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 sábado, 26 de agosto de 2006  
Cambios en el Ministerio de Educación de la Nación
Internas y desilusiones tras el amargo adiós del secretario de Políticas Universitarias
La sorpresiva renuncia del responsable de la enseñanza superior argentina, Daniel Malcolm, genera un reacomodamiento en las fuerzas políticas que conviven en el sistema. Alberto Dibbern fue designado en su lugar

Matías Loja / La Capital

Cansancio, agobio e impotencia son las causas que circularon por los pasillos del segundo piso del Ministerio de Educación de la Nación como motivos del alejamiento de su cargo del ex rector de la Universidad Nacional de San Martín, Daniel Malcolm, quien ocupaba hasta hace pocos días la titularidad de la Secretaría de Políticas Universitarias (SPU).

Licenciado en filosofía y rector desde el •92 de la Unsam, Malcolm había llegado a la secretaría encargada del monitoreo del sistema de educación superior argentino con amplios pergaminos académicos, en tanto era parte del Comité Ejecutivo del Consejo Interuniversitario Nacional (CIN), presidente del Polo Tecnológico Constituyentes, e integrante del directorio del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (Conicet) en representación de las universidades.

Eran los días de entrefiestas cuando los festejos de Navidad en el Ministerio de Educación nacional congregaban a los radicales que comandaban la SPU. Al parecer algunas palabras de más pronunciadas aquella noche habrían sido el detonante para que Juan Carlos Pugliese abandonara esta secretaría. Había arribado al ministerio cuando presidía el país Eduardo Duhalde, y dejaba la posta a un peronista como Malcolm.

Pero además, el ahora ex secretario Daniel Malcolm contaba con un amplio respeto de los rectores de las universidades públicas, al punto que a principios del 2003 había sido elegido por sus pares como presidente del CIN, organismo que nuclea a las máximas autoridades de las instituciones de educación superior, en reemplazo del entonces rector de la Universidad Nacional de Rosario, Ricardo Suárez.

"Hay que asumir el costo y el riesgo de decirle al alumno si puede o no estudiar", había asegurado a LaCapital Daniel Malcolm en el plenario de asunción como titular del CIN, realizado en Rosario, en una polémica lectura que ponía en jaque el ingreso irrestricto universitario, ya que según advertía entonces el rector de la Unsam era necesario darles a los futuros estudiantes del nivel superior "señales claras" del esfuerzo que genera estudiar en la universidad.

Pero más allá del consenso que generaba Malcolm, es imposible entender su arribo a la Secretaría del Ministerio de Educación sin tener en cuenta su pertenencia histórica al peronismo universitario. En este sentido, y por más que Jaim Etcheverry (ex rector de la Universidad de Buenos Aires) se horrorice de la identidad de la mayoría de los rectores con el radicalismo y el justicialismo, la llegada de Malcolm era una jugada estratégica del gobierno nacional, que buscaba por su intermedio trazar las alianzas necesarias para armar un plafond político afín al Ejecutivo en los claustros universitarios.

Es que si el 2006 es entendido como el año de la transformación de la ley federal de educación, el 2007, reelección mediante, está predestinado a ser el de la reforma de la también polémica ley de educación superior (LES), en donde la complejidad que reviste este cambio legal pone en juego intereses de distintos sectores académicos y partidarios.

Sin ir más lejos, desde el sector estudiantil, diversas organizaciones afines al gobierno aunque con diferencias entre sí, como la histórica Juventud Universitaria Peronista (JUP) o el Movimiento Universitario Evita, trabajan en las universidades para generar espacios de apoyo a la gestión K, al punto que en el último congreso de la Federación Universitaria Argentina (FUA), realizado a fines de junio en La Plata, el kirchnerismo se quedó, pese a la ruptura de un frente común, con la secretaría general de la federación estudiantil.


Paradójica sucesión
Hace casi tres años atrás, cuando Malcolm dejaba la presidencia del CIN, lo sucedía al frente de este organismo el entonces rector de la Universidad Nacional de La Plata (Unlp), el veterinario de extracción radical Alberto Dibbern.

Cansado de las presiones, y según cuentan sin la autonomía necesaria para manejarse en el área, Malcolm fue remplazado el pasado viernes 18 de agosto al frente de la Secretaría de Políticas Universitarias. Aunque la crisis de la UBA y la tensa negociación salarial con los gremios docentes habrían sido también elementos que influyeron en la firma de la renuncia.

Pero como una paradoja del destino, y al igual que hace tres años (aunque en otro escenario), fue designado en su lugar Alberto Dibbern, rector de la universidad platense entre 2001 y 2004, y hasta hace una semana, vicepresidente de la Comisión Nacional de Evaluación y Acreditación Universitaria (Coneau).

Ligado al radicalismo no precisamente cercano al gobierno, el ex rector de la Unlp deberá ahora recomponer las relaciones, tanto externas como internas de la secretaría, mientras busca conducir a buen puerto el reclamo de la docencia universitaria, que de no mediar cambios sustantivos, continuarán en las próximas semanas con las medidas de fuerza.

Pero el paso al costado de Malcolm impacta también como un mazazo certero hacia amplios sectores K de la universidad, que desde la designación del Carlos Domínguez (Universidad Nacional de Villa María y también cercano al peronismo), trabajaban en el armado de un espacio universitario que equipare la relación de fuerzas con el radicalismo, que desde la reapertura democrática del 83, es mayoría en las casas de altos estudios del país.

Hace un par de años atrás, la entonces máxima autoridad de la UBA, Guillermo Jaim Etcheverry había pegado un portazo en medio de un plenario del CIN por no compartir la partidización de las decisiones en el seno de este órgano, ya que según el autor de "La tragedia educativa", era inadmisible que los rectores voten en bloque según su pertenencia política.

Hoy la UBA se hunde en una profunda crisis política, con una eterna y frustrada postergación en la elección del rectorado de la casa de altos estudios más grande del país, en donde intereses académicos y partidarios pujan por un sillón vacío. Sin entender la trama política de los rumbos y decisiones que se toman en la universidad argentina, y que determinan incluso partidas presupuestarias y programas, será imposible leer adecuadamente la realidad de la educación superior argentina. Por más que algunos se ruboricen de este complejo entramado de identidades y lealtades.
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Daniel Malcom, en febrero de 2003, cuando asumió en Rosario la presidencia del CIN.

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