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domingo,
07 de
agosto de
2005 |
Lecturas
Un autor caudaloso
María Angélica Scotti
"¿Sabés lo que me gusta hacer a mí? Sentarme al volante en una carretera vacía, y apretar el acelerador. Apretarlo a fondo hasta que el motor explote. No sé cómo explicártelo, pero así me siento vivir." De tal modo bosqueja su apetencia de vida uno de los jóvenes personajes "sin rumbo" de la pieza teatral "Soledad para cuatro", de un también juvenil dramaturgo, Ricardo Halac, en los años 60. Esta obra inaugura el voluminoso tomo de su teatro completo que acaba de publicarse. Son 18 piezas, todas estrenadas (en el curso de más de 40 años), algunas en salas prestigiosas de Buenos Aires como el Teatro San Martín, el Nacional Cervantes, el Lassalle, el Presidente Alvear, y con actores tales como Luis Brandoni, Federico Luppi, Virginia Lago, Rodolfo Ranni, Bettiana Blum, Víctor Laplace, Leonor Manso, para nombrar sólo a los más conocidos o que se hicieron conocer después. Entre sus directores pueden mencionarse puestistas de primera línea como Alejandra Boero, el rosarino Omar Grasso, Inda Ledesma, Osvaldo Bonet o Manuel Iedvabni. El libro incluye fotografías de los distintos estrenos donde se vislumbra a muchas de estas figuras en sus lejanos comienzos.
Varias de las obras han obtenido premios: "Soledad para cuatro" (la primera de su producción) cosechó el Premio a la Mejor Pieza de 1961 otorgado por la Asociación de Críticos Teatrales; esta obra de la temprana juventud ya anunciaba el despuntar de un dramaturgo de peso en el panorama teatral argentino-porteño de entonces. "Segundo tiempo" ganó el Premio Argentores como mejor comedia del año 1976; allí aparece una nueva vertiente de Halac, la del humor, que él va a desarrollar muy eficazmente en varias otras obras. "El destete" (una de las piezas más difundidas de Halac) recibió también el Premio Argentores a la mejor comedia 1978. Y "Mil años, un día", tal vez su obra más importante, de carácter histórico (estrenada en 1993), obtuvo el Premio María Guerrero de la Embajada de España.
Para abordar este caudaloso libro (casi tan caudaloso como la elocuencia de su autor: Halac estuvo en Rosario en los meses de junio y julio para coordinar un taller de dramaturgia en el Teatro La Nave, con el auspicio de Argentores), no es imprescindible ceñirse al orden cronológico sino que el lector (digamos, el lector común) puede dejarse llevar por un camino antojadizo, guiándose por la sugestión de los títulos o por el disfrute de una página al azar, salvo que se quiera apreciar la trayectoria literaria del dramaturgo desde sus principios hasta la actualidad. El estudioso o crítico teatral (tal como hace el investigador Osvaldo Pellettieri en el prólogo) emprenderá la lectura paso a paso, disciplinadamente, lo que implica recorrer un segmento considerable de la historia del teatro argentino de la segunda mitad del siglo XX.
Halac nació en Buenos Aires en 1935 y se inició en la dramaturgia deslumbrado por el teatro de Bertolt Brecht. ("A los 17 años asistí a una representación de Madre Coraje, a cargo de Alejandra Boero, y la impresión que recibí fue tan intensa que, a pesar de mi origen judeo-sefardita, decidí aprender el alemán", según su propia confesión.) Poco después viajó a Alemania (mediante una beca del Instituto Goethe) y allí se contactó con los artistas del Berliner Ensemble creado por Brecht, quien había fallecido unos meses antes. Esta temprana atracción, sin embargo, no marcó la escritura de Halac: "Nunca creí en la teoría del distanciamiento brechtiano".
A la vuelta de este viaje (que se extendió a otros países de Europa) dio a conocer, en los años 60, sus tres primeras obras: la citada "Soledad para cuatro", "Fin de diciembre" y "Estela de madrugada". Ellas configuran una etapa marcadamente realista que refleja la problemática de los 60: los conflictos existenciales en los que se debaten los jóvenes de entonces, los "jóvenes viejos" de la clase media desorientados e insatisfechos. Incluso el estilo de estas obras es característico de la década sesentista: abundancia de palabras, mucho diálogo (casi no hay silencios) -y Halac ya se perfila acá como un diestro dialoguista-, un discurso que tiende a ser expansivo, amplio, no conciso, y (otro toque realista del autor) minuciosas, casi obsesivas acotaciones. "Estela de madrugada", con su protagonista femenina, prenuncia la creciente importancia de la figura de la mujer en la obra posterior de Halac (protagonismo que alcanzará su punto más alto en "Frida Kahlo, la pasión", de 1996).
Luego de este ciclo inicial, se advierte una etapa intermedia (la de "Tentempié I" y "Tentempié II") en que Halac empieza a resquebrajar las convenciones del teatro realista o más tradicional: hay mayor soltura o libertad en cuanto al manejo del tiempo y del espacio, los personajes se atreven a apelar al público y se insinúa cierta magia o sortilegio.
En una tercera etapa (correspondiente a los años 70 y parte de los 80) se acentúan los aspectos innovadores en las obras de Halac: se rompe con los espacios escénicos estancos, los personajes "juegan", emergen apariciones o presencias fantasmales (como el dueño del burdel en "La Perla del Plata" o las "tres extrañas viejas" de "Lejana tierra prometida", que instalan un peculiar clima o atmósfera) y se incorpora de lleno el humor e incluso canciones. Frente a la gravedad o seriedad con que dialogaban los jóvenes del ciclo inicial, ahora Halac desenvuelve la comicidad y el ingenio. Se destacan piezas como "Segundo tiempo", centrada en la pareja (ya no en los jóvenes solitarios) y también en las frustraciones de la mujer. "El destete" es definidamente la comedia, de enredos y equívocos, que desemboca en el grotesco y la farsa.
Otra obra recordable de esta etapa es "Un trabajo fabuloso", la historia de un hombre de barrio que decide convertirse en mujer para tener un oficio más lucrativo. Y la más perfecta o redonda de estas comedias es, quizá, "Ruido de rotas cadenas", donde un Juez muy formal debe casar a una pareja de clase baja que acude al Registro Civil con su familia compuesta por desocupados, sin domicilio y con quehaceres poco honrosos. La pieza ofrece momentos desopilantes pero es a la vez perturbadora porque refleja con fidelidad los problemas sociales de la época.
En una última etapa (los 90 y principios de 2000) merecen señalarse dos hitos: "Mil años, un día", una obra mayor, muy documentada, madura e intensa (y con profusión de personajes, como Halac suele barajar), que narra la expulsión de los judíos de España, en 1492, por Isabel la Católica; y "Luna gitana", una comedia dramática de sólo dos personajes, una prostituta y un filósofo, dos figuras entrañables (producto de estos tiempos en que se confunden Biblias y calefones o de este "mundo al revés") que despliegan un diálogo muy rico, con chispa, con poesía y hondura.
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Fotos
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En "Teatro completo" pueden descubrirse distintas etapas de la obra de Halac.
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