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 domingo, 06 de julio de 2003

Les destruyeron la casa y fueron amenazados
La historia de una familia que logró sobreponerse al miedo
Juan Osuna está preso por un homicidio en legítima defensa. Su esposa y sus tres hijas recurren a múltiples ocupaciones para sobrevivir. Un testigo fue asesinado

Paola Irurtia / La Capital

Amasa bollitos, rosquitas y pastelitos para vender. Hace changas con un carro, cuando se lo presta una familia amiga, y anuncia en la puerta de su casa que lava y aspira autos por tres pesos, con una máquina también prestada. Cuando todo eso no alcanza, sale a pedir puerta por puerta. Con esos quehaceres, un plan de 150 pesos y una caja de alimentos de la provincia que le resuelve una semana de cenas, Patricia Della Mora pelea la comida de sus tres hijas en su casa de bulevar Avellaneda al 5200.

Ahora, habitar esa casa es un desafío. Recibirla había sido un sueño. Patricia vivió antes en la bajada El Mangrullo con su esposo, Juan Carlos Osuna, y sus hijas durante dos años. El hombre hacía de todo. Además de ser pescador, tenía una chata y un carro tirado por caballos y los usaba para hacer changas y fletes y para vender verduras y huevos. Pero una casa propia era algo que les pareció increíble cuando se lo ofrecieron a cambio de irse del barrio. "Vivíamos en un rancho de cuatro por cuatro y así, en quince días, nos mudamos a esta casa", cuenta Patricia.

Junto a la mudanza comenzaron los proyectos. Ni en medias gastaban, todo era para comprar ladrillos. Lito -así llamaban a Juan Carlos- había planeado todo para cuando ellos ya no estuvieran, aunque apenas tiene 30 años, dos más que su mujer. Cerró el frente con rejas, techó un sector del patio para proteger a sus animales, construyó las columnas y empezó a levantar las piezas para cada una de las hijas. Dos dormitorios atrás, el otro adelante, cada una de las nenas iba a tener su pieza.


Préstamo forzoso
El problema empezó por los caballos, que eran tres. Dos eran petisitas y a la más chica la vieron nacer. Los animales salían a comer a los terrenos del barrio. Patricia empieza a contar su historia desde allí, cuando un grupo de vecinos comenzaron a rondar la casa mirando los caballos. Un día se acercaron directamente a pedirle uno a Lito. Para convencerlo le recordaron que tenía tres nenas, de entre 4 y 12 años, una linda mujer y, en general, mucho que perder. Lito cedió.

El forzado préstamo llevaba ocho meses sin provocar mayores problemas. Cada vez que veía a Mártires Salvador Vera, el hombre que se llevó su caballo, Lito se lo reclamaba. El jueves 13 de marzo jugaba al fútbol en el campito frente a su casa cuando se cruzó con su vecino y le volvió a pedir su caballo.

Patricia no estaba en la casa, y repite lo que le contaron los vecinos. Vera sacó un arma y disparó, los dos hombres se tomaron a golpes, el arma cayó al suelo, Lito la levantó e hizo fuego dos veces, porque el cuerpo del otro tenía dos heridas, en el abdomen y el tórax. Y no sobrevivió. Lito se entregó en los Tribunales. Aún no está procesado y la calificación del caso es homicidio en legítima defensa.

Patricia, que estaba de viaje con las nenas volvió a Rosario porque la llamaron los vecinos. Los familiares o amigos del hombre que mató su esposo le habían saqueado la casa, la habían rociado con nafta y no llegaron a incendiarla por la intervención de otros vecinos. Cuando ella llegó todo estaba dado vuelta y le faltaban los animales, el televisor, y todas la provisión del quiosco que antes atendía y nunca más pudo volver a abrir.

La mujer deambuló varios días hasta que decidió volver a vivir en su casa. Las alternativas eran "vivir de agregada o ir a dormir debajo de un puente". Los riesgos, nuevos ataques. "Me arriesgué", cuenta.


El imperio del miedo
La pelea que protagonizó Lito tuvo muchos testigos, que estaban en el partido de fútbol. Seis vecinos se ofrecieron a contar que disparó para defenderse. Pero poco a poco se alejaron de Patricia. Tiempo después le contaron que la evitaban porque habían sido amenazados. Uno de ellos, a punta de revólver. "Tengo hijas, esposa, padres", le explicaron.

Uno de los testigos que ya había sido presentado para que diera testimonio en el juzgado, Darío Ojeda, de 16 años, murió 25 días después de un disparo efectuado con una tumbera, también en el barrio. Patricia no sabe por qué. La policía dijo que el joven que le disparó tenía antecedentes por robo de caballos, como el hombre que mató su esposo.

Patricia consiguió dos testigos para que contaran lo que habían visto, con la misma razón que había escuchado antes, también ella tiene hijas. Los dos se presentaron con absoluto resguardo de identidad en el Juzgado de Instrucción número 5, donde está la causa.

Patricia sabía dónde estaban los animales y las cosas que le habían robado, pero nunca logró que la policía fuera a buscar ni siquiera a los caballos, que veía en el barrio. Un día supo que la petisa había sido sacrificada.

Las chicas tuvieron que cambiar de escuela, porque en la escuela del barrio "les decían cosas". A la mayor, de 12 años, habían querido cortarle la cara porque es "muy bonita".

Della Mora espera que Lito recupere la libertad, una ilusión que su esposo no alienta. Pero cree que el futuro no puede ser más que negro para ella. Cree que si no volvieron a atacarla a ella o a las nenas es porque esperan a su esposo y sabe que existe esa amenaza porque escuchó "venganza" muchas veces. El sueño de su casa está ligado a que su esposo permanezca en prisión, porque cuando el hombre salga, deberá mudarse "por seguridad".

Patricia hace cualquier cosa por poder darle comida caliente a las chicas. "Primero el dinero, después la humillación de comer de la basura". Sufrió un accidente de tránsito que le amputó los dedos de los pies y porque "es renga" la consideran discapacitada y no encuentra otros trabajos. Además, solo cursó hasta séptimo grado. Terminó a los 14 y a los 16 nació su hija mayor.

El lavadero de autos que montó en el frente de su casa no tiene mucho éxito porque el barrio no es seguro. "Dejan el auto acá y no saben si lo recuperan con las gomas", dice. Mantiene un humor que se quiebra de noche, cuando los ruidos le interrumpen el sueño y se encuentra en la cocina, sola contra un futuro de miseria ante el que se rebela. Igual ataca a la vergüenza. "Salgo con el carro a hacer changas, a revolver basura. Es como un paseo que tenemos para distraernos", dice.

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Patricia hace changas con un carro y lava autos.

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