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 domingo, 19 de diciembre de 2004  
"El método de Rayuela es el único de mi vida"
En los 70 Cortázar se escribió con Lida Aronne, una estudiosa de su obra. Aquí se publica un fragmento de una carta inédita

Saignon, 1 de agosto de 1970

Amiga Lida (Aronne), después de una carta y un trabajo como los que acaba de enviarme, no puedo empezar una respuesta a base de distinguida o estimada . En cuanto a la respuesta en sí, estará muy por debajo de lo que usted merece, pero vivo un tiempo en el que la soledad ya no me sirve para tener tranquilidad, un tiempo sin tiempo, arrancado de sí mismo; contestarle como debería supone por lo menos un equivalente simbólico a lo mucho que usted ha trabajado en Rayuela; acepte entonces estas líneas como la mera sustitución de una verdadera carta; acepte también, y en primer término, toda mi gratitud y mi amistad...

La gratitud no viene de que a usted le interese mi obra y se haya puesta a estudiarla, sino de las premisas y de los resultados de ese interés; puede imaginarse que llevo leídos muchos cientos de páginas sobre Rayuela, en todos los idiomas que soy capaz de entender, y la cosa parece estar lejos de acabar, porque a cada nueva traducción llueven las interpretaciones y los paralelismos; creo entonces estar calificado para decirle que su trabajo me parece admirable en todo sentido. Curiosamente, las eventuales relaciones entre Bloom y Oliveira (para no citar a los autores de estos niños terribles) son algo que hasta ahora se le había escapado a casi todo el mundo, empezando por mí mismo.

Recuerdo vagamente que cuando un tal Murena se precipitó a demoler Rayuela hacia el año 62, hizo alguna alusión al plagio, no sé si en relación directa con Joyce o por la vía de Adán Buenosayres, en ese entonces, y para utilizar una gloriosa frase de Mallea, me reí con todas las vísceras de su grotesquería sin pareja. Su estudio, ahora, sirve entre muchas otras cosas para probarme hasta qué punto todo lo que cuenta para nosotros en la literatura contemporánea es siempre, de alguna manera, Ulysses; y que usted haya tenido la inteligencia (y yo diría incluso la generosidad) de llegar a la conclusión de que el viaje interior de Oliveira empieza allí donde termina el de Bloom es una manera fecunda, abierta como diría Eco, de mostrar, prolongándola, la presencia inevitable y casi terrible del gran íncubo de Dublín. Cuando releo algunas de las conclusiones a que llegó el seminario cuyano, y que usted me transcribe, mido todavía mejor lo que va de semejantes investigaciones a una tentativa como la suya.

Usted me pide una opinión antes de abordar eventualmente un trabajo más amplio; creo que los párrafos precedentes son ya una opinión precisa, y desde luego, si alguna vez usted me planteara cuestiones concretas, nada me sería más agradable que tratar de contestarlas. Pero no se fíe mucho de mí en ese terreno, porque carezco hasta un grado increíble de facultad crítica o razonable, trátese de mí o de otros, y el método de Rayuela, es decir esas vías oscuras por las que a veces pasa la luz o la acción o la metamorfosis, sigue siendo el único método de mi vida y de mi obra; lo que significa que frente a problemas concretos de opinión, de juicio, estoy desamparado.

Yo sé cuando algo está bien en los terrenos de mi elección o de mi fatalidad; el problema es darme cuenta de por qué lo sé, y explicarlo a los demás si me preguntan . Hoy sé que su versión de Rayuela es la justa, es lo que yo hubiera podido decir si fuera capaz de ese sentido sintético y a la vez tan abierto y poroso que usted posee. Y no le estoy haciendo cumplidos, Lida; he salido de la lectura de su trabajo con un gran sentimiento de plenitud, de que alguien, por fin, ha resumido en unas pocas páginas las motivaciones y las intenciones más honda de mi libro. Cuando usted escribe: Naturalmente, esta concepción de la novela tiene que parecer descabellada a los admiradores de los episodios Trépat y Rocamadour, me da una gran alegría, porque todavía me toca leer aquí y allá unas lúgubres referencias a que desgraciadamente el resto del libro no está a la altura de los episodios T. y R. , lo que demuestra el malentendido inicial y todas las peladas de frente que siguen. Lo que me gusta en su ensayo es esa manera casi imperiosa con que ha dejado de lado todo lo que viste, por así decirlo, una novela (sin que ese vestir carezca de importancia, pero éste es otro problema, más literario por así decirlo), para ir directa y categóricamente a las aguas profundas, a las Madres del libro. Y no sé, podría seguir diciéndole cosas así, pero ya ve que como opinión no es demasiado útil para usted, que quizá espera algunas discrepancias, ajustes o calificaciones en materia de intenciones y vías de acceso. Algo me tranquiliza, de todas maneras, y es que en su carta usted dice creer más en mi método que en los de las escuelas. De mi método yo no sé nada, y quizá ese sea precisamente el método (There s a method in his madness dice Polonio de Hamlet); pero el suyo, en todo caso, se me da como muy eficaz en el sentido de que Oliveira está junto a usted todo el tiempo y no como el insecto al otro lado de la lupa.
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