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 domingo, 16 de octubre de 2005  
Yo digo: "Isoca, tan seguro como un sonámbulo"

José L. Cavazza / Escenario

Isoca Fumero toca el contrabajo con la familiaridad con la que un ejecutivo se hace el nudo de la corbata. Isoca, oportunamente, acotaría que desconoce totalmente el arte de anudarse la corbata, pero el tipo es así, puro perfil bajo y talento. Isoca toca en Montreux o en Barcelona y lo van a ver intelectuales del jazz, los mismos que disfrutan en Europa con los conciertos de salvajes eruditos como Egberto Gismonti, Raúl Barboza o Dino Saluzzi, pero Isoca toca en Rosario y también lo vienen a ver sus veteranos amigos de Cañada Rosquín, su pueblo natal. Allá vio por primera vez en su adolescencia esa especie de ataúd con cuerdas gordas. Lo tocaba el peluquero Petrone como si fuera un bombo. Lo contó una noche de ravioles y cerveza en un bodegón rosarino. De Cañada también partió un día junto a su amigo León Gieco rumbo a Buenos Aires, después de desarmar Los Moscos y toparse con los 15 minutos de fama en Los Ruxcolitos. Al final, todo fue cuestión de bichos. León se encaramó en la gran urbe argentina, triunfó de todas las maneras posibles; Isoca conoció al Gato (Barbieri) y voló a la blanca Suiza. Se casó, tuvo hijos, empezó a tocar seguido y regresó a la lengua radicándose en Barcelona, donde siguió tocando seguido pero ahora rodeado de pesos pesados como Tete Montoliu, Johnny Griffin y Freddy Hubbard. "En realidad los acompañaba", comentará, humilde. Claro, Isoca acompaña desde la base -tarea primera del contrabajista- pero también crea excitantes choques armónicos, toques percusivos, finales explosivos y mucho más. Todo, con la difícil sencillez y seguridad de un sonámbulo. Con Dexter Gordon nunca tocó, sólo compartió alguna noche una mesa y un par de tragos, aclaró una vez. Una lástima. Es fácil imaginar un dúo insuperable: Isoca acariciando los largos cordones de acero y Dexter soplando el caño dorado. Por suerte, Isoca llega esta noche a esta tierra que lo vio crecer y lo dejó partir en silencio. Silbando recuerdos abrirá el cierre del inmenso abrigo rígido y negro, las luces se apagarán en el auditorio y lentamente empezará a empapar el alma de un puñado de leales que no olvidan, marcándole itinerarios que no figuran en ninguna agenda electrónica. Y al final de la noche, Isoca saludará a algún viejo vecino y preguntará que fue de la vida de aquel peluquero llamado Petrone.
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