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 jueves, 15 de diciembre de 2005  
Boca se llevó el Apertura

Imaginar campeón a ese Boca arrodillado y humillado en la cancha de Arsenal hace menos de un mes sólo podía caber desde los bordes de la pasión, nunca a través del análisis madurado.

Sin embargo, ese Boca lacerado en la incandescente tarde de Sarandí por un golpe de nocaut, recibido inmediatamente después de otro duro revés, la derrota ante Colón en la propia Bombonera, supo levantarse después de tocar la lona (y con la espalda, no con una rodilla). Es un mérito que no puede discutirse.

Mucho más si se considera que fue precisamente a continuación de esos sinsabores cuando sobrevinieron algunas de las prestaciones más convincentes del equipo: el triunfo inobjetable frente a Vélez, en el partido que se presumía definitorio, la amplia superioridad marcada frente a Independiente y dos solventes muestras de seguridad en rodeo ajeno, ya en el campo internacional, ante la Universidad Católica y los Pumas de la Unam.

En definitiva, ese renacer cuando se avizoraba el abismo es una muestra de temperamento, ese que nadie podrá negarle al flamante técnico campeón, Alfio Basile, cuestiones tácticas al margen. Entonces, en ese rubro, el de la mentada garra, este Boca estuvo a la altura de su historia.

La otra clave de esta consagración estuvo dada por la jerarquía individual, la que todos le reconocían desde antes de comenzar la competencia y que terminó plasmándose en los hechos cuando hizo falta.

No será recordado este Boca como uno de esos equipos que basan su poderío en la estructura colectiva. Si se hila fino, se lo ve vulnerable a través de una línea de fondo que no se escalona bien y que, por cierta tendencia a achicar hacia adelante, deja espacios. Sin embargo, el del campeón fue uno de los arcos menos batidos del torneo y hubiera sacado ventaja apreciable en ese rubro si no se hubiese dado ese anormal partido con Arsenal, en que recibió cuatro goles todos juntos.

Tal vez no sea este el mejor momento de Roberto Abbondanzieri, pero cuando se lo necesitó, estuvo. Daniel Díaz, a despecho de algunas ocasiones en que se vio arrastrado por defecciones colectivas, plantó bandera de buen defensor, firme en el mano a mano, con sentido de anticipo.

Hugo Ibarra no jugó durante buena parte del torneo, pero volvió al final y, en especial frente a Independiente, dejó la marca de su conocida categoría. En su ausencia, José María Calvo le cuidó bien el lugar. Hasta aquí, el análisis defensivo, muchas veces cuestionado y no sin razones.

Ahora bien, por cierto que la diferencia se hizo de mitad de cancha hacia adelante, allí donde Fernando Gago ratificó su condición de volante central que juega y brilla, pero sin dejar de ser defensivo. Donde el repatriado Sebastián Battaglia, ya símbolo del club, fue transmisor de temperamento y coraje. Donde Daniel Bilos abrió surcos con sus corridas incontrolables. Donde Federico Insúa dejó su sello de futbolista dotado, fino, lujoso, y sin dejar de lado la cuota de esfuerzo imprescindible.

En cuanto al ataque, Rodrigo Palacio fue figura desbordante a lo largo de casi toda la campaña (el mejor delantero del campeonato, por lejos), Martín Palermo tuvo menos gol que en otras temporadas pero se las arregló para aparecer en momentos fundamentales y el ídolo, Guillermo Barros Schelotto, con pocos minutos en cancha, siguió dejando su aporte de jugador a la medida del club.

Se anticipaba, allá por agosto, que Boca había comprado bien. Y fue cierto. Más que nunca, un segundo puesto hubiese sido fracaso. Porque Boca se armó para ser campeón. Y, al cabo, lo es.
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