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 domingo, 26 de junio de 2005  
Una mala cena

Carlos Duclós

Permitirá el lector que esta columna se ofrezca a los hombres y mujeres de la tercera edad, con frecuencia olvidados y humillados. Hay un pensamiento de sir Francis Bacon que si bien debe meditárselo con cuidado y no tomarlo de buenas a primera, tampoco conviene desterrarlo del archivo cotidiano. Decía el ilustre hombre que "la esperanza es un buen desayuno, pero una mala cena". De todas formas, detrás del concepto sobre la esperanza como virtud que traza el estadista y filósofo inglés, hay un gran concepto y enseñanza respecto de la espera. Esperanza y espera no son la misma cosa y confundirlas puede ser fatal para el ser humano como individuo y para la suma que es la sociedad. Conviene desmenuzar un poco los conceptos.

Esperar es apenas permanecer mientras se aguarda, es una actitud pasiva y expectante. Es un poco ansiar la llegada mágica de aquello que se anhela. Esperar en el principio de la vida o incluso en los medios de la vida puede ser una pérdida de tiempo, pero en general tal espera no implica un mal mayor. ¿Por qué no? Porque aún el que espera puede darse cuenta de que esperar no es esperanza. El problema, la dificultad seria, aparece cuando se sigue esperando aun si el sol de la vida avanza hacia el crepúsculo.

¿Qué cosa significa esperanza? Puede definirse como la virtud del aguardo y de la fe donde no está ausente el empeño y el trabajo. Esperanza es aguardar mientras se acciona, con la convicción de que llegará lo que se anhela. Ciertamente, tanto la espera como la esperanza son un buen desayuno, porque el ser humano como la sociedad están llenos de esa sensación de bienestar que da el imaginar que llegará el propósito deseado, pero cuando el día de la existencia humana va pasando y lo anhelado no arriba entonces un sabor amargo se va haciendo en la boca del alma. Este saber es más amargo en aquel que espera, porque el que tiene esperanzas apuesta, con justa razón y lógica, que en determinado momento de su día su necesidad será saciada. En rigor de verdad la esperanza nunca deja a sus seguidores sin una rica cena. Esto, claro, en el orden individual y privado, porque en el orden social la esperanza de un ser humano está a merced de la disposición del Estado. Por eso cuando algún vecino o ciudadano de este país exclama amargamente: "¡Nos han matado hasta la esperanza!", no está diciendo nada disparatado.

Como advierte el lector, no hablamos hoy de política partidaria, hablamos de esa política sublime, la filantropía de los hombres de Estado y ausente en este país desde hace décadas. Ausencia que fue suplantada por la violencia sangrienta, por la mentira bastarda, la conculcación de los derechos y la humillación de las almas. Y como decíamos en el inicio dedicamos especialmente esta columna a esos hombres y mujeres de la tercera edad que en las postrimerías de sus vidas tienen esa "mala cena" de Bacon no porque no hayan tenido esperanzas, no porque se hayan pasado la vida en la mera "espera", sino porque los dirigentes de este país hollaron una y otra vez sus derechos.

Paradecir mejor, pisotearon los derechos de todos desde el propio nacimiento y no conformes con ello, porque parece que no bastara, hay quienes pretenden pisotear los derechos desde la propia concepción. Lo trágico es que se condene al ser humano en su final y se le imponga una doble y tremenda condena: el hambre y el desamparo de sí mismo en los umbrales de la muerte y observar en la agonía como se hambrea a su descendencia: hijos y nietos.

Hace pocas horas, mientras el mundo político argentino, sin distinciones de colores, permanecía ensimismado en estrategias electorales y armado de listas, una mujer pensionada, en una siesta y una plaza rosarina, lloraba en soledad el despido de su hijo y la incertidumbre de su nieto. ¿Cuántos llantos hay a lo la largo y a lo ancho de este bendito suelo? Muchísimos; son cuantiosas las lágrimas. Claro que estos llantos no llegan con frecuencia a los escritorios de algunos funcionarios y ellos no se enteran de tales sentimientos porque no suelen caminar por las calles de la vida.

Por ello, era necesario un alto en el comentario político partidario. Era necesario por dos motivos esenciales: Primero para mitigar un poco la culpa por no hablar de lo trascendente y segundo porque si a pesar de la esperanza (no de la espera) tenemos una mala cena, al menos que el oprobioso menú no nos encuentre con la boca tapada y en silencio.
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