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domingo,
24 de
abril de
2005 |
Córdoba: Camino a las nubes
El ascenso al Cerro Champaquí es una experiencia que atrapa especialmente a jóvenes
y familias con chicos. Guía completa para no perderse el encanto de cada una de las paradas
Sebastián Suárez Meccia (*) / La Capital
Si bien es cierto que las sierras cordobesas tienen una geografía bien diferente a nuestra pampa húmeda, por una cuestión de cercanía, los rosarinos estamos muy acostumbrados a Córdoba. Me pasa que aún recorriendo los circuitos tradicionales siempre regreso con la hermosa sensación de haber conocido un lugar nuevo.
El objetivo de esta reunión era llegar a la cima del Champaquí, la cumbre más alta de los cerros cordobeses. Salimos varios grupos de rosarinos en distintos vehículos, en días diferentes, y con una interesante diversidad de edades. Había un matrimonio con hijos adolescentes, adolescentes con padres separados, separados sin hijos pretendiendo ser adolescentes y un grupo, como dirían las abuelas, de "solterones".
El punto de encuentro fue la hostería El Champaquí en Yacanto de Calamuchita. No sabíamos llegar, pero nos dijeron que no era difícil. El acceso a esta comarca al pie de los cerros arranca cruzando el puente de metal en Santa Rosa de Calamuchita, con rumbo noroeste por un camino pavimentado que deja claro que el ascenso comienza. Su sinuosidad es bien custodiada por pinos y álamos, y en ningún momento obliga al conductor a dejar de contemplar un paisaje cada vez más atrapante.
Después se llega a un pequeño valle, 1.230 metros sobre el nivel del mar, con algunas parcelas cultivadas con maíz y girasol. Luego de una curva aparecen agrupadas, pero dispersas, algunas construcciones, y en 400 metros se termina el pavimento; si no se frena justo en la escuelita French y Berutti, se pasa de largo y se termina en La Cumbrecita.
En ese valle está la hostería, un chalet de la década del 40, típico de las sierras, muy bien conservado. Aunque llegamos pasada la medianoche, Martín, que es un psicólogo porteño de 35 años, dueño del lugar junto a Angeles, su esposa que es chef, nos demuestran que no tienen ningún problema en preparar la mesa para que junto a un hogar de piedras muy antiguo y cálido cenemos un exquisito goulage (especie de pasta que se sirve con salsa de hongos del lugar). Salimos a hacer un trekking de aclimatación al amparo de una noche silenciosa y diáfana con un aroma a pinos y peperina fresca que sirvieron de marco ideal para contemplar cómo las estrellas se perdían en la inmensidad del Champaquí... Nos fuimos a dormir, éramos los últimos en llegar.
La mañana fresca y soleada nos sorprendió temprano. El desayuno, con dulces de frutos de la zona y pan casero calentito, nos dio la energía para emprender el ascenso.
El primer tramo, que es el más largo, lo hicimos en poderosas 4x4. Los dueños, rosarinos, se la pasaron hablando de las dificultades del terreno y de las cualidades de cada uno de los vehículos. Los autos quedaron en Yacanto. Los solteros fuimos en la caja abierta de la camioneta tracción simple de Juan, un arquitecto de San Jenaro Norte.
Partimos, con rumbo oeste, al amparo de nuestro guía Nicolás, un adolescente callado y muy atento oriundo de Concordia, buscando el cerro Los Linderos. La cara este de las altas cumbres, como marco cinematográfico, nos mostró cerros enormes tapizados por bosques de pino salignia, plantados allí tiempo atrás seguramente por algunos soñadores que antes que nosotros sintieron lo mismo que, algunos en silencio y otros a los gritos, estábamos experimentando en ese momento.
Empezamos a transitar por un camino montañoso, de piedras, marcadamente en ascenso que cada tanto es cruzado por un hilito de agua proveniente de una vertiente que baja tímidamente buscando unirse al río Tabaquillo. Este sendero fue construido para instalar las columnas y los cables de alta tensión que colectan y transportan la energía que producen las usinas de los diferentes embalses cordobeses.
En algunos lugares, producto de los caprichos del camino, quedamos al costado pero muy cerca de las cabezas de las columnas sintiendo intensamente el ruido del paso de la electricidad.
