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 domingo, 16 de octubre de 2005  
Fronteras

Jorge Besso

Las fronteras no son sólo de hoy y seguramente lo serán de mañana. Imaginar un mundo sin fronteras es imaginar algo que parece más bien imposible, ahora y para los próximos 100 años por decir un tiempo. Tanto como imaginar un mundo sin propiedad privada, o un mundo desalambrado como cantaba y canta Daniel Viglietti. Cada tanto, en algún lugar de la humanidad, a las fronteras además de los controles y toda la papelería, se le agregan muros como el célebre y trágico muro de Berlín. O el impresionante vallado que puso EE.UU. en la frontera mejicana. Para evitarlo los migrantes se internan en el desierto, lo que en la mayoría de los casos es internarse en la muerte.

O el caso del muro que Israel acaba de construir para aislar a los palestinos con el detalle cínico de que el hormigón, según se denunció, se lo compran a empresas palestinas, vía Egipto, ya que dichas empresas son de algunos miembros del gobierno palestino. En estos días mueren africanos que tratan de saltar la frontera, valla para poder escapar del hambre y demás calamidades y entrar en Ceuta o Melilla, es decir España. Es decir Europa.

Por lo demás, hay muchas fronteras sin muros explícitos, inatravesables para la mayoría de la humanidad sobre todo para entrar en los países del Primer Mundo, varios de los cuales son los autores de los mayores desastres del siglo pasado, siglo en el que conviven el fantástico progreso y la involución de la humanidad. Esa impronta del siglo XX sigue estando más o menos presente en los comienzos del XXI, a pesar de toda la retórica globalizadora. De ser cierta estaríamos frente a un mundo en el que la información circularía libremente, la cultura sería el valor más alto, albergando una diversidad de valores atravesados e impregnados de tolerancia.

Un mundo en el que la religión (en el sentido de las religiones) no monopolizara la cabeza y el alma de la gente, ya que la religión no educa, más bien domestica y adiestra, muchas veces para el mal. En suma un mundo en el que se pudieran levantar algunas fronteras y conservar otras. Exactamente al revés de estos tiempos donde las fronteras entre lo público y lo privado se han demolido, y todas las demás fronteras se fortificaron a niveles nunca imaginados, y sin embargo el mundo sigue siendo un lugar inseguro. ¿Cuál mundo? Por lo que parece todos, el Primer Mundo por razones que se suma a la acumulación de la riqueza, la monopolización del poder que es lo único que está menos distribuido que la riqueza.

Los demás mundos porque están poblados de víctimas y victimarios que van rotando a su turno. Hay que notar que la división entre Primer Mundo y los demás mundos es una división organizada por la geografía del poder, lo cual se aplica para dicha geografía entre los países, pero también para la geografía del poder interna de cada país.


Locuras
Las locuras, al igual que las normalidades son varias. Lo que equivale a decir que hay variadas formas de normalidad, o sea de vivir sin que a uno se le salga la cadena, según dice esta expresión por demás ilustrativa. Pero con la debida aclaración que en este caso cadena quiere decir por lo menos dos cosas:

n En un primer sentido se refiere a que todo sujeto es considerado normal siempre y cuando pueda tener una sujeción más o menos adecuada de sus impulsos y ocurrencias.

  • En segundo lugar es posible que la cadena quiera decir una distribución más o menos aceitada entre el pensamiento y la acción, en el sentido de que hay extremos en los que hay acción sin pensamiento, y otros en los que hay pensamiento sin acción.


    Estas dos cadenas, la que sujeta y la que distribuye, tienen mucha relación entre sí, pues cualquiera de las dos que se salte, o por el contrario que se atasque hacen que alguien pase de alguna de las normalidades posibles, a alguna de las locuras inevitables. Razón por la cual la frontera entre la locura y la normalidad es siempre lábil y donde el mayor problema no es pasar de la normalidad a la locura, sino la dirección contraria, la que permita pasar de la locura a la normalidad.
    Con muchas diferencias entre sí, estas dos cadenas funcionan tanto a nivel individual como social, y se saltan o se atascan de maneras muy variadas a partir de lo cual las sociedades o individuos atraviesan fronteras de las que es difícil volver, o bien se rodean de barreras que los vuelven herméticos. Ambas cadenas funcionan con un aceite muy valioso: el sentido. ¿Cuál sentido? El sentido de las cosas que hacen al sentido de la vida: el amor, el poder, la riqueza, la amistad, el trabajo, el deber, el placer y demás posibles e imposibles.

    Son dos los extremos en los cuales se puede perder el equilibrio necesario para vivir por muy inestable que sea, y son los extremos que atraviesan fronteras o límites de los que resulta difícil volver:

  • La pérdida de sentido.

  • El exceso de sentido.


    La pérdida de sentido encuentra su manifestación más crítica en la depresión, sobre todo en la depresión grave, en la que se ha saltado la cadena que engancha con la vida. Por el contrario el exceso de sentido es lo propio del delirio. Delirio de persecución o de celos, o lo que sea, en donde los detalles se encadenan a partir de la fluidez del delirio de forma tal que muchas veces lo nimio pasa a ocupar un lugar central lo que hace que en tantas ocasiones los humanos cometan desastres.
    En la pérdida de sentido el ser se va cayendo de la existencia, en cambio, en el exceso de sentido el ser siempre está en el centro de los acontecimientos. Es la oscilación entre la impotencia y la omnipotencia, oscilación regulada o desregulada por la ausencia o el exceso del alimento que más fascina a los humanos: el poder, y por el cual son capaces de atravesar cualquier frontera.
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