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 domingo, 07 de agosto de 2005  
Interiores: el mal menor no deja de ser un mal

Jorge Besso

El mal menor no deja de ser un mal por el hecho de ser menor. Es esta una evidencia que tiene la virtud negativa de pasar desapercibida, al punto que un mal menor no sólo es aceptable sino que da la impresión que hasta deja de ser un mal. Es verdad que en un sentido muy extendido esta cuestión tan remanida del mal menor se ha vuelto una cosa práctica, sin la cual más bien parecería una cosa imposible la vida cotidiana en la que a menudo tenemos que aceptar algo como el mal menor.

Un caso ilustrativo de lo anterior y a la vez muy obvio, es que si de pronto a la vuelta de la esquina nos encontramos con un asaltante, y nos lleva el dinero que hasta ese momento portábamos, a todas luces si lo podemos contar es precisamente un mal menor. De lo contrario nos hubiera atrapado el mal mayor, que en este caso sería el de no poder contar más el cuento.

Es interesante ver que esta filosofía del mal menor, carente del más mínimo prestigio intelectual, está muy generalizada tanto en lo individual como en lo social. Como individuos nuestras aspiraciones, en un porcentaje difícil de calcular o de desentrañar, se van reduciendo a partir de un realismo más o menos espontáneo que nos lleva a decir que lo fundamental es tener salud. Lo cual sin duda es así, ya que la salud figura en un lugar principalísimo dentro de la condiciones necesarias para estar bien en esta vida.

Pero no es suficiente, sobre todo teniendo en cuenta que la salud por lo general está muy lejos de ser absoluta con lo que frecuentemente pasamos a considerar "tener salud" a un estado que consiste en no tener la papa o cualquier otra jodedura grave que nos pueda instalar en el último tramo de nuestra existencia.

De no ser así, en semejante comparación, cualquier mal será más o menos un mal menor. Con "la sociedad", o con "las sociedades", las cosas no son demasiado distintas sobre todo en un punto esencial: resulta un lugar común desde hace ya bastante tiempo ver y caracterizar a la democracia como un mal menor en materia de gobiernos, cuando se dice de la democracia que es el menos malo de todos los gobiernos posibles. Mal menor en este caso con respecto a las dictaduras, que aun siendo diversas y con sentidos diferentes igualmente no dejan de imponer sus designios y de liquidar cualquier oposición que se interponga a dichos designios.


Dictados
En el siglo pasado era una costumbre muy extendida en la escolaridad la práctica del dictado. La maestra en el comienzo de la clase, o a la vuelta del recreo o en un giro de su enseñanza de ese día, de pronto exclamaba: "Dictado". No se trata aquí de una reflexión pedagógica sobre tal método (que tenía como es de imaginar sus más y sus menos), sino de la posición subjetiva en la que nos instalaba la orden de la maestra, en este caso desde el impecable delantal blanco, tableado a la perfección, de la Michi Barberis en la Escuela Fiscal Nº 271 de San Jorge.

A partir de ese instante quedábamos en un mano a mano con "la lengua", en una partida necesariamente despareja y de la cual salíamos mejor o peor parados según factores diversos. Visto a la distancia, lo cierto es que dicho ejercicio que representaba por lo general un momento top en el sufrimiento escolar, nos daba la oportunidad semanal de situarnos en una posición activa frente a la majestuosa y poderosa lengua española (en este caso), al tener que confrontar y comparar las palabras que nos dictaban con la versión de dichas palabras en nuestro interior.

No obstante, al ir corrigiendo nuestros errores (todavía hoy es frecuente encontrarse con algún error o acaso con alguna duda) nos íbamos domesticando poco a poco y todos los días. También es verdad que con relación a la lengua hay espacios de libertad y de flexibilidad, fundamentalmente ocupados por el arte, como también usos y costumbres locales o regionales en el habla que son errores para la lengua oficial e inevitablemente tolerados. En ocasiones, aceptados oficialmente, momento en el cual dejan de ser un error.

Es el caso de la palabra chalet que devino en chalé y que, curiosamente, casi nadie usa. Pero aun así, todos los días somos dictados no sólo por "la lengua", sino por un rosario de poderes que nunca duermen ni se toman vacaciones. El humano es un ser "dictado" por excelencia que circula hasta cuando ya no circula, y al que desde que nace ya se le ha dictado sentencia (aunque con cumplimiento abierto).

Frente a semejante poder, la humanidad no se encuentra en su mejor momento y peor todavía si nos miramos con la luz del brillo de los progresos y las proezas tecnológicas que ni siquiera alcanzamos a abarcar. Las democracias de hoy (tal vez casi todas las anteriores), aun siendo un mal menor no dejan de dictar y aplastar ya que, entre otras cosas, ninguna altera la ley de leyes imperante en los centros y en los rincones más diversos: todos los días la riqueza va aplastando a la pobreza. Y por lo que parece cada vez más. ¿Es este un mal menor o un mal mayor?

Para peor, para muchos ni siquiera es un mal, más bien es un bien, pues están forrados de bienes. Frente a tanto dictado no es ninguna solución ir de dictador por este mundo. Por muchas razones, entre las cuales porque no es precisamente una razón menor, ni un mal menor el hecho no siempre visible de que los dictadores son esclavos de su poder. No seamos tan ingenuos, ni tan escépticos, cada cual lucha, y con cierto éxito contra sus "dictados". En todo caso la ingenuidad está en creer que la humanidad abolió la esclavitud, aunque la versión y las versiones actuales sean un mal menor.
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