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domingo,
24 de
abril de
2005 |
[Lecturas]
Del liberalismo criollo
Historia. "Vientos de fronda", de María Inés Tato. Siglo XXI Editores, Buenos Aires, 2004, 280 págs. $26.
Mario Glück
La trayectoria política del recientemente fallecido Alvaro Alsogaray podría ser una muestra de las contradicciones del liberalismo "realmente existente", con sus principios doctrinarios. Básicamente se le criticó su fundamentalismo en materia económica, que contrastaba con su escaso apego a las libertades democráticas. Las paradojas se relativizan si entendemos, como alguna vez señaló Norberto Bobbio, que liberalismo y democracia son conceptos políticos que no necesariamente funcionan juntos en la práctica. La historia argentina es un buen ejemplo de esta relación conflictiva.
Los avatares de nuestro régimen político se pueden estudiar, entre otras formas, siguiendo la trayectoria de los liberales-conservadores criollos. María Inés Tato en su libro "Vientos de Fronda", analiza la trayectoria de Francisco García Uriburu, un político y periodista liberal-conservador, director de dos periódicos emblemáticos de la época como La Mañana y La Fronda.
El período que elige (1911-1932) es clave para ver en acto la relación entre democracia y liberalismo. El inicio es el momento más reformista del liberalismo, con una serie de proyectos encaminados a una democratización del régimen, que se sintetizaron en la ley Sáenz Peña. García Uriburu dirigía el diario La Mañana y acompañó desde sus páginas el proyecto de Roque Sáenz Peña, incluso en contra de los elementos más reaccionarios de las elites políticas e intelectuales. Al mismo tiempo tejía alianzas entre las fuerzas liberales y conservadoras, proponiendo su adaptación al nuevo contexto de modernización y ampliación del espacio político, con el objetivo de construir un partido programático de la derecha liberal.
Este intento se vio plasmado en el Partido Demócrata Progresista, que fracasó en parte por las disidencias internas de los sectores más aferrados a las viejas prácticas fraudulentas y clientelares, como el partido conservador, y las propuestas programáticas de Lisandro de la Torre.
Pero el fracaso más contundente de este proyecto, lo dio el veredicto de las urnas, con el triunfo de la fórmula radical en 1916. A partir de ese momento, la actitud de García Uriburu fue virando desde una crítica a los aspectos antiliberales del gobierno de Yrigoyen, hasta una abdicación de los mismos principios liberales. Uriburu, ahora desde el periódico La Fronda, se constituyó en una especie de oposición principista de Yrigoyen, señalando las aristas más conservadoras y autoritarias del nuevo régimen, como las intervenciones federales y las prácticas políticas clientelares. Sin embargo, la crítica fue adquiriendo progresivamente características más elitistas, al caracterizar al gobierno como el de la "chusma".
La presidencia de Alvear, en cambio, fue vista con buenos ojos, entre otros motivos, por el origen social del nuevo presidente, más afín a García Uriburu y los redactores de La Fronda. La esperanza de este grupo estaba cifrada en la posibilidad de que el nuevo gobernante limpiara el radicalismo de las características plebeyas que le habría impuesto su antecesor.
El triunfo en 1928, nuevamente de Hipólito Yrigoyen, marcó el comienzo de la etapa más radicalizada de La Fronda, incorporándose entre sus redactores notorios antiliberales y fascistas como Rodolfo Irazusta, Carlos Ibarguren y Ernesto Palacio, asociados en la empresa común antiirigoyenista, con liberales-conservadores como García Uriburu.
Así, junto a agrupaciones intelectuales como la Liga Republicana y paramilitares como la Legión Cívica, se constituyeron en la vanguardia del golpe de estado de 1930, encabezado por el general José Félix Uriburu, primo de Francisco García Uriburu. La Fronda apoyó con entusiasmo la primera dictadura militar argentina, sobre todo en el proyecto corporativista que impulsó, criticándola luego por derecha cuando éste fue abandonado por el propio gobierno por inviable.
El libro de María Inés Tato, si bien está centrado en la figura de Francisco García Uriburu y en su periódico La Fronda, es representativo de una variación de la tradición liberal que se inaugura en 1930: la alianza tácita o explícita entre liberales-conservadores, fascistas y militares, contra las experiencias democráticas. El motivo de esta convergencia fue el "desorden" y el "populismo" que encarnaban para ellos los gobiernos de Yrigoyen, Perón, Frondizi, Illia y nuevamente Perón en 1973. Estas representaciones se combinaban con el temor de que estos gobiernos, fueran una suerte de facilitadores de la llegada del comunismo.
Esta trayectoria errática de la relación democracia-liberalismo tuvo una vuelta de tuerca en la década del 90; el ahora neoliberalismo se "reconcilió" con la democracia, con la seguridad -globalización y caída del "socialismo real" mediante- de que su proyecto económico y social comenzaba a ser hegemónico a escala planetaria.
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