|
domingo,
06 de
agosto de
2006 |
Arboles que son un arte
El arte del bonsai fue desarrollado en Oriente, donde es considerado como una expresión de armonía entre el cielo y la tierra, entre el hombre y la naturaleza. Hace más de 2000 mil años, en China, los monjes budistas se retiraban a la montaña a meditar. Tanto en esos viajes como en sus largas meditaciones, descubrieron árboles empequeñecidos por las duras condiciones meteorológicas. Los monjes pensaron que en esos árboles habitaban dioses y antiguos espíritus por lo que empezaron a transplantarlos a recipientes, y los llevaron a sus templos para que esos espíritus los protegieran (cuando el budismo pasó a Japón, los monjes llevaron esos árboles a los templos que estaban construidos en ese país).
Los monjes zen en Japón fueron los que más contribuyeron al cultivo del bonsai, durante el período Tokugawa. Para ellos, era un objeto religioso, verdaderas escaleras al cielo, una conexión directa entre dios y la mente del hombre. También fueron los japoneses quienes introdujeron el bonsai en Occidente, primero en París en la Feria Mundial en 1878, y luego en Londres en 1909. En argentina ingresa con la llegada de Katsusaburo Miyamoto, a la ciudad de Rosario, y luego se extiende a Sudamérica.
En todo bonsai se encuentra la forma de triángulo que simboliza el camino que conduce al hombre por la ruta de la espiritualidad; refleja la armonía entre el hombre y la naturaleza, entre el cielo y la tierra (al igual que en una composición influida por el zen, se encuentra la constante del triángulo, es decir la relación dios-tierra-hombre).
El bonsai existe espontáneamente en la naturaleza. No es una creación del ser humano quien sólo creó las técnicas y reglas para lograr expresar al máximo la belleza de los árboles (según el concepto de la simplicidad de las artes zen que expresan la belleza de la naturaleza con la menor cantidad de elementos posibles). A manera de ejemplo, menciono una experiencia personal. Pude rescatar un eucaliptus que crecía en las derruidas paredes de un antiguo galpón del ferrocarril, en Rivadavia y Pueyrredón. También un ciprés de los pantanos y un juniperus que estaban en una montaña de basura en un cultivo de la ciudad de San Pedro, y un jazmín que encontré en la puerta de una casa que lo habían sacado de un jardín y estaba destinado a morir. Cada año retoñan con fuerza aferrándose a la vida.
Julio Gustavo Vergara
Instructor de bonsai
[email protected]
enviar nota por e-mail
|
|
Fotos
|
|
|