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 lunes, 04 de octubre de 2004

Una familia fue reducida por un dúo de bribones que le robó 10 mil pesos
Sabían de la existencia del dinero y conocían el nombre de sus víctimas: un matrimonio y sus cuatro hijos

Eduardo Caniglia / La Capital

Los dos hombres llegaron a la casa del barrio Jardín con una información precisa. Sabían que el dueño de la vivienda había vendido dos vehículos en los últimos días y tenía allí el dinero de la transacción. Después de que lograran ingresar al inmueble, inmovilizaron a toda la familia y poco les importó que dos de los chicos que estaban en la casa estallaran en llanto. Sólo se fueron después de encontrar los 10 mil pesos que buscaban y de asestarle un par de culatazos al propietario de la vivienda.

Darío Giménez tiene 35 años y es supervisor de la empresa de transporte 9 de Julio. Cerca de las 21 del sábado estaba en su casa de Junín 5939 junto a su esposa, Dora Moreira, de la misma edad, y tres de los cuatro hijos de la pareja. Todavía no habían cenado cuando dos jóvenes que desde hacía un rato merodeaban por la cuadra golpearon la puerta.

"Decile a tu papá que lo busca Claudio", le dijo uno de los desconocidos a través de la mirilla de la abertura a uno de los hijos del matrimonio, de 8 años. Desde adentro, a Darío el nombre le resultó familiar porque un pariente tiene se llama así. Entonces abrió la abertura y se topó con los maleantes. "Uno de los tipos empujó a mi papá y el otro lo apuntó con un revólver", explicó el hijo mayor de los Giménez, de 17 años.

"Quiero la plata del auto. Dámela y nos vamos enseguida", fue la orden dada por el otro intruso. En realidad, el dueño de casa había vendido hacia una semana un Peugeot 505 y una moto Gerrero Magic de 70 cc. Con ese dinero planeaba comprar un utilitario para afectarlo a tareas laborales. Y los ladrones buscaban los 10 mil pesos que había recibido por la transferencia de los dos vehículos. "Por el auto le dieron 8.000 pesos y por la moto 2.000", explicaron en la familia.


Dos culatazos intimidatorios
De nada valió que Darío les dijera que la plata estaba depositada en el banco. Los ladrones no le creyeron. "No seas boludo", dijo uno de los asaltantes, de unos 25 años y con mechitas rubias. Giménez no tuvo tiempo de pronunciar palabra. Enseguida dos culatazos le dieron de lleno en la cara y la cabeza para terminar en el suelo con sus manos atadas con precintos plásticos.

En ese momento, otra hija de la pareja, de 5 años, divisó las siluetas de los bribones desde su habitación. Aterrada, sólo atinó a exclamar: "Son choros". El grito alertó a Dora, que sacó la plata del placar y la escondió entre sus ropas mientras sus dos hijos menores se abrazaban y empezaban a llorar. Así se escondieron debajo de la cama para protegerse de los ladrones.

En tanto el cuarto hijo, de 11 años, que descansaba en otra habitación, se sobresaltó por los gritos y, apenas se levantó, el caño de un arma de fuego rozó su cara. Delante de él, uno de los maleantes comenzó a revolver el placar en busca del efectivo.


Un error involuntario
El hombre de pelo oscuro y de unos 30 años intentó maniatar a Dora, pero la mujer se resistió. Una maniobra brusca de la esposa de Darío les permitió a los ladrones hallar el dinero. "Mi mamá no quiso que le pusieran los precintos. Con el codo rozó la cintura y la plata se le cayó al suelo", explicó el mayor de los hijos de Giménez.

"Viste puta de mierda que vos tenías la plata", gritó uno de los ladrones mientras recogía el efectivo que se le había caído a Dora. Los Giménez creyeron que el atraco había terminado, pero antes de irse los bribones les dejaron algunas intimidaciones. "No nos denuncien porque los vamos a matar", dijo uno de los ladrones. "¿Dónde está R.?", preguntó el otro maleante en referencia la hijo mayor de las víctimas. Fue hasta su habitación, pero no lo encontró. Entonces los bribones decidieron marcharse, pero antes de irse obligaron a la pareja a acostarse en la cama.

Un rato después, Darío y Dora se liberaron de las ataduras. Recién en ese momento, R. se enteró lo que había ocurrido cuando su madre lo llamó desesperada por teléfono. El pibe estaba en la casa de su novia y caminó las cuatro cuadras que lo separaban. Cuando llegó, varias patrullas policiales habían acudido a la casa de Junín al 5900. Ya para entonces, los maleantes se habían esfumado.

Ayer al mediodía, los padres del adolescente no estaban. Habían ido a la seccional 12ª para denunciar el atraco. Estacionado en un galpón lindante, podía verse el viejo colectivo Mercedes Benz de color amarillo con el que Darío transporta los fines de semana a grupos de música bailantera. Adentro de la casa, la hija de la pareja todavía no había superado el mal trance. "Cuando escucha decir la palabra choro se pone a llorar", dijo su hermano mayor con preocupación.

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Los ladrones ingresaron a la vivienda tras llamar a la puerta y ser atendidos por un niño.

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