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sábado,
26 de
agosto de
2006 |
Opinión
Eufemismos educativos
Marcela Isaías / La Capital
Cuando en 1987 me ofrecieron tomar un cargo creado (o nuevo) en una escuela de la zona oeste de Rosario, lo primero que me advirtieron fue que tardaría unos meses en cobrar mi salario. Me explicaron en ese entonces: "Porque, viste cómo son estas cosas, hay que aprobar el presupuesto, debe llevar la firma del gobernador, etc, etc". En realidad, lo único que me quedaba en claro, cuando hacía mis primeros pasos como docente, era que la planificación en materia de política educativa daba demasiadas señales de improvisación.
Más allá de la advertencia inicial y bien intencionada, acepté el puesto. Algunas colegas me decían: "Lo bueno es que después cobrás todo junto y es casi como un plan de ahorro". Argumentos, comprendo a esta altura, edificados ante la necesidad de no perder el trabajo. Desde marzo hasta septiembre fui a dar clases sosteniendo económicamente el trabajo con la ayuda de familiares y algún que otro reemplazo que tomaba por entonces.
Y fue verdad. Llegado el momento "cobré todo junto". Claro que en el monto total no estaban contemplados ni los intereses ni la pérdida de valor adquisitivo que en esos años marcaba la economía inflacionaria del país.
A casi veinte años de este hecho, que considero necesario contar en primera persona, la realidad me indica que nada ha cambiado. Es más, diría que la planificación estratégica de la que se habla a nivel provincial es tan sólo un eufemismo para nombrar lo que no existe.
En veinte años no se ha logrado ni siquiera que los docentes sean respetados plenamente en su profesión, ni que la educación sea tomada como un derecho que debe pensarse en todas sus dimensiones.
Ahora, a dos décadas de lo que recuerdo en esta nota (aunque con seguridad hay casos más remotos), se puede constatar que la situación sigue siendo la misma o aún peor, porque en el medio se han anunciado sucesivamente medidas de mejoras para los docentes y hasta se ha reestructurado la organización del ministerio.
El ejemplo más reciente y palpable de esta afirmación son las seis maestras que desde abril tomaron los cargos creados en la Escuela Nº 1319 para atender a 190 chicos que no asistían a clases, y que hasta la fecha no han cobrado un peso por su trabajo.
Vale recordar que la situación de esos niños sin escuela en su momento resultó escandalosa, ya que el reclamo databa de hacía tres años y sólo se actuó cuando la falta de atención educativa de esta población se hizo pública a través de los medios masivos.
Pasado el alboroto, las aulas se pusieron en marcha, con los chicos en la escuela. Sin embargo, todavía en el siglo XXI las situaciones de humillación siguen siendo comunes a la escuela. ¿Por qué un niño debe esperar un escándalo público para recibir un derecho que le asegura la Constitución nacional? ¿Por qué un docente debe exponer su desesperación ante todo el mundo porque ya no tiene dinero para seguir cumpliendo con su oficio?
Entiendo que no hay excusas. Que la situación planteada en la Escuela Nº 1319 con estas docentes no es un hecho aislado ni particular. Se le podrán sumar también cantidades de horas cátedra en igual situación.
Todo muestra la ausencia sistemática y por años de políticas de Estado preocupadas por la educación, y la profundización de un sistema basado en una mirada mezquina de lo que es el derecho a educarse.
Desde el año 2001, cuando se firmó el decreto para regularizar la situación de los concursos docentes, y desde el 2004, cuando se aprobó la ley para hacerlos periódicos, podría decirse que se ha avanzado en esta materia. Aunque, más bien y en todo caso, que se ha comenzado a reparar en parte un gran olvido para la carrera docente.
Pero también que si lo que se busca para pensar la educación en la provincia es que la escuela no sea sólo un tema de la macropolítica, bueno aquí está presente: llena de desigualdades, olvidos, postergaciones, enunciada con definiciones un tanto complicadas para disimular o tapar lo que está a la vista.
Un niño no aprende por el simple hecho de ocupar un banco en un aula; además de condiciones dignas de aprendizaje, requiere de un maestro comprometido, preparado, pero también reconocido por el Estado. Después de todo, su trabajo sigue siendo una profesión vinculada con la esperanza.
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