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 miércoles, 09 de junio de 2004

De Rosario a Montevideo

Edgardo Broner (*)

Hacía mucho frío y llovía en Rosario, mientras los himnos le resultaban interminables a once venezolanos desabrigados, que habían llegado en tren desde Buenos Aires para jugar contra Argentina por la Copa América del •75. Un virtuoso temperamental pasó mucha rabia ese día, en el punto más bajo de la historia de la selección vinotinto, que perdió 11 a 0. Era Richard Páez, que moría por revertir tantos golpes recibidos con la camiseta nacional.

Tres décadas más tarde, Páez, en el estadio Centenario, dirigió a Venezuela en la goleada contra Uruguay, dejando a su equipo con la misma cantidad de puntos que Brasil en las Eliminatorias a Alemania 2006.

El viaje en el tiempo de una balsa destrozada que salió por el Paraná para anclar en el Río de la Plata convertida en un barco deslumbrante comenzó a cambiar con el crecimiento de las competencias en Sudamérica.

En el verano del 96, en Mar del Plata, llegó el primer aviso. Venezuela se metió en el cuadrangular final con Dudamel, Vallenilla, Rey, Vera, Urdaneta, Castellín y Morán.

Un año más tarde, la Sub 20 estuvo a dos puntos de un Mundial. Ese grupo, con Noriega, Rojas, Ricardo Páez, Cásseres, Jiménez y Vielma, ganó un año más tarde el oro de los Juegos Centroamericanos y del Caribe.

Mientras tanto en la Sub 17 comenzaron a ganar partidos jóvenes como Arango, Villafraz y Miguel Mea Vitali. El técnico Lino Alonso, con buen ojo, recorría el país para armar estos equipos, basado en su intuición.

La selección mayor sólo daba algún golpe. Todas estas generaciones confluyeron en el seleccionado de Pastoriza, quien le dio jerarquía, ganó muchos amistosos, pero no consiguió resultados en las Eliminatorias.

Richard Páez esperaba su oportunidad. Había mostrado buen fútbol con Estudiantes de Mérida y se fue formando visitando a Capello, Maturana, Ochoa Uribe y Bianchi.

Llegó a la selección con un discurso nacionalista motivador, que hizo rendir al máximo a sus jugadores, insistió con el buen trato de pelota y con apuntar siempre al arco contrario. El plantel, que había saboreado triunfos juveniles, pero empezaba a sufrir las habituales frustraciones, comenzó a disfrutar junto a él el tiempo de revancha.

El país se impactó con las cuatro victorias consecutivas de la pasada Eliminatoria, en medio de una época tensa en lo político que aún tiene enfrentados a los venezolanos. La camiseta vinotinto, antes imposible de conseguir, se convirtió en símbolo de unión e identidad nacional.

Jamás el estadio Olímpico de Caracas se había llenado por el fútbol venezolano y ahora, cada vez que juega la Selección, se viste de vinotinto. Por fin los jugadores sienten a un país detrás empujando, después de décadas de competir en la clandestinidad.

Clasificar al Mundial dejó de ser un chiste para convertirse en una ilusión. Y el venezolano desde hace meses está convencido de que se logrará. Tal vez con la misma irresponsabilidad con la que algunos jugadores encaran a los rivales que juegan en Europa, sin complejos, tanto por el mensaje convincente de Páez, como por el del psicólogo Carlos Rodríguez.

Si bien se mantienen las deficiencias estructurales y en la formación de jugadores, el bajo nivel del campeonato local y muchas de las causas de las goleadas, el partido en Montevideo sobrepasó hasta a los optimistas radicales. Ahora no es solamente una ilusión, nadie puede borrar a la Vinotinto de la lista de candidatos.



(*) Periodista de Radio Caracas y autor del libro "Gol de Venezuela"

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