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domingo,
24 de
abril de
2005 |
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Autonomía
Por Jorge Besso
En nuestro idioma autonomía e independencia se definen recíprocamente de forma tal que si a la autonomía tenemos que buscarle un sinónimo podemos recurrir a independencia, del mismo modo que si queremos encontrarle un sinónimo a independencia puede calzar justo el de autonomía. La similitud entre ambos conceptos hace que se los pueda utilizar tanto respecto de los países, como de los individuos. Con todo, el término independencia parece más amplio, ya que los países festejan la declaración de su independencia (y no la declaración de su autonomía) y "adentro" de los estados independientes hay instituciones que son autónomas, como pueden ser las provincias, en cierta forma los municipios o en otros países los estados que conforman la nación.
Sea como sea la cuestión de la autonomía atraviesa de una punta a la otra tanto a los individuos como a la sociedad que los incluye, y es así porque si bien el concepto de independencia parece más abarcador, lo cierto es que es posible despegarlos de forma que en la brecha que surja entre ambos pueda emerger un sentido diferente que permita comprender mejor las posibilidades humanas tanto individuales como colectivas. En este sentido la Real Academia abre el concepto de autonomía con una definición muy interesante: "Estado y condición del pueblo que goza de entera independencia política". Con lo que llegamos a que se requiere de una independencia entera para hablar de autonomía, y por tanto perfectamente podemos concluir que bien se puede tener independencia, y sin embargo carecer de autonomía.
Como argentinos, somos independientes desde el 9 de julio de 1916, fecha histórica y más bien escolar que cada año festejamos con un feriado y una gran cantidad de actos aburridos. Al mismo tiempo que carecemos de autonomía, ya que nuestras políticas internas y externas en buena (o mala) medida la deciden en otros Fondos. Un ejemplo más terrible aún de independencia sin autonomía es Irak, país muy joven con respecto a la independencia que, graciosamente le otorga Inglaterra en 1922 para manejarle sus primeros gobiernos hasta que toma la posta la muy invasora familia Bush, cuya última invasión la realizaron en el Vaticano en donde depositaron sus conciencias tan negras que ni la fumata blanca podrá siquiera convertirse en gris.
A nivel individual podemos constatar algo bastante similar ya que tener independencia no garantiza (ni es lo mismo que tener autonomía) pues se entiende por independencia, quizás en forma ligera, la independencia económica. La importancia desmesurada de lo económico, su lugar de "causa de las causas" hace que comparada con otra como posible determinante de la conducta humana quede más bien deshilachada comparada con la económica, ya que como se dice "por la plata baila el mono". Lo que tomado literalmente seguramente no es así, pues nada significa la plata para el mono, pero sí para el humano que por la plata puede quedar convertido en mono, es decir en un ser más o menos complaciente, por lo general sonriente más capaz de algunas imitaciones que de realizaciones.
Es decir que individualmente, al igual que con respecto a los países, con toda probabilidad nos enfrentamos con más "estados" independientes que autónomos, ya que son muchas las veces en que las independencias son más formales que reales, hasta en lo económico. Llegados a este punto, es el momento de mirar todavía un poco más de cerca estos dos conceptos: el humano es un ser lo suficientemente especial en la escala general de lo viviente capaz de combinar dos incombinables: aislamiento y dependencia. Es que bien mirado, somos más proclives a mirar el árbol que a mirar el bosque, y lo que es peor a confundir o a creer que el árbol es el bosque, lo que lleva al humano a consumir buena parte de su turno de existencia encerrado en los mismos problemas, repitiéndose en sus elecciones, haciendo más ejercicio de su dependencia que de su libertad.
Habría que poder asumir que la dependencia está en la naturaleza humana ya que, por empezar, dependemos de todo lo que amamos y de todo lo que nos ama; y esto sin olvidar que también dependemos de lo que odiamos y en ocasiones hasta de lo que nos odia, fundamentalmente en los síndromes de odios recíprocos, a veces más perdurables que los del amor. Es decir que cualquier independencia tiene sus límites, y este es el punto en que los conceptos de autonomía e independencia se juntan, o se cruzan ya que aplicado a los vehículos, autos o aviones por caso, se entiende por autonomía la capacidad de un vehículo de circular o volar sin repostar. Medida en kilómetros o en horas de vuelo, a partir de las cuales hay que volver a las fuentes: del combustible o del amor.
Finalmente lo que interesa es la autonomía entendida esencialmente como la capacidad de decisión y no sólo como la facultad o la potestad de decidir, sino como el ejercicio de cuestionar y cuestionarse los aislamientos, encierros y dependencias que padecemos y hacemos padecer a los otros. En cuanto a la sociedad, la enfermedad del y por el poder barre con casi todas las autonomías y hasta con algunas independencias, ya que el culto y el aferramiento al poder se ha transformado en un valor en sí mismo por encima, incluso, del dinero.
En estos días hemos podido asistir a una demostración de poder y del poder en los funerales del Papa Juan Pablo II, todo superconcentrado y supercontrolado, demostración que culmina en una elección que pareciera fue decidida antes del cónclave y quizá antes de la propia muerte del Papa saliente. El inteligente columnista del diario madrileño El País lo resumió así: "Junto al sepelio de un entusiasta pontífice, hemos visto una muy antigua escenificación. La del poder seducido por la iglesia y la de la iglesia seducida por el poder". Y esta doble y recíproca seducción deja el triste saldo de que haya más "independencias" que autonomías.
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