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domingo,
18 de
septiembre de
2005 |
Dulzuras en el centro de Francia
El azúcar y los turrones, con museo y demostración
El chocolate llegó en 1912 a la C te-Saint-André. Hoy, el Paraíso del Chocolate abre sus puertas como museo para seguir las huellas que ha dejado el cacao a través de los siglos, sus orígenes, su botánica, su geografía y cómo se transforma en manjar de dioses. La visita se cierra, inevitablemente, con varias degustaciones.
En Vivarais, un magnífico tren de vapor cubre el recorrido entre Tournon sur Rhne y Lamastre. Es una deliciosa alternativa para descubrir el misterioso valle del Doux.
Lyon es conocida como la capital de la gastronomía. Sus numerosos restaurantes típicos, bouchons, presentan las comidas típicas de la región.
Montélimar es la capital del nougat, una especie de turrón crocante. La población de Montélimar dedica al dulce esfuerzos y mimos. La mayoría de las fábricas de nougat abren sus puertas al público. Pero la mayor curiosidad y tentación para los golosos es el Museo del Nougat Arnaud Soubeyran, la Nougathèque, que brinda un recorrido gratuito entre crocantes tentaciones.
El paraíso de los golosos es el Museo Nacional de los Dulces. Lúdico, interactivo, acerca al universo del azúcar, sus derivados y a su presencia en las artes como el cine, la música o la escultura. Evidentemente, incluye degustación de golosinas e incluso se puede ganar el propio peso en caramelos, a condición de resolver los enigmas que plantea el recorrido. En la tienda, la oferta de dulces, turrones y caramelos, alcanza el mundo entero.
Saint-Etienne, la ciudad verde, transmite pasión por la naturaleza, por el arte... y por el buen comer. Su Museo de Arte Moderno presenta la primera colección francesa fuera de París, con obras de Matisse, Picasso, Léger, Kandinski, Magnelli, Ernst, Warhol. Completan la oferta el Museo de Arte y la Industria y el Instituto de la Excelencia Culinaria, que ofrece estancias para iniciados.
En el relieve escarpado de las riberas del Ródano, los campesinos han domado el paisaje agreste para tender sus viñedos. Basta con observar la colina del Hermitage, a la que se llega a pie, las pendientes vertiginosas de Condrieu y de la Cte Rtie, o el espectacular anfiteatro de Chteau Grillet, para entender el valor con que se arranca del granito el vino de Ctes-du-Rhne.
En Saint Désirat, el Museo del Alambique descubre cómo se convertían en tiempos remotos, los caldos en aguardiente.
El Castillo de Suze-la-Rousse, construido en la Edad Media y luego transformado durante el Renacimiento, alberga desde hace veinte años la Universidad del Vino.
Entre Lyon y Aviñón, a orillas del Ródano, la ciudad abre mercados y jardines, barrios llenos de vida y acogedoras calles peatonales que anuncian el calor de la Provenza.
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