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 domingo, 11 de junio de 2006  
Sucesores."No es Fisherton ni el infierno, pero le ven el lado oscuro", dicen
Los "herederos" de Pocho ahora luchan contra el estigma de los mapas de violencia
Crecieron junto a Lepratti y siguen trabajando para que los chicos del barrio tengan una oportunidad

Silvia Carafa / La Capital

Tarde de domingo. El sol de otoño aclara los contornos del Ludueña Norte. En Gorriti 5559 un grupo de jóvenes se reúne a evaluar la última actividad que organizaron para el barrio. Están sentados en el patio de la que fue la casa de Pocho Lepratti que ahora se llama Bodegón Cultural. Mate y torta, y una afirmación primera: "Queremos que se sepa que este barrio es algo más que una zona roja en el mapa del delito".

"Acá pasan cosas como en todos los barrios, pero siempre muestran la violencia, sería bueno que se sepa que acá hay otras cosas, hay comedores para los chicos, un cura como Edgardo Montaldo, gente que viene a ayudar y un Centro de Día", citan a modo de ejemplo. En opinión de los jóvenes, en su momento tampoco se quiso ver que había un tipo que salía en bicicleta y que enseñó un montón de cosas interesantes a los pibes del barrio. Hablan de Pocho, el referente que los congrega y que, aunque ya no está, aún los sigue convocando.

Son los herederos directos y dilectos de Pocho, que se rearmaron después de su muerte para continuar con las actividades en el "San Ludueña", así como se refirió al barrio León Gieco cuando la canción inspirada en el militante social que ellos sienten como propio, ganó un premio Gardel. Juan, Varón, Ricardo, Liliana, Milton, Alejo, Sandra, Emilio y Manuel van y vienen durante la charla.

Humilde y colorida, pequeña, abarrotada de libros, afiches y objetos, una matriz que cohesiona historias de vida tan breves como densas. Así sienten y se sienten en la que fue la casa de Pocho, eje sólido de un proyecto abierto. "Lo nuestro no es una cuestión cerrada, nos vamos juntando en talleres o actividades con chicos de diferentes grupos del barrio, así vamos articulando con distintas tareas", cuentan.

Desde ese Bodegón Cultural el grupo está dispuesto a producir sus propias herramientas para remontar la mezquindad con la que consideran que el actual modelo económico trata al llamado campo popular. "Nuestras mayores intenciones son hacer cosas para demostrar que no está todo perdido y que Ludueña, igual que los demás barrios pobres de Rosario, no es únicamente una zona de violencia", explican. Y agregan que el hecho de que ese lugar esté incluido en los mapas de violencia que se dieron a conocer en los últimos meses, los angustia y los interpela.

A modo de ejemplo relatan que no saben porqué no se difundió el carnaval que organizaron junto a distintas organizaciones del barrio y que convocó a cientos de vecinos de cuya seguridad se hicieron cargo. En esa fiesta popular actuó la murga Los Trapos, hubo baile y alegría, sin violencia ni dificultades, y se realizó en la ex plaza Mármol que ahora lleva el nombre de Pocho Lepratti, recuerdan.

Con el Bodegón Cultural articulan varios grupos del lugar y eso los llena de orgullo. Como la banda de rock Los Ropes que interpreta sus propios temas para contar la vida del barrio sin las miradas prejuiciosas sobre esa zona. "Hay una canción que le cantamos a dos chicos que trabajaban con nosotros pero se metieron en la mala y ya no están, nos da una enorme tristeza y dolor no saber porqué se nos escaparon de las manos, qué pudimos haber hecho y no se nos ocurrió", relatan.

Entre las actividades la música los aglutina en distintas direcciones, por ejemplo, el taller de armónica, con sus expresiones vivas, fuertes, llenas de dolor, alegría o ternura, y eso reconoce una razón de peso. "Todos sabemos que Pocho cantaba muy mal pero él agarraba la guitarra y animaba para juntar a los pibes, usaba ese recurso que nosotros adoptamos", explican. Pero no es la única actividad, hay talleres para todos los gustos: de experimentos de física, guitarra, murga, biblioteca, apoyo escolar, fotografía y video entre otras opciones.

Claro que consideran que ese desgarro tiene explicación. "Esta sociedad les fue mostrando otra cara, la peor de todas, ellos no pueden ir a la escuela porque tienen que laburar solos o con sus padres", comenta Milton. Y sopesa con detenimiento las palabras para dejar en claro qué difícil es para alguien sin recursos conseguir "un peso para poder vivir día a día". Y lo sabe por experiencia.

Ahora Milton tiene 21 años y un empleo estable. Está feliz y se siente con fuerzas para seguir remando para que en el barrio los chicos sepan que existe "otra cosa". Un trabajo fijo lo pone bien y aunque sabe que la utopía sigue lejos, la relación cobra fuerza cuando desgrana su historia de mañanas destempladas. Cuando había que esperar hasta las 9, con un mate cocido para que el frío no pegara tan fuerte.

Tenía pocos años y salía con su papá y sus hermanitos a cirujear, a juntar de las calles todo lo que podía venderse. La familia era grande y de haber sobrevivido todos hubieran sido 15 hermanos. "Había que salir a rebuscársela, ni mi mamá ni mi viejo pudieron terminar la escuela, así que salíamos a la calle a la mañana, la tarde y la noche", cuenta.

El recorrido los traía desde Ludueña hasta el centro y así lograban material para vender por semana, la paga no era mucha y con eso tenían que tirar toda la semana. Cuando murió el papá, Milton tenía nueve años y toda la familia tuvo que redoblar esfuerzos, lo que no impidió que pudieran terminar la primaria aunque fuera en la nocturna.

Eso le permitió hacer el secundario en un Eempa también por las noches, mientras de día trabajó de albañil, en una imprenta, una panadería y un kiosco. Ahora tiene un empleo fijo, una esposa "alucinante" que lo acompaña en su trabajo en el barrio, y colabora con su madre, para que sus tres hermanos menores puedan ir a la escuela sin tener que trabajar.
El barrio, el dolor y la esperanza
"Para mí y para los pibes, el barrio es una gran casa, acá crecimos y nos conocemos todos", asegura Milton. Y dice que en los últimos tiempos hubo mejoras en lo urbanístico que se notan, "en ese sentido está un poco más arreglado". Pero también hubo cambios menos felices que los llena de angustia. "Cada vez hay chicos más chicos que agarran la droga y la delincuencia, los ves morir, es un dolor muy grande y es muy difícil que salgan de eso", explica el muchacho junto a sus amigos.
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La que fuera la casa de Pocho se convirtió ahora en el "bodegón" cultural donde los pibes organizan actividades para el barrio.

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