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 domingo, 26 de junio de 2005  
Saqueo pictórico. En los 80 Rosario fue escenario de especializados robos a museos y casas particulares
Infructuosa búsqueda para hallar valiosas obras de arte
Hace 18 años la familia Tricerri Capriolo sufría el saqueo de su casa de Rioja al 1800. De allí se llevaron 300 piezas de incalculable valor económico. Hasta ahora nadie les dio respuesta sobre el destino del botín

Leo Graciarena / La Capital

En los años 80, Rosario supo de una modalidad de robo poco conocida hasta entonces en la ciudad: la sustracción de obras de arte, un mercado que mueve en el mundo hasta 5.000 millones de euros anuales. Fue en noviembre de 1983 cuando desaparecieron cinco cuadros del Museo de Arte Decorativo "Firma y Odilo Estévez". Cuatro años más tarde, el 24 de marzo de 1987, fue el turno del Museo de Bellas Artes Juan B. Castagnino. De allí se llevaron seis obras. En medio de esos golpes, el fin de semana de Pascuas de 1986, hubo un escruche en una casa de Rioja al 1800 de donde los especializados ladrones se llevaron más de 300 piezas de incalculable valor. Entre ellas, pinturas pertenecientes al renacimiento, al barroco y al impresionismo italiano. Ninguna de ellas fue aún recuperada. Casi 20 años más tarde, sólo las víctimas del robo, una mujer de 90 años y sus dos hijos, parecen alimentar una investigación que a simple vista parece estar en una vía muerta.

El prejuicio de que "arte es sinónimo de aristocracia" puede ser el árbol que no permite ver el bosque de un mercado negro que mueve en el mundo millonarias cifras por año. En ese marco, la Unesco coloca al robo de obras de arte en el tercer lugar de los grandes mercados negros, detrás de las drogas y las armas. El incremento de esta modalidad llevó a la oficina argentina de Interpol a "colgar" en su sitio web en 2002 un apartado que contiene precisiones sobre 1.105 piezas robadas en el país.


"Nos arruinaron la vida"
"El robo nos arruinó la vida", es la síntesis, palabras más o menos, a la que se arriba tras charlar con Hortensia Tricerri de Capriolo, de 90 años, y sus hijos María Teresa y Pedro. "El valor de las obras es incalculable", es la otra frase coincidente.

La familia Capriolo Tricerri recuerda hoy que su casona de Rioja 1884 sufrió dos golpes, aunque uno de ellos sobresalió por el valor y la dimensión del botín. Los ladrones actuaron con marcada osadía, no se distrajeron en los detalles de una casa de alta sociedad y fueron sobre las obras con valor de reventa. "Fue como robar en un museo", sostienen 18 años después del hecho. "En el 86 se llevaron la gran mayoría de las obras que había en el lugar y en el 91 vinieron por lo que quedaba", explicaron.

Una vieja película del casamiento de Hortensia con Victorio Capriolo, en octubre de 1950, convertida hoy a DVD, es una de las pruebas que las víctimas exhiben para demostrar que la casona de Rioja al 1800 contenía una cantidad de obras de arte digna de un museo. "Mi padre era coleccionista cuando la familia todavía vivía en el norte de Italia", explicó la anciana. El blanco y negro de la filmación no alcanza a ocultar que la vivienda señorial fue uno de los epicentros de la alta sociedad de la época, aunque es cierto que los golpes a su patrimonio modificaron la realidad.

Los Capriolo Tricerri cuentan que el fin de semana de Pascuas de 1986 no estaban en Rosario. Don Victorio, ya fallecido, había viajado a Bariloche, y el resto de la familia estaba en Buenos Aires. Veinte años más tarde, la hipótesis de que los ladrones se habrían descolgado por los fondos de la casa desde un hotel contiguo quedan en segundo plano.

