Central puso color, calor y aliento ayer en el viejo estadio de Estudiantes. El frío invernal, se sabe, no es una razón para los hinchas abandonen al equipo a su suerte, sobre todo en el tramo final de un torneo donde muchas cosas están en juego. Ayer en La Plata, unos 1.500 canallas empezaron a entrever el final de la pelea por zafar del oprobioso descenso: aún no lo pueden gritar del todo, pero fecha tras fecha los corazones auriazules vuelven a latir con pulsaciones normales. El descenso va quedando cada día más lejos. Los miles de fieles de Arroyito ya no andan con el alma oprimida por los peores presagios que, hace apenas cuatro meses, opacaban la tradicional alegría canalla. Lo que ofrecieron los jugadores auriazules desde la cancha, la tarde futbolera de La Plata fue un fracaso sin atenuantes. Sin embargo, los canallas se fueron de la cancha algo conformes con un punto chiquito pero significativo. Y sumaron un poco de paz. Aunque fue escasa e insuficiente la devolución que hizo el equipo al siempre generoso gesto de apoyo que brinda la gente. Y ya es hora, se lo merecen los hinchas, que los resultados positivos lleguen y el aguante tenga su compensación. En el segundo tiempo, el tramo más amargo de la olvidable guerra de fricciones que brindaron Estudiantes y Central, la hinchada no decayó en el aliento. Y pensar que tenía motivos. Así hasta el cero final, un resultado que empezó sobrevolar el estadio mucho antes que se cumplieran los noventa minutos. El momento final fue de saludos mutuos entre hinchas y jugadores, casi de por cortesía, sin grandes euforias, sin despliegues emotivos, sin abrazos prolongados ni camisetas volando por los aires, nada de eso. Fue una despedida cordial y nada más. A esperar la próxima fecha. Y para entonces sí señores jugadores tendrán la oportunidad de redimirse y mostrar un poco de buen fútbol. Porque ayer, de fútbol, no hubo nada.
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