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 domingo, 24 de abril de 2005  
Educación: Convivencia en la escuela

Las escuelas para niños con necesidades educativas especiales (NEE), en cualquiera de sus especializaciones (discapacitados intelectuales, sensoriales, motores, etcétera.), han experimentado grandes y significativos avances en los últimos quince años. Y aunque estas escuelas son las más vulnerables y las más abandonadas de todo el sistema, han logrado, mediante un trabajo constante y riguroso, insertarse plenamente en el sistema educativo como la única vía alternativa; sobre todo cuando otras puertas están cerradas para este universo de niños y niñas con discapacidades.

Son entonces estas escuelas una realidad y una necesidad social; por lo tanto, una posibilidad educativa concreta para un considerable segmento de la población escolar, que según indican las estadísticas continúa en aumento.

No obstante, y pese a que su mayor logro fue salir del anonimato, aún no es posible cantar victoria, ya que entre las modalidades común y especial no se promueve como debiera, ni se favorece como lo expresa la ley federal de educación un acercamiento que ambas modalidades educativas deberían consolidar para un trabajo pedagógico compartido y exitoso.

Y más todavía cuando hasta el hartazgo se habla en distintos documentos de integración que tanto la escuela común como la especial tienen un mismo objetivo: enseñar a aprender. Lo único que cambia, entonces, son sus destinatarios.

Pero, además es bueno saber que el acercamiento, la integración y el trabajo compartido terminan favoreciendo considerablemente a ambos destinatarios del sistema educativo y no únicamente beneficiando, como suele afirmarse, a niños y niñas con NEE.

La integración incrementa, fortalece y modifica su autoestima, a veces tan disminuida por la presión social que circula en torno a la discapacidad, pero nadie ha reparado en que los alumnos de las escuelas comunes comienzan a apoderarse o a construir nuevos valores ciudadanos, cimentados en la convivencia democrática.

Es de esta manera que los niños modifican o se apropian de importantes contenidos actitudinales como aprender a convivir con la diferencia, a ser más solidarios, a aceptar la diversidad y a ser más tolerantes.

Ya no ven al "otro" como si le estuvieran haciendo el favor de ser aceptado, sino que lo viven como un derecho de ese "otro" a integrarse y ser aceptado plenamente en la sociedad democrática y plural que habitan y comparten.

Aquí está el verdadero sentido de la integración: en beneficios para todos los actores sociales, sin excepción. Aquí queda plasmada la propuesta por la que siempre luchó la escuela especial, que dice que ambas modalidades pueden convivir, compartir, interactuar y retroalimentarse.

Es este entonces el logro más significativo de la modalidad especial que la escuela común, finalmente y pese a toda la presión, les haya abierto la puerta grande para que cualquier niño con NEE transite alguno de los espacios curriculares donde sean más perceptibles sus capacidades, antes que sus discapacidades.

Es necesario que ambas modalidades impulsen mayores instancias de acercamiento, mediante acciones educativas, artísticas, deportivas, lúdicas y sociales. Espacios donde también la comunidad en general, y los padres sobre todo -que son los que muchas veces se niegan a que sus hijos compartan un lugar con el "diferente"- participen e interactúen con la escuela.

Será una manera para que se conviertan en multiplicadores de la experiencia y se transformen en promotores de la creación de nuevos espacios de aprendizajes compartidos, ya no únicamente para los alumnos, sino también para toda la sociedad: una verdadera escuela en y para la democracia.

Daniel Tillería Pérez

Licenciado en gestión educativa
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