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 domingo, 24 de abril de 2005  
Editorial
Los libros, de nuevo a escena

La reedición de un verdadero clásico de la cultura en el país, la Feria del Libro, significa una magnífica oportunidad para que la gente se encuentre cara a cara con los artífices de la palabra y para que ese objeto insustituible que es el libro se convierta en la merecida estrella.

Cada año, una significativa ceremonia laica se recrea en la capital argentina: la Feria del Libro es, en efecto, mucho más que un evento de carácter comercial o una mera vidriera donde las editoriales exponen las novedades de sus catálogos. Su trigésima primera edición ya abrió las puertas y, como siempre, el anuncio de la presencia de reconocidos escritores despierta las expectativas de la gente, que acude en masa. Se espera que una concurrencia de un millón doscientas mil personas anime el gran acontecimiento, cuyo carácter popular permite que el libro encuentre más lectores que nunca en el resto del año.

Pero el valioso contacto directo entre los creadores y el público es apenas una parte de los atractivos de esta verdadera fiesta de la cultura, donde ese objeto silencioso, profundo y entrañable que es el libro se convierte en la estrella. Familias enteras disfrutan del paseo y los chicos son los primeros entusiastas a la hora de hojear y curiosear. Durante la apertura, el homenaje a los reconocidos editores José Luis Mangieri -a quien muchos poetas argentinos deben la aparición de sus obras- y Arturo Peña Lillo -conocido por la divulgación de la corriente del pensamiento nacional que encabezó Arturo Jauretche- fue el momento oportuno para que la primera dama vertiera conceptos adecuados a la coyuntura histórica que enfrenta el país, tan ligada al necesario reencuentro con sus raíces.

"Hay autores que casi subterráneamente pudieron descorrer el velo para develarnos una historia diferente", dijo Cristina Fernández de Kirchner, en homenaje, justamente, al tantas veces postergado o menospreciado creador del "Manual de zonceras argentinas". Y más allá de la eventual coincidencia o discrepancia con el polémico ideario jauretcheano, resulta valioso el reconocimiento a quien tanto bregó por la consolidación de una identidad nacional, así como por la definitiva instauración de la justicia social en la Argentina.

Y eso es la Feria ya de manera definitiva, un auténtico clásico que se renueva cada trescientos sesenta y cinco días: el escenario del encuentro entre las palabras -vehículos de belleza y de ideas- y la gente. Ojalá esta edición profundice y prolongue el éxito de las anteriores.


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