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 domingo, 07 de agosto de 2005  
Enamoramiento: ¿una sana enfermedad?

Dicen que el enamoramiento comienza con una especie de cosquilleo en la punta del corazón. Que causa mareos, vista nublada, sudoración intensa en la palma de las manos y golpeteos arrítmicos en las arterias causados por breves espasmos en la sangre. Los que lo padecen sienten que están inyectados con una especie de elixir que les convierte la rutina de sus días en actos mágicos y sublimes. La adrenalina sube y libera las endorfinas y por lo tanto no existe posibilidad de sufrir siquiera de un resfrío, pues todo pesar o dolencia están concentrados allí, en esa punta del corazón donde se anidó el virus del enamoramiento.

También dicen que si el enamoramiento se produce bajo los desórdenes de la ley, las buenas costumbres, y la moral, los psicólogos intentan destruirlo, los sacerdotes repudiarlo o caso la ley o el dedo de la sociedad juzgarlo de muchas maneras.

Los que más saben dicen que dura entre tres y seis meses y que luego se esfuma como el humo de una pitada de cigarro, pues al cabo de ese tiempo comienza uno a ver mejor y entonces llega la desilución y la mirada exacta hacia las personas, circunstancias, hechos, etcétera. Es entonces el momento en el que el gusano se convierte en mariposa, la hormiga sale de su aislamiento bajo la cueva y los primeros brotes de un lazo irrompible se asientan un poco más lejos de la punta del corazón, justo en el medio, donde se clavan muchas veces las lanzas para matar al enemigo o los silencios que golpean tanto más duro que una cachetada en pleno rostro, haciendo recordar, sin querer, otros silencios imperdonables, otros golpes.

En ese justo instante en el que el enamoramiento llega a la mitad del corazón, se supone ya no regresará hacia atrás por mucho tiempo. Lo que es peor avanzará y se desparramará por cada cánula, arteria, vena o ventrículo y a través de la sangre será llevado hacia todo el cuerpo. Por eso cuando se está frente a la persona amada ya no hay miedos ni tinieblas; sólo tiempos de espera, tal vez alguna lágrima discreta que añora el encuentro, tal vez un dolor intenso en el pecho por la nostalgia de otras horas pero, afirman (con total razón creo yo) que a tal punto ya es imposible recuperar el alma que uno llevaba desierta, o acaso el cuerpo que seguramente creía dormido y ni psicólogos, ni sacerdotes, ni la misma ley de los hombres puede anularlo, pues el virus se habrá afirmado en cada poro, punto por punto, del individuo.


Sentimientos contrariados
Hay una sola diferencia entre el primer día y el último, aunque ambos sentimientos llegaran acompañados de tristezas, llantos, risas, odios, insultos, palabras melosas o cualquier otra manfestación de lucha o calma, y esa diferencia sustancial es que primero se llama enamoramiento y después, apaciguada la gravedad de los primeros síntomas, se llamará amor (aunque sea imposible).

Ese latirá siempre, pero circunstancialmente llega a inflamarse y es como si un nido de tarántulas se instalara en la carne, en los huesos, en el sexo, y se convierte en una marea que puede ahogar en sus vaivenes tormentosos cuando aparece la necesidad del otro, o en arañas caminantes por la pies en el calor del verano, o en cualquier lluvia que aún en la imaginación se pegará al vidrio con melancolía.

El amador entra en un delirio de imperiosa dependencia hacia el amado, como los adictos hacia alguna droga y es capaz de fantasear que subirán a un caballo blanco para recorrer juntos floridos campos de placer.

Claro, el amor no es una empresa concreta pero sí sumamente compleja e involuntaria en sus comienzos. Luego, queda a cuenta de cada uno intentar erradicar lo que algunos creen una sana enfermedad y otros un vicio insoportablemente imposible de apartar. Es donde cada uno, sin manuales, debe acertar la mejor elección. ¿Usted qué piensa hacer?

Estela Parodi

Escritora
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