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 domingo, 22 de mayo de 2005  
candi
Charlas en el Café del Bajo
-"Somos como un caballo sin memoria,/somos como un caballo/que no se acuerda ya/de la última valla que ha saltado./Venimos corriendo y corriendo/por una larga pista de siglos y de obstáculos,/De vez en vez, la muerte.../¡el salto!

-"Y nadie sabe cuántas/veces hemos saltado/para llegar aquí, ni cuántas saltaremos todavía/para llegar a Dios que está sentado/al final de la carrera.../esperándonos.

-"Lloramos y corremos,/caemos y gritamos,/vamos de tumbo en tumbo/dando brincos y vueltas entre pañales y sudarios".

-En esta poesía que hemos leído con Inocencio, León Felipe pone al menos como alternativa existencial la reencarnación del alma humana. El poeta emplea algunas palabras que se transforman en ideas dramáticas. Dice, por ejemplo, que somos un caballo sin memoria, que trasciende a los saltos y que también retorna para volver a trascender a través del salto de la muerte. La meta es Dios, pero antes de esa meta hay un largo camino de pañales y sudarios, de llantos y corridas. No voy a poner en tela de juicio la teoría de la reencarnación sustentada en la filosofía oriental y desplegada en tantas y ricas religiones, sólo voy sostener que al menos la existencia humana transcurre ciertamente entre un pañal y un sudario. Esa es la verdad incontrastable y proverbial. Si después del sudario hay otro pañal o el cielo prometido o el infierno merecido es una cuestión de fe. Lo cierto, lo enteramente cierto, es que los seres humanos todo lo que conocemos es un pañal que nos recibe y un sudario que nos despide. Y es en ese lapso en donde podemos estructurar nuestras vidas según nuestra voluntad, aunque muchas veces ciertas circunstancias incluso nos limiten, nos impidan respirar plenamente.

-Digamos hacia dónde vamos con nuestra charla de hoy.

-El mensaje es el siguiente: el paso entre el pañal y el sudario es fugaz, rápido y a veces el fin golpea la puerta del ser sin que éste aguardara tan temprano al visitante. Por eso la existencia, enmarcada en el tiempo, no puede derrocharse. ¿Cuándo se dilapida o se malbarata la vida? En muchas ocasiones y cotidianamente: cuando se permite que la causa de la angustia siga produciendo el efecto sin que se le ponga límite; cuando la carga agresiva impide el perdón, no formulado protocolarmente, sino desarraigado desde el inconsciente; cuando la ingratitud reina; cuando el egoísmo impera; cuando la no reflexión y aceptación de la verdad es el patrón que rige la vida; cuando la incomprensión campea y la intolerancia danza y, entre muchas otras cosas, cuando pudiendo caminarse mil metros no se hacen más que diez.

-Se derrocha la existencia, además, cuando cargamos sobre los demás el peso de nuestros fracasos y cuando pasamos esta corta vida abandonados a la suerte inexistente y justificando nuestro ocio, nuestra inacción, nuestra carencia de objetivos y nuestra desventura con la culpa del prójimo.

-El edipo mal resuelto al que con frecuencia nos remite el psicoanálisis para mostrarnos el por qué a veces somos lo que somos y logramos lo que logramos es muy interesante, pero por sí mismo no resuelve nada. Que la genética nos manifieste que el carácter de una persona está predeterminado por los ácidos tampoco lleva a resolver la cuestión del derroche existencial. Mucho menos, por supuesto, la profecía de los astros o la videncia del destino.

-Séneca decía que "parte de la curación está en la voluntad de sanar" y esta es una verdad que no puede ser negada. No se puede evitar el derroche de la existencia sino existe la firma voluntad de ejercer acciones en tal sentido. La voluntad es determinante en la vida, pero además de determinante es el arma más eficaz y poderoso con la que cuenta el ser humano no sólo para vencer el edipo mal resuelto, la distorsión genética o la circunstancia adversa. Es cierto que a muchas personas que se encuentran en el límite patológico no puede reclamárseles absolutamente nada y hasta es preciso darles, pero quien lejos está de esa realidad no puede quedarse a dormir en los laureles del escenario culpando al director o a los demás actores por no haber tenido un rol en la gran obra.

Candi II

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