 | lunes, 06 de octubre de 2003 | Un chico disparó a toda su familia y mató a su padre y a su hermano menor Eduardo Caniglia / La Capital Eran las 21.50 del sábado. Alberto Adorna hacía zapping en su televisor sentado en el living del amplio chalé de Funes. Su hijo Germán estaba junto él. Faltaban veinte minutos para que la señal de TyC Sports comenzara la transmisión del partido que disputarían Newell’s y San Lorenzo. Entonces, sin que nada lo presagiara, Tulio, otro hijo de Adorna, irrumpió en el ambiente. Fuera de sí gatilló una pistola Bersa con silenciador y un balazo perforó la nuca de su padre. El hombre ni siquiera pudo darse cuenta del estampido cuando otro tiro atravesó la cabeza del hermano del tirador. Cuando los gritos de desesperación resonaban en la vieja casona, Tulio volvió a disparar e hirió a su madre y a su abuela. Sólo se salvaron de la balacera sus otros dos hermanos: Nadia que se estaba bañando, peleó con él y salvó su vida de milagro; y Leandro, ausente en el momento de los hechos. El chico, de 17 años, fue detenido unas 12 horas después en una vivienda abandonada, a unas diez cuadras de la casa donde se produjo el horror. Hasta anoche, ni los investigadores policiales ni los allegados a la familia podían explicar los motivos que llevaron al chico a desatar la tragedia. Una trama que podrá empezar a desenredarse hoy, cuando el autor del doble homicidio sea llevado a declarar ante el juez de Menores Leandro Artigas.
Los Adorna vivían desde hacía unos diez años en un chalé de grandes dimensiones ubicado frente a la lujosa residencia del relevado ex jefe de la Unidad Regional II Francisco Previtera, con quien el dueño de casa tuvo una relación muy estrecha (ver aparte). El inmueble, emplazado en calle San José 2440, en la intersección con Galindo, ocupa media manzana. El frente, de unos 25 metros de extensión, está cubierto por ligustrines que dan paso a un parque de pinos y palmeras que encuadra a la propiedad.
Alberto Adorna era el propietario de la agencia de loterías El Fantasma, de la zona oeste de Rosario. Según hicieron constar fuentes policiales y numerosos allegados, incluso vecinos, fue también capitalista de juego no legal. Y era un aficionado a la navegación. Hacía pocos días había cumplido 50 años y para festejarlo había preparado especialmente su embarcación. Tulio cursa el quinto año del bachiller de economía en la escuela Jesús de Nazareth de Funes y el hermano asesinado concurría al cuarto año de la misma especialidad y el mismo colegio.
Un paso a paso inexplicable
Ni los pesquisas ni los parientes de Tulio pudieron explicar las causas que desencadenaron tal infierno. Y parecía que sólo el muchacho sabía por qué la pistola Bersa escupió los cuatro balazos, aunque nada dijo en su celda del minipenal de la Jefatura de la policía rosarina. "El muchacho está quebrado y en estado de shock. No pudimos tomarle declaración porque se debe realizar con la presencia de los padres. Y es obvio que no pudimos hacerlo", explicó un alto oficial de la Unidad Regional II.
Sin embargo, el vocero consultado pudo reconstruir los pasos del sangriento episodio. A la 20.30 del sábado Tulio cenó con sus familiares y "nada hizo presagiar lo que iba a ocurrir. Fue una comida normal, sin ningún detonante que permita pensar nada raro", confió la fuente sobre la base de los testimonios recogidos en la causa hasta el momento. Al finalizar la cena su hermano mellizo, Leandro, llegó a la casa y lo invitó a "chatear" a un cibercafé. Tulio rehusó el convite y se quedó en el chalé. Eran las 21.30 y en 20 minutos se desataría la tragedia.
El padre y su otro hermano, Germán, de 16 años, ya estaban apoltronados en dos cómodos sillones dispuestos a ver el partido entre los leprosos y San Lorenzo. La otra hija de los Adorna, Nadia Luján, de 19 años, se fue a bañar. Entonces, Tulio caminó hasta la habitación de sus padres, tomó el arma que estaba guardada en una mesita de luz y se dirigió hacia el living.
Alberto y Germán estaban de espaldas cuando un tiro seco y preciso dio de lleno en la nuca del padre. La detonación sobresaltó al hermano de Tulio. Apenas había girado la cabeza para ver lo que pasaba cuando un balazo también le perforó el cráneo. Los dos murieron en el acto.
La abuela paterna, Catalina Dártoli, de 80 años, se encontraba en una de las habitaciones de la casa. En otro cuarto descansaba la madre del agresor, Alicia Travaglianti, de 49 años. Los estampidos estremecieron a la mayor de las mujeres, que sólo atinó a gritar y así sobresaltó a su nuera. Las dos ya estaban afuera de los dormitorios cuando Tulio las enfrentó y gatilló el arma. Un proyectil impactó en el pecho de la esposa de Adorna. Otro cruzó el cuello de su abuela y le quebró la clavícula.
En tanto, los estampidos inquietaron a Nadia. La chica se envolvió en una toalla, salió del baño y al ver la escena en el living familiar fue al encuentro de su hermano. Con él libró una pelea desigual. Forcejeó con Tulio, que "la agarró de los pelos, le pegó" y la empujó al piso. En medio de la pelea, el cargador de la Bersa se desplomó al suelo. Entonces, el muchacho le asestó un culatazo en la cabeza a la joven y se escapó.
A Alicia la atendieron en el Hospital del Centenario y ayer al mediodía volvió al inmueble de San José al 2400 como una sonámbula transitando una pesadilla. Su suegra quedó internada en el Pami I, aunque fuera de peligro.
Un rato después, Leandro retornó a la vivienda. Encontró a Nadia gritando en el parque, desesperada y pidiendo ayuda a los vecinos. Entró y se encontró con el dantesco cuadro. En tanto, Tulio buscó refugio en una casa abandonada y ubicada a unas 10 cuadras del lugar donde había desencadenado la tragedia. Allí, el mediodía de ayer, lo encontró la policía sumido en un estado depresivo y de shock.
Por entonces, y mientras esperaban que a Tulio lo trasladaran de la comisaría de Funes a la Jefatura (donde fue asistido del shock emocional en el que cayó por un psicólogo de la policía), dos amigos del homicida no salían de su asombro. Estaban desconcertados y se sumaban a los que desconocían los motivos que llevaron al adolescente a abrir fuego. "Es un buen pibe, tranquilo, pero cerrado", dijo uno de los muchachos. El otro fue más elocuente. "Era el más mimado de la familia. Siempre decía que estaba dispuesto a matar para defender a su familia. Lo tenía todo, pero se puso loco", explicó.
Víctor Censi era un amigo entrañable de Adorna desde que juntos comenzaron veinte años atrás a navegar el río Paraná con sus embarcaciones que amarraban en el club de Velas. Ayer, después de estrecharse en un abrazo con Leandro, comentó: "No lo puedo entender. El hermano mellizo me dijo que no había diferencias sustanciales. Sólo los problemas que cualquier familia tiene".
Censi recordó que "Alberto tenía una vida llena de naturaleza, amaba al río y su familia. Tenía además un proyecto, porque acababa de cumplir 50 años: quería disfrutar su cumpleaños navegando y para eso había preparado su barco (Caracol II) en forma maravillosa".
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