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domingo,
24 de
abril de
2005 |
Reflexiones
Dios es
argentino
Carlos Duclós / La Capital
Según parece uno de los cardenales del cónclave que eligió a Benedicto XVI le gastó una broma al primado argentino, Jorge Bergoglio, quien habría salido segundo en la votación. "Dios es argentino, sería demasiado que también el Papa fuera argentino", le dijo el purpurado al jesuita. Claro que existen varias interpretaciones: ¿qué habrá querido decir el cardenal?
Podría tratarse de una ironía filosa dedicada a la soberbia de algún funcionario o tal vez habrá tratado de explicar a Bergoglio el porqué este país y sus habitantes siguen adelante a pesar de todo. Un "a pesar de todo" que no es poca cosa. Sí, seguramente Dios es argentino y por ello su misericordia se multiplica al considerar las circunstancias que apabullan a los habitantes de este suelo. Pero, de todos modos, y aún con un Dios argentino, nada es fácil.
La realidad muestra que cerca de 5 millones de argentinos están desempleados mientras que otros 2,5 millones están beneficiados por los planes sociales, que hacen bajar el índice real de desocupación. Un 51 por ciento de los jóvenes padece el flagelo del desempleo. Y es preocupante enterarse de que unos 500.000 profesionales están sin trabajo y sin poder dedicarse a lo suyo. Pero el flagelo de la desocupación no termina allí, porque un amplio segmento está subocupado, es decir con trabajos eventuales o changas y otro segmento importante está ocupado, pero con haberes que apenas si alcanzan. ¿Formar una familia? ¿Independizarse de los padres y comenzar a volar solos? Impensable, la situación económica no sólo que desalienta a muchos jóvenes, sino que lisa y llanamente les impide la independencia física. Y allí se produce otro golpe, casi mortal, para la estructura social: la falta de creación de nuevas células sociales y el resquebrajamiento de la ya formada, porque todos saben que la convivencia entre padres e hijos, y por carácter transitivo entre parejas, se torna compleja cuando el hijo luego de determinada edad aún comparte la vida con sus progenitores.
La cuestión no se circunscribe a la faz física, económica o social. Un ser humano sin trabajo o un joven ocioso tienen un presente humillado y observa un futuro oscuro, por lo tanto es un ser en alguna medida frustrado, emocionalmente debilitado. ¿Qué padres no estarán preocupados por un joven en ese estado? La frustración, entonces, ataca al núcleo familiar. No hay que ser Jacques Lacan para saber que tanta irritabilidad que se observa en la calle, en el trabajo o en la casa se debe a la tremenda frustración que carga el ser argentino. Frustración que algunos insensatos pretenden curar con placebos. ¿Ejemplos? El descarado discurso de los gobernantes no sólo de hoy sino desde muchos años a esta parte y la complicidad de algunos comunicadores cuando se hacen eco, y reafirman que todo está bien cuando en realidad hay un tsunami que podría terminar en una devastación. De hecho ya hubo un desmoronamiento cultural. Hoy impera en la Argentina la cultura de la droga, del alcohol, de la delincuencia, del egoísmo y de la injusticia. Ejemplos: hoy un gobernante puede disponer de más de 500 millones de dólares para invertirlos en bonos rusos, perderlos y que nadie diga nada. Hoy un sindicalista puede impulsar una huelga en un hospital de niños y dejar a las criaturas desamparadas. Hoy un ladrón a las 24 horas recupera su libertad y el ciudadano honesto vive enrejado. La cultura de lo correcto fue destruida. Pero tiene razón el cardenal: Dios es argentino, de otra manera no se explica que aún sigamos, a pesar de todo, sin perder las esperanzas.
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