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 domingo, 11 de abril de 2004

"Compostura de muñecas", de Marcelo Scalona: Aguafuertes rosarinas

Sebastián Riestra / La Capital

Dicen que Rosario es una ciudad de poetas. A pesar de Riestra, Gorodischer, Lagunas, Fontanarrosa, Suárez, López de Tejada y otros que sin querer, lo juro, olvido, dicen que Rosario es una ciudad de poetas. A pesar de que hasta los poetas (casos D'Anna, Ibáñez, Isaías, Taborda, Prieto, Aguirre) se tientan con narrar, se sigue hablando de la "ciudad de los poetas". A pesar, también, de Marcelo Scalona. A pesar de "Compostura de muñecas" (y admito que el título me gusta menos que poco).

Pero el anterior es un detalle. Los textos que integran este libro que editó Homo Sapiens, publicados originalmente en las contratapas de Rosario/12, dejan claramente establecido que estamos frente a un prosista, es decir, alguien que sabe contar y que es dueño de una impronta en el ríspido terreno del lenguaje.

Y esos no son detalles. Aunque en primer término, y esto es clave, corresponde recordar que estas páginas fueron escritas para un diario. Es decir, su gestación ocurrió en el marco de limitaciones de espacio y exigencias de tiempo. Y aunque estas no pueden ni deben funcionar como excusas, tampoco cabe soslayar el hecho, que en sí es determinante.

Determinante, acaso, de los desniveles de este volumen de doscientas páginas en cuerpo pequeño, donde coexisten momentos de alto vuelo con otros que no ameritan el recuerdo cálido.

En las mejores páginas, Scalona narra. Cuenta, enhebra historias, maneja personajes, tiene paisaje y además ese paisaje nos pertenece a quienes somos rosarinos y sentimos amor por esa condición tan problemática. Este equipaje básico del novelista o cuentista forma parte de sus posesiones a la hora de desafiar el blanco de la pantalla de la computadora. Hay muchos ejemplos de que, cuando quiere (¿o cuando puede?), Scalona construye relatos de rotunda eficacia, que agarran al lector desde la primera frase y lo sueltan, conmovido y sin aliento, en un final que se espera como la copa de vino que acompaña al buen queso. Y además el columnista (de esto se trata) cuenta con un plus: es dueño de una percepción poética del mundo (y uso el adjetivo con plena conciencia de su cursilería absoluta). No de otro modo debe calificarse a aquel que es capaz de abrir las alas del milagro literario en la esquina de Rueda y San Martín, mientras su personaje persigue a un destartalado Valiant 13.

En las mejores páginas, Scalona está en la senda de Cortázar, del Gordo Soriano. Coloquial, liviano, natural, escribe en argentino sin nada más que algún escaso resbalón ocasional. No es poco mérito.

En las peores páginas, Scalona "se" narra. Autorreferencial y enciclopédico, se para en un discurso que dentro del periodismo rosarino manejó mejor que nadie Gary Vila Ortiz. Aquí, Scalona cita a Borges, pero no se le parece (lo cual dista de ser malo, por supuesto). Y nos cuenta con innecesaria precisión informativa su pasión por directores y actrices de cine club. Tarjeta amarilla.

Pero insistamos en el concepto: estamos hablando de un escritor, no de un plumífero ni de alguien que se aventura en el bosque de las palabras con la actitud del que pisa huevos. El desafío que lo aguarda son las formas mayores, los libros que no parten de una recopilación de lo anteriormente publicado. Habrá que trabajar, entonces. Más aún. Dentro de un medio que en general sólo produce libritos, que en numerosos casos no llegan ni a tener lomo.

Scalona tiene con qué y ya lo ha demostrado. Este es su tiempo: su deber es usarlo a fondo.

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