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 domingo, 11 de abril de 2004

La guerra vista por los marines
Las experiencias de combate de un pelotón dentro del infierno de Falluja

Ned Parker

Falluja. - Desde una fábrica llena de ratas, los marines escrutan los carros acribillados de balazos y las casas abandonadas, con las manos tensas en sus M-16, mientras fuman nerviosamente. El crepitar de las balas de los fusiles Kalashnikov provoca bromas sobre las películas de Kung Fu, pero basta un ínfimo detalle para que los trece soldados empiecen a disparar contra los insurgentes que se esconden en las casas de cemento del otro lado de la calle.

Los soldados están ubicados en varias fábricas limítrofes de las zonas residenciales de la ciudad rebelde sunita, situada a unos cincuenta kilómetros de Bagdad. Se sienten a la vez excitados por la acción y aterrorizados por la idea de morir durante esta operación, la más dura desde la conquista de Bagdad, hace un año, durante la cual vieron caer a varios de sus compañeros de armas.

El teniente Luke Pernotto conduce a sus hombres a las calles por donde se van las aguas servidas, espiados por los francotiradores escondidos en la ciudad fantasma, con sus minaretes, sus casas de dos pisos y sus fábricas. Parece un marine de postal, siempre listo para el disparo, pero acosado por el recuerdo de uno de sus camaradas muerto, hace un año, en Bagdad. "Triste aniversario", suelta, sabiendo que sus hombres son vulnerables.

El cabo Michael Goerlinger lleva las botas de su camarada que cayó bajo el fuego de un francotirador esta semana. Otro lleva sus insignias, una barra metálica que simboliza el grado, y el tercero la correa verde de su casco.

Por momentos, el cabo Goerlinger, la cara manchada de barro, piensa en su amigo alcanzado de un balazo en la cabeza. "Todo está revuelto en mi cabeza. Ya nada nos enoja. Sufriremos las consecuencias más tarde", murmura. No quiere pensar en el futuro, cuando Falluja será tomada y que los combates cesarán. Acusa a los extranjeros. "Son los sirios, los combatientes extranjeros. Afluyen hasta aquí".

Algunos saben que el fin del conflicto sigue siendo incierto, aún cuando más de 2.000 marines están implicados en la operación. "Tratamos de adivinar a quién le darán la ciudad una vez que la batalla haya terminado. Nadie puede tomar el relevo. Las fuerzas de seguridad iraquíes se codean con los chicos malos", dice el sargento jefe Ken Jones, en los marines desde hace más de 20 años. Habla de las informaciones sobre la complicidad entre la policía iraquí y las fuerzas de defensa civil y las guerrillas. "Tras la operación, los marines podrían ocupar la ciudad", opina.


"Maten a todos los iraquíes"
Los 13 marines no han dormido más de tres horas por noche en los últimos tres días, tras haber buscado un lugar limpio, lejos de las ratas y de los deshechos de esta fábrica de papas fritas y golosinas.

Un tanque lanza un cañonazo sobre un minarete en el cual estaba apostado un francotirador. Algunos soldados aplauden. Otros comentan encolerizados : "Maten a todos los hayi", los iraquíes en el argot militar estadounidense. Algunos evocan con excitación un cuerpo devorado en la calle por perros salvajes. Gritan poco antes del alba una canción de rock pesado para molestar a los rebeldes, escondidos en la oscuridad.

"No hay reglas con esos tipos. No hay manera civilizada de combatir", gruñe el cabo Ryan Dewey, de 20 años.

Y después de la cólera viene la inquietud de que al final, todo esto no termine de la mejor manera, pese a la sangre derramada. "Nosotros tenemos que tomar la ciudad, pero ¿qué pasará después? Mi mayor temor es que el ejército se retire y que la misma joda vuelva a empezar", suspira el sargento Wallace Mains, 35 años.

Unas horas más tarde, su posición cerca de un silo es bombardeada por cohetes y morteros. Un pedazo de obús corta el aire. Un marine está herido, pero espera que a pesar de todo su acción en Falluja tendrá algún sentido. (AFP)

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Un tanque estadounidense fue destruído ayer en Bagdad.

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