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sábado,
15 de
abril de
2006 |
Opinión: Una radiografía de lo cotidiano
Marcela Isaías / La Capital
El informe elaborado por el Cippec se presenta, en una primera lectura, como una radiografía que muestra con números y datos lo que diariamente se vive en las escuelas.
Quizás por esa primera razón es una abierta invitación a discutir, por un lado, qué se hace con los libros en las aulas y, por otro, a corregir viejos vicios de las políticas de dotación de estos textos y otros recursos didácticos que llegan a las escuelas.
Se presentan entonces a la mesa del debate las imágenes de los libros recién llegados, pero al extremo cuidados; a veces con tanto recelo, que permanecen "bien guardaditos", hasta de sus mismos destinatarios: los propios alumnos.
Esto explica en cierta forma el empeño que el estudio del Cippec propone, para que esta acción de dotación de textos por parte del Estado sea acompañada por otras medidas, como por ejemplo, la de hacer un seguimiento del uso que se hace de los libros.
También, el informe destaca un dato que no es menor dado el impacto que tiene al momento de garantizar los procesos de enseñanza y aprendizaje: la falta de continuidad en las políticas educativas (a excepción de la actual gestión nacional), en especial en lo que respecta a las realidades provinciales. Y claro está en las medidas que se toman y en los compromisos asumidos pero que luego no son cumplidos.
Las crónicas de LaCapital (1/11/2000) recuerdan el caso de los libros de texto (o cuadernos de trabajo) que acompañaron el inicio de la implementación del tercer ciclo en las escuelas rurales, a través del Proyecto 7. A tan sólo a dos años de haberse iniciado ese programa (comenzó en 1998), estos libros preparados por el gobierno nacional fueron reemplazados por cheques para la compra de fotocopiadoras, que permitieran a los centros rurales santafesinos reproducirlos. Además de no ser una idea precisamente pedagógica, ni siquiera a poco de finalizar el ciclo escolar de ese año se había cumplido con ese dinero prometido.
El resultado fue el previsible: una vez más los docentes debieron arreglárselas como pudieron para atender la implementación de este nuevo proyecto en las escuelas rurales.
De allí que se vuelve interesante de atender el llamado de atención que en cierta forma hace este estudio no sólo sobre esta falta de continuidad y regularidad en materia de provisión de materiales y recursos a las escuelas, sino también en la necesidad de articular esta distribución con las instituciones escolares y sus docentes.
En este sentido, sirven aquí los testimonios de muchos maestros que cuentan que sus escuelas reciben libros y computadoras, entre otros recursos, por parte del actual Programa Integral para la Igualdad Educativa (Piie), pero carecen de espacio físico y hasta de seguridad para poner a funcionar a pleno estos ansiados espacios.
Vale aquí también el ilustrativo comentario que hacía, en plena época de la reforma educativa y en referencia a los materiales que provenían del Plan Social Educativo (PSE), una maestra de Villa Gobernador Gálvez: "Tenemos tantas ceritas para pintar que ya se las están comiendo las ratas".
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