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 domingo, 07 de agosto de 2005  
Editorial
La hora de la democracia

Hoy se renueva el rito. En el estreno de una modalidad electoral sobre cuya aplicación existen tanto dudas como expectativas, la ciudadanía santafesina tomará parte por primera vez de manera obligatoria en las internas partidarias. Pese al clima de indiferencia, no debería olvidarse que sólo la participación popular mejorará la calidad de las dirigencias.

Cada vez que el pueblo acude a las urnas la memoria debe resurgir para que las generaciones más jóvenes valoren la importancia que reviste tan sencillo y, al parecer, natural acto de la vida cívica. Suele desconocerse u olvidarse que el sufragio -que en el presente forma parte de los cimientos inamovibles de la sociedad nacional- se veía, no tanto tiempo atrás, como una inalcanzable utopía. Y que costó mucho esfuerzo recuperar el estado de derecho, cuya definitiva consolidación tal vez sea la más trascendente conquista de la Nación en las últimas dos décadas.

Hoy se vota en la provincia y se estrena, además, una modalidad electoral: el reemplazo de la fallida ley de lemas por las internas abiertas, simultáneas y obligatorias debe verse como un intento por mejorar la calidad del sistema. Es de esperar que pese a la indiferencia y escepticismo que campean en la ciudadanía el saldo final de los comicios sea positivo: es decir, que la herramienta democrática resulte útil para mejorar la calidad de vida y, sobre todo, para paliar las profundas desigualdades e injusticias que caracterizan el actual escenario social santafesino.

Y es que indiferencia y escepticismo, pese a estar justificados por los sucesivos y sonoros fracasos de la dirigencia política, sólo pueden desembocar en individualismo, en dar la espalda al conjunto para privilegiar lo propio. Y bien conocido es el resultado que tal actitud -trasladada al ámbito colectivo- trajo aparejados para el país durante el transcurso de la paradigmática década pasada.

El "que se vayan todos" de diciembre de 2001 sólo puede tener valor en tanto gesto espasmódico, en tanto revulsivo. De ir más allá, desembocaría inevitablemente en el autoritarismo mesiánico: porque se sabe, cuando todos se van, siempre queda uno.

La democracia está lejos de ser una panacea, ese remedio milagroso que cura todos los males de manera inmediata. De hecho, una elección debería verse como una de las radiografías más precisas que puedan practicarse del estado de una sociedad. Pero así como en el país la democracia necesita de una vez por todas hermanarse con la eficiencia, quienes critican desde la poltrona deberían asumir que el único camino para mejorar la dirigencia es refundar la militancia desde la ética y debatir, participar, votar, apasionarse. Sólo con más y mejor política podrá el país -y también la provincia- salir del pantano que lo aprisiona.
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