Los hampones conocían a la perfección los movimientos de la familia y sabían que nadie regresaría ese fin de semana, así que trabajaron con tranquilidad. "Algunas de las pinturas las desmontaron de los marcos y otras se las llevaron con bastidor", explican. Así, robaron una colección de garniture (accesorios) de bronce; un juego de 250 piezas de cantón; dos ánforas de Sévres blancas con el sello de Chateau de Tulleries (1845) y otros dos decorados por Eugene Poitevin. Pinturas como "Otoño" de Jacobo Da Ponte (del siglo XVI); "La degollación de San Genaro", de Doménico Zampieri (Domenichino) del siglo XV o XVI; "La ofrenda", de Luigi de Servi, del siglo XIX; "La Mula de Balam" y "La anunciación de Santa Ana", ambas de Felipe Ricci.

"Algunas de las obras cubrían una pared", comentó Hortensia. Entre los objetos robados había una imponente araña de 12 brazos Meissen de 1850 de porcelana decorada con motivos florales, que tenía 1 metro de diámetro por 1,5 metro de alto.

El robo fue denunciado el 8 de abril de 1986. A partir de ese momento, y al tratarse de una colección privada, el desconocimiento fue un escollo determinante a sortear por los investigadores. "De muy buena fuente sabemos que la circular a Interpol alertando sobre el robo en la casa salió un año más tarde, es decir cuando sucedió lo del Museo Castagnino", explican las víctimas. El museo de Pellegrini y Oroño fue robado el 24 de marzo de 1987.

Inicialmente el expediente recayó en manos del juez Daniel Terani, quien se excuso. Entonces la causa llegó a manos del magistrado Osvaldo Santiago. Los tiempos de la investigación llevaron a la familia a presentar en octubre de 1988 una demanda ante la Corte Suprema provincial "por las negligencia e irregularidades que había en la causa". En 1991 el expediente pasó a manos del juez Eduardo Suárez Romero. "No es que nosotros nos quejemos de los jueces, lo que buscamos es que se investigue", suplicaron.


Una nueva "visita"
En agosto de 1991 se produjo el segundo escruche en la casona de calle Rioja que quedó en manos del juzgado de Instrucción 1ª. "Se llevaron el Bassano que les faltaba -«Invierno»- y dos jarrones que habíamos logrado recuperar, entre otras cosas", comentaron los hijos de Hortensia.

Por el escruche de 1986 estuvo detenido el hijo de un conocido escribano rosarino, quien a los pocos días fue liberado. Angustiada por la falta de dinámica investigativa, la familia presionó para que se libraran exhortos a las sucursales de la casa de subastas Sothebys en Londres, Nueva York, Ginebra y Edimburgo. Y también se consultó al grupo Lloyds, para conocer si alguien había intentado asegurar las obras robadas. Y por si eso no bastara, publicaron en 1990 las obras robadas en la revista Ifar Reports, un catálogo especializada en la cuestión, de consulta obligada en los principales museos del mundo.

Los Capriolo Tricerri, quienes por necesidad se hicieron expertos en investigación, ven varios puntos de contacto entre el escruche que les arruinó la vida con el robo registrado en la catedral de Córdoba el mismo año, cuando se suplantaron obras falsas por verdaderas. Aunque tampoco descartan, por la precisión, los golpes dados en los museos Estévez y Castagnino. Por estos hechos se investigó a una organización conocida como "conexión Rosaura", integrada por ex hombres de los servicios de inteligencia durante la dictadura argentina.

"Estos bienes eran como una AFJP para mis padres y se los robaron", explicó uno de los hijos de Hortensia. A lo largo de dos décadas, por casualidad y fruto de la búsqueda, se encontraron algunas de las obras. "Las encontrábamos en anticuarios, les avisábamos a la Justicia y cuando daban la autorización para allanar, las obras ya no estaban más", comentaron.

"Dos jarrones que fueron encontrados en 1998 la Justicia nos los entregó recién en 2002", dijo Pedro. Y a eso, como valor agregado, hay que sumarle la falta de investigadores expertos en arte. "Hay una estatua de bronce -El Reposo del Guerrero, de 1834- que está en el juzgado. La tenían a la venta en un anticuario, demostramos que es nuestra y pretenden que litiguemos en la Justicia civil", explicaron. Las causas permanecen técnicamente abiertas a pesar de la prescripción en cuanto a los autores de los robos. "Ojalá que antes de morirme se pueda encontrar alguna otra de las obras", comentó al despedirse doña Hortensia.
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"La anunciación de Santa Ana", de Ricci, una de las obras robadas.

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