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sábado,
18 de
febrero de
2006 |
La envidia todo lo puede
Señor director de La Capital:
He leído los ataques con que me favorecen La República de ayer y El Municipio de la fecha. Bien sé que en esta guerra ruin y rastrera no soy yo el blanco directo sino el pretexto para desahogos y despechos conocidos desde el tiempo en que se inventó el refrán "¿Quién es tu enemigo? El de tu oficio". En este sentido debo aclarar que, como no soy cigarrero y como que soy pobre, no puedo pagar las crecidas sumas que en algunas ocasiones imponen algunos cronistas de diarios con vida tan efímera que han de recurrir a procedimientos desleales y de mala calificación para conseguir violentamente el efecto de contrarreclame: poco me costaría, pues, estampar con letra de molde (el nombre de) la persona a quien molestan tanto mis ascensiones que califican a uno por cierta armonía sugestiva de lenguaje y de propósitos del cuento del tío, como tampoco me costaría con un puñado de billetes de banco o con algún aviso brillante y de calidad -léase pesos moneda nacional- lograr que ese cronista se convirtiera en uno de mis más celebérrimos admiradores.
El Rosario entero es testigo de los "cuentos" que yo hago en mi globo a 500, 800 y hasta mil metros de altura a que ha llegado ayer mi esposa.
Tengo la seguridad de que allá, a esa altura, no habrían escrito ni dicho lo que para hacerme daño y privarme de los medios con que me gano la vida han dicho tan "noblemente" de mí los cronistas de La República y El Municipio. Si lo dudan, los invito a que me acompañen en mi próxima ascensión prometiéndoles el servirles agua de azahar, torongil o cualquier otro específico para que pasen el mal rato que les produciría mi "cuento".
Agradecido a la hospitalidad que le pido para estas líneas, lo saluda
S.S.S. -Silimbani, Giuseppe, capitano aeronauta.
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