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domingo,
07 de
agosto de
2005 |
Yo creo: "El violín provocativo de Galasso"
J. L. Cavazza / Escenario
La única referencia del violinista Michael Galasso era la banda sonora de la película de Wong Kar-wai, "Con ánimo de amar". Una música cargada de tristeza y soledad, que acompañaba a una incierta utopía de la desazón amorosa de los protagonistas, chapoteando apáticamente por las esquinas de una Honk Kong siempre lluviosa de inicio de los 60. La trama era sencilla: un hombre y una mujer inician una amistad motivada por las infidelidades de sus respectivos cónyuges. La música de Galasso marcaba el tempo (lento) y el tono (melancólico) del filme. Una especie de único vals marcado por la futilidad de un amor imposible. Quien vio la película difícilmente haya olvidado, sobre todo, esta música. Una especie de metáfora para expresar el cambio a través de las cosas que no cambian. Intensa y sugerente, con espacios de silencios repitiéndose. Dicen que un encuentro con el músico John Cage cambió la vida de Galasso y que el vanguardista norteamericano ayudó a darle forma a su estilo bajo una adictiva mezcla de barroco e improvisación. En los 80 Galasso orilló el rock y tocó en Nueva York con Sonic Youth. Ahora, tras 20 años sin grabar un disco propio, el sello alemán ECM editó "High Lines". Y la curiosidad se transformó, desde la primera escucha, en una especie de despertar en medio del pánico; con la sangre desembocando en las orejas, como esperando oír las sirenas de alarma en la calle. El provocativo violín del señor Galasso acompañado por la guitarra eléctrica distorsionada del noruego Terje Rypdal, más un contrabajo y percusión dosificados en espacios largos llenos de texturas y atmósferas extrañas.
La película continúa pero es otra. Ya no hay monotonía, hay un tiempo supersónico que tiende
un puente entre la Edad Media y el posmodernismo, con los viejos y los nuevos tiempos adheridos por un sonido distinto que baja la escalera mecánica de un centro comercial vestido de cruzado medieval y con un prendedor
de coca-cola en la solapa.
Un disco que desborda belleza, pero con un toque de noche cerrada y de cerebro destrozado de hablar horas y horas con el contestador automático. 50 minutos de un viaje intenso y crepuscular... y después, al otro lado de la ventanilla, están la lluvia, el aire fresco, los pájaros y un pocillo de café horrible en la primera estación del peaje.
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