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 domingo, 29 de agosto de 2004

candi
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-"Ande yo caliente, y ríase la gente./Traten otros del gobierno,/del mundo y sus monarquías,/mientras gobiernan mis días,/mantequillas y pan tierno,/y las mañanas de invierno/naranjada y aguardiente,/y ríase la gente". Hagamos caso, pues Candi, a estos inmortales versos de Luis de Góngora y no hablemos hoy de política. Vamos a las mantequillas y pan tierno y dejemos que otros traten del gobierno del mundo y sus monarquías.

-Acepto, con la salvedad efectuada de que como el hombre en forma permanente, y especialmente en la aflicción, busca el estado de paz interior jamás lo encontrará sino conquista primero la paz social. Y esta armonía social, mi buen amigo, no puede lograrse sino por un liderazgo justo ejecutado por el Estado. Ergo, sin Estado en disposición de servicio, sin políticas en donde el centro sea la Justicia, el sentido de la existencia puede ser hallado e incluso ejecutado, pero excepto que se esté en presencia de un espíritu ubicado en niveles más altos y que haya logrado desapegarse del mundo, la paz interior jamás será plena. Por eso, no es bueno desentenderse de la cuestión política, porque ejecutada por líderes que sustenten sus planes en el principio del amor, ella se convierte en el sendero hacia la paz interior para todos los seres humanos.

-Bien, pero no tenemos a esos hombres y, muy por el contrario, tenemos en el país una pléyade de insensatos que desde hace años nos impiden vivir en paz social y lograr la paz interior, ¿qué hacemos?

-Los versos de Luis de Góngora a los que usted hacía mención siguen de esta forma: "Coma en dorada vajilla/el príncipe mil cuidados/como píldoras dorados;/que yo en mi pobre mesilla/quiero más una morcilla/que en el asador reviente,/y ríase la gente". Estas palabras son muy aleccionadoras y nos anuncian una forma de vivir, de lograr cierta paz aun cuando el gobernante, insensible, inepto, injusto, corrupto y a veces imbécil, se empeñe en asfixiar al ciudadano. Creo que las palabras centrales, la que dan vida a la idea y le ponen alma son esas que dicen: "yo en mi pobre mesilla quiero más una morcilla". Esto tiene interpretaciones.

-¿Cuál es? ¿Puede decírmela por favor?

-Una de ellas es la siguiente: aún cuando el príncipe dispone de poder, riquezas y aún cuando esos atributos los obtiene a costa del súbdito y por la aplicación de políticas que lo perturban, este vasallo, que ha alcanzado la sabiduría y sabe de lo efímero y vano de las cuestiones del mundo, se regocija, encuentra la dicha y la paz en cosas simples, pero que ama entrañablemente y son para él fundamentales en su universo. Es muy importante comprender esto, porque a menudo esta sociedad de nuestros días, este mercado individualista nos invita, sigilosa pero peligrosamente, a dejar de lado, olvidar la existencia de estas cosas simples. En ocasiones hasta se incurre en el error de aceptar que las tales nos corresponden "per se" y nos acostumbramos tanto a convivir con ellas que damos por sentado que nos son inherentes y estarán para siempre. Y esto es un gran equívoco, porque nada en la vida del hombre es propio ni eterno, ni siquiera la propia vida. Y en rigor de verdad sólo le pertenece al ser humano su decisión de formarla, de moldearla según su deseo y mientras disponga de la misma.

-De manera tal que cuando estas cosas simples, pero relevantes, se pierden el hombre advierte de su valor, que dejó de gozar con ellas mientras se comprometía en una lucha por obtener otros bienes que, si son logrados, no es sino a costa de la pérdida de momentos irrepetibles y de no pocas aflicciones, ¿verdad?

-Sí. Podríamos decir, para concluir, que aun cuando no debe desatenderse, de ninguna manera, la cuestión del rol del Estado en la felicidad del hombre, nadie debe permitir que políticas repudiables comprometan enteramente su paz interior. Para eso se debe apelar a las cosas simples que Dios, seguramente, pone a todos a nuestro lado. Y reflexionar, además, como lo hizo el poeta con la rosa, sobre lo exiguo de la existencia: "Ayer naciste, y morirás mañana,/para tan breve ser ¿quién te dio vida?". Que no se permita, Inocencio, que estos maturrangos, como decía San Martín, opaquen hasta el delicado cristal de los hombres que esperan con fe.

Candi II
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