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 sábado, 03 de abril de 2004

Charlas en el Café del Bajo

-Las luces de las velas iluminaron la noche argentina. Las lágrimas de todos los Blumberg de esta bendita tierra (lágrimas de dolor, de indignación y de hartazgo) vinieron a regar una semilla que ha sido sembrada. Ese padre y esa madre cuyas noches serán infinitas y desoladas, esos esposos cuyos días ya no tendrán el brillo de otros días, han venido desde el dolor y con el dolor a dar un mensaje. Y por fortuna el pueblo que no está contaminado por fanatismos ideológicos, ni de derecha ni de izquierda, ni por necedades políticas, ni por intransigencias religiosas vino con ellos a decir ¡"yo soy Blumberg, y ya basta"!

-No podía ser de otro modo, porque aun cuando la muerte de un hijo no puede ser comparada con ningún otro dolor, con ninguna otra tragedia, a todo este pueblo que aún conserva el alma inmaculada y despojada de intereses, una y otra vez y sin fin de continuidad le matan algo. Cada día, cada noche, cada instante, los delincuentes comunes "y los de guantes blancos" matan, nos matan, esa cosa querida y necesitada: el derecho a vivir en paz con el prójimo y con uno mismo.

-Pero ello casi se ha tornado imposible, sea porque los ladrones vulgares y callejeros nos despojan de nuestros bienes y de nuestra tranquilidad, sea porque los otros ladrones que todos conocemos nos roban la esperanza, los argentinos vivimos ultrajados, humillados, sometidos. Con Inocencio habíamos elegido párrafos de viejas charlas sobre seguridad para recordarlas hoy y para trazar un paralelismo entres las palabras de Juan Carlos Blumberg, la ovación de la gente ante expresiones puntuales de este papá casi desmoronado y lo que aquí decíamos por entonces, pero después caímos en la cuenta de que no podíamos pecar como aquellos que ahora vienen a exclamar "limpieza".

-Hay que limpiar muchas cosas, no sólo a la policía, sino a jueces, legisladores y algunos funcionarios que ayer prestaban servicios para otros modelos y hoy son acérrimos y puros seguidores del nuevo estilo. Es una pena que los medios gráficos del país no hayan reproducido íntegramente el discurso del papá de Axel. Dos partes para mí fueron contundentes: cuando dijo que los jueces "parece que trabajan más para los delincuentes que para la sociedad", y cuando advirtió que aquí los derechos humanos existen sólo para los ladrones. La ovación de la multitud habrá hecho reflexionar a más de uno y fastidiar a tantos otros que, de paso lo digo, en todo esto estuvieron ausentes con aviso tácito.

-Silbidos y repudios para los funcionarios de los tres poderes: jueces, legisladores y ejecutivo (ni el presidente se salvó de la rechifla y los estribillos condenatorios y en Plaza de Mayo. Donde también la gente se congregó, se escucharon silbatinas cuando algún imprudente funcionario de la Casa de Gobierno se asomó a los balcones).

-En nuestra provincia, y puntualmente Rosario, la movilización fue igualmente importante y la reacción de las autoridades fue la necedad que todos debíamos naturalmente aguardar. Se apagaron las luces de la ex Jefatura y de la plaza, y así permaneció la oscuridad aun cuando la gente pedía a gritos la luz.

-¡Ah, mi querido Inocencio! Vana esperanza la de aquellos que le piden a la oscuridad que engendre luz. Es imposible ello por la propia naturaleza de lo oscuro que eternamente, y sin remisión, estará en pugna con lo claro y jamás participará de su esencia ¿Qué fue lo que hizo la gente, pues, en las escalinatas de la ex Jefatura de Policía, en el Congreso de la Nación y en tantos otros lugares?: iluminó con las candelas, símbolo de la luz interior de un pueblo melancólico, pero no vencido.

-Decía Francis Bacon: "Cuando la materia combustible está preparada nadie puede impedir que una chispa le prenda fuego, ni prever de donde partirá esa chispa".

-Pero, mi querido Inocencio, que sea el fuego que da luz y no aquel que arrebata y cuyas llamas consumen hasta los buenos propósitos. Y me despido recordando que en medio de tanta indignación y dolor, el gobierno provincial nos pide un peso para terminar con la inseguridad. Como dicen los chicos, ¡joya!

CandiII

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