conocer.

  Lentamente, con la ayuda de personas adultas con un poco más de cultura, llamadas docentes, van entendiendo para qué están parados en ese gigantesco circo de cositas cuadradas. Se dan cuenta que esas cositas están expuestas para conocer el trabajo de otras personas que se hacen llamar escritores, periodistas y una infinidad de títulos que los autoriza a unir palabras, formar líneas y agruparlas constituyendo textos.

  Así llegamos a la esencia de esta superproducción, presentar textos que de una u otra manera nos ayudan a darnos cuenta dónde estamos parados.

  Las agujas del reloj avanzan e impulsan, con su paso, a nuevos seres de edades dispares que se acercan con el mismo fin: observar y opacar la curiosidad de saber qué ocurre dentro de esa enorme estructura.

  Los días pasan y este comportamiento se repite a menudo. Cada nuevo minuto trae aparejado a cientos de personas que vuelven a sus hogares luego de haber leído, interpretado y afortunadamente comprado esas cositas cuadradas que en su defecto tienen el nombre de libros.

  A este repetido comportamiento se lo llama Feria del Libro y cada año reúne más visitantes con el simple y paradójico objeto de adquirir nuevos conocimientos para poner en práctica y así mejorar sus vidas. Pero he aquí el mayor interrogante: ¿Toda esa organización ayuda realmente a mejorar la vida de los que asisten a ella? ¿los visitantes tienen la intención de hacer algo distinto que no sea curiosear esa cosa polémica que escribió tal o cual autor?

  Un consejo: comencemos a replantearnos si la lectura que cada uno hace nos ayuda a generar ese cambio que tanto pedimos y necesitamos. Pero hagámoslo desde lo más profundo de nuestro ser, demandando un cambio personal que genere el mismo impulso en el resto de las personas.

  Rescatemos de los libros eso que se conocía como cultura. Revalorando esta palabra, evitando que se vuelva obsoleta y utilizándola lograremos construir ese país en donde todos deseamos vivir.


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