Llegamos a una pequeña meseta donde la vegetación se olvidó de los sólidos árboles y los cactus, los espinillos y las enredaderas silvestres para transformarse en pequeñas matas achaparradas, en flores de colores increíbles que salen en grupos de dos o tres entre de las piedras al amparo del viento o en líquenes de colores secos. Allí se ve la geografía de la mica, el cuarzo y el feldespato, los tres minerales constitutivos del granito.
El lugar es utilizado como "estacionamiento" al aire libre, para comenzar el segundo tramo de ascenso a la cumbre de Los Linderos, a 2.773 metros sobre el nivel del mar, y de allí al ansiado destino, la cumbre del Champaquí a 2.890 metros. El sitio es también el descanso de las personas que desde la base acceden en motos enduro, mountain bike o simplemente caminando. Para sorpresa de los pilotos rosarinos, nos encontramos con una pareja de abuelitos en un inmaculado Citroen 3cv blanco, una familia numerosa en un Dodge 1.500 no tan inmaculado y un fiat Vivace, sin tripulación y sin GPS.
En realidad existen varias rutas para hacer cumbre. Se puede acceder desde Traslasierra (San Javier) en trece horas de caminata; o en tres días de a pie haciendo noche en refugios saliendo desde Santa Rosa o Villa General Belgrano, o vía Villa Alpina, donde el camino se angosta tornándose una senda escarpada con piedras de punta.
La temperatura, que es muy cambiante, según nos contó nuestro guía, está muy influenciada por el viento y el paso de las nubes que tapan o no el sol. Tenemos nuestros "polar" atados en la cintura, pantalla solar en la cara y la vianda que nos prepararon en la hostería más una botellita de agua mineral recargada con placer en el camino, concentradas en tres mochilas de ataque (pequeñas) que nos turnamos en llevar.
Este camino nos muestra, ya al medio día, una postal inmejorable de Merlo dirigiendo la mirada al sudoeste, y del valle de traslasierra, al noroeste. A 50 metros de la cumbre, en Los Linderos, otra sorpresa: con la visera de su gorrita hacia atrás, pasa, bajando muy pancho en su zanelita 50, un chico.
La cumbre es pequeña, y entre las piedras tiene unas antenas de telecomunicaciones rojas y blancas abatidas por el viento que los niños usan para jugar "al caballito". Es un buen momento para hidratarse y agruparse en una foto. Llevamos una hora de marcha.
El último tramo es un senderito entre las piedras, donde por momentos hay que caminar en "cuatro patas" por precaución, aunque no hay mayores peligros. Si uno mira adelante todos son senderos válidos, y por supuesto, como a esa altura somos todos montañeses, cada uno elige el suyo.
No es fácil perderse, lo que sí es fácil es no poder seguir y tener que desandar el camino recorrido. Con la paciencia del buen pastor, Nico sale a juntar el rebaño; allí uno entiende por qué es importante tener un guía.
Para pasar entre algunas piedras hay que ayudarse. De paso, tomamos aire mientras preguntamos a los que descienden -no sin cierta desesperación- si falta mucho.
La cumbre permite el placer de recostarse exhausto en una piedra por algunos minutos para reagruparse mientras inhalamos profundamente ese aire maravilloso, mirando pasar muy cerca las nubes. Un momento ideal para darse cuenta que, en rigor, no era tan difícil llegar.
Para asombro de muchos, estaba lleno de rosarinos; se escuchan cánticos de Ñuls y Central... Quizá por ser un fin de semana largo había delegaciones de Corrientes y porteños; estudiantes de Chaco y tucumanos, pero no había extranjeros. Eso sí, la mayoría de los cumbristas aprovechaba la buena señal imperante para hablar por celular.
Después de una merecida siesta, comenzamos el descenso; algunos hacen los mismos chistes que a ellos les hacían los que bajaban cuando preguntaban "cuánto falta!".
Al anochecer, después de casi 9 horas de aventura, nos esperan en Yacanto bajo unos nogales añosos con una fogata maravillosa y cabritos a la estaca de "el alemán", un arquitecto de Esperanza, ex funcionario público que "cansado de todo" se instaló allí para ver crecer a sus cuatro hijos y reencontrarse con su profesión.
(*) Fotoperiodista
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La magnitud de la cumbre del Champaquí es el premio mayor.
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