| miércoles, 10 de marzo de 2004 | Reflexiones Un camino hacia el desarrollo social Lucas Carena El desafío que deberá asumir el gobierno del presidente Kirchner a lo largo de su mandato será sentar las bases para que el futuro del país se encuentre encaminado hacia el desarrollo social. Para eso deberá retomar un camino pedregoso que no tardará en levantarle obstáculos difíciles de sortear. Pero el desarrollo social lejos está de asemejarse al crecimiento económico con el que, como a lo largo de la historia de nuestro país, parece habérselo confundido permanentemente.
Las investigaciones acerca del concepto de "desarrollo social" hechas por Teresa Incháustegui Romero, socióloga e investigadora de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales de México, desembocan en que dicho desarrollo incluye el proceso de cambio en diversas facetas del comportamiento, modos de vida, valores, subjetividad y capacidades individuales y colectivas, así como a formas nuevas de organización social. Y se expresa tanto en el campo demográfico, como en el nivel y tipo de consumo o en la transformación de las expectativas y la racionalidad social.
Esto fue objeto de discusión en Europa cuando, hacia fines de los años cuarenta, se inicia una nueva etapa en la ciencia económica con un cambio de paradigma que lleva al nacimiento de la "era del bienestar". Y uno de los principales rasgos de esta etapa es la vinculación que en el orden programático, se establece entre el crecimiento económico y el bienestar social. Justamente, la reconciliación entre el crecimiento en términos de economía y el bienestar fue incorporada en la agenda de la mayoría de los países del viejo mundo devastados por la guerra. Esto se dio por tratarse de un problema masivo que no podía ser afrontado con medidas focalizadas o mediante leyes protectoras para los sectores pobres, sino a través de transformaciones más profundas. Así aseguraron gradualmente los cambios estructurales que hicieran posible la incorporación de toda la población a los beneficios del crecimiento económico anclado en la regulación del estado benefactor, cuyo auge se instauró después de la segunda posguerra. El desarrollo se entendía así, como un proceso de alcance nacional que involucraba y comprometía a toda la población.
Tras la búsqueda de un camino de desarrollo, los países pertenecientes a la periferia capitalista, recurrieron en general a diversas vertientes de transformación, logrando en muchos casos el crecimiento económico y en otros, políticas orientadas al bienestar común. Pero no lograron mantener un diálogo articulado de ambos factores.
Tal es el caso de nuestro país, donde es ilustrativo el ejemplo de la década del 90', cuando un crecimiento de la economía aparecía en más de una oportunidad confundido con una evolución en términos de "desarrollo". Sólo es necesario observar con detenimiento algunos datos estadísticos para ver que dicha correspondencia no se cumple en la menor medida. Según un informe del Instituto Nacional de Estadísticas y Censos (Indec) consistente en una serie de encuestas a Grandes Empresas por origen de capital, en el año 1993, de un total de 500 empresas encuestadas, 277 eran de industria nacional, esto es, con participación extranjera de hasta un 10% solamente, mientras que las empresas cuyo origen de capitales pertenecía al exterior eran unas 223 del total. El resto, tenían la participación de alrededor de un 50% de capital extranjero. Para el año 2001 -8 años después- las empresas con origen de capital nacional se redujeron a 184 de las 500 empresas encuestadas, mientras que las empresas extranjeras se incrementaron hasta alcanzar las 316.
Aparejado a estas modificaciones, en la segunda mitad de la década se manifestó una economía anestesiada de carácter prosélito al panorama mundial, pero con una caída en picada del empleo, además de la deficitaria situación de la esfera pública. Ya, para el año 2000, el Estado argentino a crédito anual, destinó al gasto público unos $ 51.601.970 además de seguir ensanchando la deuda externa.
En materia social, los índices de desempleo y el aumento de la pobreza fueron haciendo visible una situación cada vez más desesperada. Para octubre del 2002, sobre un total de 24.107.196 personas correspondientes a 31 aglomerados urbanos, hubo 10.236.912 personas "no pobres", esto es, un 42,5% del total mencionado. El 57,5% restante -13.870.284 personas- se encontró en condición de "pobres", y a su vez se desdobló en un 30% de pobres no indigentes y un 27%, que sí lo era. Es decir, que de esta porción de la gente censada que alcanzó más de la mitad, a su vez tenía casi la mitad sin poder satisfacer sus más apremiantes necesidades.
Cuando nuestro país entró en default económico, tuvo que enfrentarse a una "deuda interna" que se había cansado de estar en segundo lugar. Y tal situación llevó a replantear los rumbos de una economía encaminada esta vez con un estigma keynesiano que posibilite, como en la Europa emergente de la guerra, un crecimiento en su conjunto. Pero para ello, hay que descontaminar de ideologías a los móviles que hacen elegir una economía hétero u ortodoxa, y no pensar eternamente que es el sello de centroizquierda o centroderecha el que los caracteriza, sino tal vez una necesidad histórica de nuestro pueblo. Según datos del Indec sobre la incidencia de la pobreza en el total urbano, para mayo de 2003 y según la Encuesta Permanente de Hogares, las "personas" bajo la línea de pobreza superaron el 50% del total urbano, mientras que los "hogares" bajo la línea de pobreza se encontraron entre el 40% y el 50% del total. Así mismo las "personas" por debajo del nivel de indigencia se ubicaron entre un 20% y un 30%, mientras que los "hogares" por debajo de este indicador casi llegaron al 20% del total urbano del país.
Sin embargo, no todo es crepúsculo para el futuro del país en términos de desarrollo. Los primeros pasos del gobierno se dieron sobre un terreno árido, pero con ansias de cambio. Y este cambio no responde al incremento de la recaudación, al superávit fiscal o al incremento del PBI. Nuevamente son los datos los que hablan. Bajo una tasa de actividad sostenida en 45,6 puntos durante los 3 trimestres del año 2003, el empleo subió de 36,3 puntos que se registraban en el 1º trimestre, pasando por un 37,4 del 2º, para anclarse finalmente en los 38,2 puntos en el 3º trimestre. Por su parte la desocupación disminuyó de 20,4 del 1º trimestre hasta los 17,8 puntos en el 2º trimestre. Finalmente volvió a bajar en el 3º trimestre hasta los 16,6 puntos.
El año entrante, dicta para el país un panorama de incertidumbre donde se definirá la batalla entre las voces que aseguran divisar un mero "veranito post-devaluación" y aquellas otras que garantizan los inicios de una nueva Argentina. La tarea no es solamente del presidente, sino de todos. ¿Seremos capaces los argentinos de encausarnos hacia el desarrollo social? ¿Hemos asumido realmente ese compromiso?
La consigna es clara: crecer atendiendo a las necesidades de la república. Y recordando las palabras del estadista y serio estudioso de la filosofía, Marco Tulio Cicerón, vale decir que "Una república es cosa de un pueblo; pero un pueblo no es una colección de seres humanos unidos de cualquier manera, sino una reunión de personas en grandes números asociadas en un acuerdo con respecto a la justicia y hacia el bien común". enviar nota por e-mail | | |