Año CXXXVII Nº 49167
La Ciudad
Política
Economía
La Región
Información Gral
El Mundo
Escenario
Opinión
Policiales
Cartas de lectores



suplementos
Ovación


suplementos
ediciones anteriores
Turismo 09/07
Mujer 09/07
Economía 09/07
Señales 09/07
Educación 08/07
Salud 05/07
Estilo 24/06
Autos 22/06

contacto
servicios
Institucional


 martes, 11 de julio de 2006  
<b>Opinión</b>: El eterno laberinto del culpable o inocente
El caso de Zinedine Zidane deja al descubierto los matices del fútbol

Hernán Lascano / La Capital

Zinedine Zidane, ese jugador que regó de juego la segunda fase de la Copa del Mundo, ¿merece ser desposeído del galardón de mejor futbolista del torneo por su descomunal agresión al bueno de Matterazzi? La respuesta podrá ser sí o no pero admite miles de matices. Sin los matices, para decirlo mejor, responder es imposible. Pero la lógica reduccionista que impera en la galaxia fútbol obliga a dictar sentencia, sobre este y otros dilemas, prescindiendo de los grises. Entonces se obtienen respuestas forzadas, simplificadoras y frustrantes. Si ese es el precio de la respuesta, sospecha uno, la respuesta se obtiene. Pero al contravalor de no ser tan interesante.

Sigamos con preguntas. El penal de Ayala en la definición contra Alemania, ¿estuvo mal pateado? Sí, dirá la mayoría, porque en caso contrario habría sido gol. Bien. El que le convirtió a Inglaterra en 1998 -ejecutado al mismo lado, también sin mirar al arco y con igual potencia- ¿sí estuvo bien pateado? ¿Qué marca el acierto de 1998 y el revés de 2006? ¿Ayala, que hizo lo mismo las dos veces, o la conducta del arquero, que erró el lugar entonces y le atinó ahora? ¿Cómo deben administrarse las culpas y los elogios si el héroe de ayer y el réprobo de hoy hizo las dos veces la misma cosa?

Ensayemos otra. Pekerman falló tácticamente al no hacer ingresar a Messi contra Alemania. ¿Acertó cuando lo puso 80 minutos contra Holanda y 50 contra México y el pibe de zona sur (por favor, diosito, que juegue siempre) en absoluto gravitó en el resultado ni en un juego ni en otro? ¿Por qué nadie dijo nada entonces? Valga esto como chicana sencilla, para situar la pregunta en el parámetro contemporáneo de mensurar todo en base al resultado, catalejo maestro para juzgar el fútbol, la conducta del hombre, la marcha del mundo y la vida.

Veamos más. En Italia 1990 Argentina consiguió un triunfo, un empate y una derrota en primera ronda. En 2002 exactamente lo mismo. En Italia, con esos resultados, el equipo llegó a la final. En Japón, con los mismos, embaló y volvió para casa. En el primer caso se habló de rozar el éxito y sonaron laúdes al entrenador, aunque el equipo jugó horrible. En el segundo todo fue fracaso indeclinable y al técnico lo incineraron como la Santa Inquisición a los herejes.

Puede que la clave para entender(nos) la haya ofrecido Carlos Bilardo. Exultante, observando la conquista de Italia por un penal el domingo a la noche, el doctor bramó que lo único importante era la gloria deportiva. Que todo lo demás no existe. Carlos Bilardo. El entrenador que llevó a Argentina dos veces consecutivas a finales mundialistas. También el entrenador que, mirando un rival caído en el piso, ordenó a uno de sus dirigidos del Sevilla: ¡Pisálo, pisálo!" (La prensa gráfica española colocó en negrita el tilde en la "á" para connotar el argentinismo).

Somos muchas cosas a la vez. Zidane, el que enloqueció a Brasil y le encajó un tucumano a un defensor. Ayala, ilustre o desterrado haciendo dos veces lo mismo. Messi, el jugador genial, mesías si hubiera entrado ante Alemania aunque no hiciera goles ni diera asistencias en los dos partidos anteriores. Bilardo, tan amante de la gloria como para llegar a dos finales, o tutelar en su banco a alguien que le ofrece un bidón de agua envenenada a un (por 90 minutos) adversario.

En un juego tan marcado por lo impredecible, la complicación súbita y el azar ¿por qué persistir en subordinar todo al cálculo que, por supuesto, también debe existir? ¿Por qué hacerlo, con el fastidio de una criatura sin dormir, solamente en la derrota? La respuesta, como el "pisálo" de Bilardo, es otro argentinismo: Porque, con mayúsculas, no toleramos la derrota. Porque tolerar la derrota es admitir que lo peor, a pesar de nosotros, puede pasar. Que somos débiles, que es posible perder y que podemos estar tristes sin necesidad de linchar a un responsable. ¿A qué tanta frustración? Los que le quieren sacar el Balón de Oro podrían, tal vez, suponer que Zidane es un jugador supremo que tuvo una equivocación por la que ya recibió su castigo. No pedirle que sea un héroe todo el tiempo a quien es, en definitiva, un ser humano. Si vamos a ver fútbol, e intentar explicarlo, por favor, aceptemos los matices. Es propio de lo humano. Y al fútbol nada de lo humano le es ajeno.
enviar nota por e-mail
contacto
Búsqueda avanzada Archivo


Notas Relacionadas
Zidane logró el Balón de Oro y generó polémica



  La Capital Copyright 2003 | Todos los derechos reservados