| domingo, 19 de diciembre de 2004 | De un diario de viaje El juego y la escritura. Cortázar al regresar a Mendoza,en 1973, y una foto enviada a Sergio Hocevar (derecha). Vale la pena recordar, ya que existen los elementos documentales para hacerlo, cómo fue la decisión de Cortázar de abandonar Chivilcoy y aceptar las cátedras en Cuyo. En carta a Mercedes Arias, su corresponsal bolivariana, le contaba el 29 de julio de 1944, desde Mendoza:
Mis últimas semanas en Chivilcoy (hasta el 4 de julio, también para mí día de la independencia) fueron harto penosas. Los grupos nacionalistas locales me lanzaron una brulotada salvaje, y cierta vez que volvía yo inocentemente como de costumbre a hacerme cargo de mis cursos, amigos fieles me avisaron que se me acusaba (vox populi) de los siguientes graves delitos: a) escaso fervor gubernista; b) comunismo; c) ateísmo. ¿Fundamentos? De a): que mis clases alusivas a la revolución (tuve que dictar tres) habían sido altamente frías, llenas de reticencias y reservas; de b): quien incurre en a) entonces es b); de c): en ocasión de la visita del obispo de Mercedes a la Escuela Normal, yo había sido el único profesor sobre veinticinco más o menos que no besé el anillo de Monseñor (¡prueba irrefutable!). Juntando ahora los términos a), b), c), John Dillinger resulta un ángel al lado mío... Usted me conoce un poco; de estar yo solo, sé bien que en Buenos Aires encuentro trescientos pesos mensuales con sólo chasquear los dedos. Pero está mi gente, por la cual vengo soportando ya cerca de ocho años de destierro; esa gente indefensa en absoluto, por ancianidad o por deficiencia física, que dependen en un todo de mi cheque mensual. En fin, preví la tragedia y volví a casa para mi weekend con la seguridad de que la bomba explotaría en cualquier momento. Al llegar me dijeron que toda la tarde habían estado llamándome de la secretaría privada del Ministerio. Debo haberme puesto bellamente verde al oír eso. Llamé a mi vez, y oigo la voz de un muchacho a quien había conocido yo en Filosofía y Letras pero de quien estaba enteramente desvinculado. Quería hablar conmigo urgentemente, y allí salí yo en un taxi, seguro de que la denuncia había llegado y que este amigo intentaba prevenirme, acaso defenderme. (By de way: un mes atrás, yo lo había encontrado en Viau y entre otras cosas supe que había desempeñado cátedras en Cuyo pero que acababa de renunciar por cuestiones internas; y lo que es moralmente más importante esa misma mañana le manifesté terminantemente cuál era mi criterio con respecto al gobierno de Farrell y cuáles debían ser las legítimas medidas a adoptar en pro del país. Observe usted que mi posición estaba deslindada; ese mismo hombre era quien me llamaba ahora desde el mismo Ministerio.) Y ahí ocurrió lo inesperado: mi amigo, encargado del reajuste de la Universidad de Cuyo, me llamaba para ofrecerme el interinato de tres cátedras en Filosofía y Letras, aquí en Mendoza. Dos de Literatura Francesa y una de Europa Septentrional. Yo vi una mano del Destino: si me negaba y volvía a Chivilcoy, ¿no era desafiar un impulso que me mostraba una puerta de escape? Apenas lo pensé, dije inmediatamente que sí; seis días más tarde gestionaba mi licencia y me venía a Mendoza.
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