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 sábado, 19 de agosto de 2006  
De cuna canalla
Opinión: No es un mal terminal

Adrián Abonizio

Cuenta la leyenda que un turista llegó a la casa de un sabio porque quería aprender. Lo recibió sentado en una casa sin elementos. El tipo sorprendido espetó: ¿Y sus muebles? ¿Y los suyos?, replicó el otro. Pero si estoy de paso, argumentó el turista. A lo que el viejo sabio respondió: "Yo también". Algunos actúan como si se fueran a quedarse eternamente en esta vida. Concluida esta parábola sobre el poder que reina por Arroyito se me acerca un tipo y me susurra: "Somos mucho para Central. Y claro, habla del "otro" Central, el que está tras los escritorios. Sin embargo, nuestra fe está intacta y estamos frescos -no es un chiste malo sobre quienes ya sabemos, créanme-, adiestrados en la pena como si ella fuera un combustible regenerador.

Recuerdo que daba miedo jugar en el Gigante. Recuerdo que nuestro cercano referente, Vitamina, se fue de Central hace poco y le dijeron que estaba lento. Recuerdo que antes no componía tangos y ahora los domingos a la noche, mientras resuena en las casas vecinas Fútbol de Primera, programa que dejé de ver por respeto al luto propio y prescripción médica. Pero pobres de quienes creen que estamos vencidos: esto es solo una opera de visceral bronca y una obra de arte sobre el alimento que genera el fastidio. Cuando los canallas estamos apenados no rompemos carnets ni arrancamos los asientos de las plateas, ni añoramos goles viejos. No estamos muertos: somos resucitables. Trajimos un punto del sur. Hemos vuelto como Martín Fierro y encontramos al rancho arrasado, nuestros hijos lejos y la china con otro. La dignidad consiste en comprender en que esto no es un mal terminal, solo la gripe de un gigante ocasionada por el virus de la desidia, la rifa de jugadores, el ocultamiento de la verdad. Todo lo otro estará brillando como siempre.

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