Bagdad. - Las calles de Bagdad quedaron desiertas en la noche de ayer, mientras en el norte los kurdos abandonaban las ciudades y se refugiaban en las montañas a la espera de un inminente ataque militar de Estados Unidos y Gran Bretaña para derrocar a Saddam Hussein. La capital iraquí quedó desierta después de que los ciudadanos salieran en un último raíd de compras para almacenar bienes esenciales, ante el temor de que falten apenas horas para el inicio de la guerra. Muchas familias asustadas partieron hacia otras ciudades, como Mossul, 450 kilómetros al norte de Bagdad, mientras las misiones diplomáticas y los extranjeros también salían de la capital. Azúcar, pan, harina, nafta, gas, mantas amontonadas en camionetas: Kalak, una localidad kurda al alcance de los disparos iraquíes, en el norte del país, se vació de habitantes, que huyeron a refugiarse en los pueblos de las montañas. Algunos empezaron a marcharse anteanoche, y desde ayer a la mañana no paraba de salir gente, asegura Karmarán Jaled, responsable del puesto de control situado a la entrada del pueblo, en la carretera que lleva a Mossul, a 500 metros de la línea que separa el Kurdistán "liberado" de la parte de Irak bajo control de las autoridades de Bagdad. Bagdad, una ciudad de entre cuatro y cinco millones de habitantes, fue puesta bajo la autoridad de Qusay Hussein, el hijo menor del presidente iraquí. Está localizada en la zona central, una de las cuatro zonas militares en las que el gobierno dividió el país en previsión de un ataque. Integrantes de la misión diplomática alemana fueron de los últimos representantes de gobiernos extranjeros en dejar la capital iraquí. Alemania es uno de los miembros del Consejo de Seguridad de la ONU que pedía extender los plazos para lograr una solución pacífica al conflicto. Sólo dos representantes de Jordania se quedaron más tiempo en su embajada, el cónsul Adli Jadeli y el agregado cultural Fahed Bqour. Mientras, más europeos que se oponen a la guerra llegaron a Bagdad. Entre un grupo de 25 personas, hay tres mujeres españolas. María Rosa Peñarroya, una enfermera de 30 años del hospital San Pau de Barcelona, anunció que se quedará para tratar a heridos de guerra. "Como enfermera, ofrezco mi servicio al pueblo iraquí". En el hospital privado St. Rafael, Peñarroya informó que las autoridades iraquíes enviaron memorándums a todas las clínicas privadas ordenándoles aceptar a las personas heridas por la guerra y tratarlas gratuitamente. Cerca de Dohuk, noroeste, un periodista de la agencia AFP pudo observar movimientos de camionetas y tractores repletos de bolsas y reservas de gas y petróleo. En Erbil, "capital" de los kurdos independientes del gobierno de Irak, las mujeres y los niños se dirigían a las montañas para refugiarse. "La mitad de la población de Kalak se ha ido", afirmó Jaled, que desde su puesto puede ver las posiciones iraquíes del otro lado del río Zab y en las colinas que dominan Kalak. "Son las declaraciones de Bush las que han echado leña al fuego. La gente dice que las noticias son malas", añadió. Ante la puerta de su casa, Mohan Hassán, chofer de 40 años, prepara la inminente partida de su familia, compuesta por 35 personas, 30 de ellos niños ya instalados en la camioneta entre bolsas de azúcar y arroz. En el patio de su casa, una de sus sobrinas se afana desde las cinco de la mañana para preparar pan con el que alimentar a toda la familia durante cuatro días. En un rincón, se amontonan las mantas y utensilios de cocina. "Nos vamos a los pueblos de la montaña. La situación es peligrosa en Kalak. Los iraquíes han desplegado más tropas. Habrá que poner a las familias a resguardo", comentó Hassán. Desde la insurrección kurda de 1991, tras la guerra del Golfo, que provocó una feroz represión, él y su familia ya abandonaron "diez o veinte veces" su casa. Tiene miedo de las represalias iraquíes en caso de que estalle la guerra pero está igual de asustado por los ataques norteamericanos. "Estamos a 500 metros de la línea de demarcación. Pueden cometer errores al disparar", explicó. Pero los más pobres se quedan en Kalak. "No tengo auto para partir ni una tienda donde alojarme. Me veo obligado a quedarme aquí", afirmó Ahmed Ali, de 60 años, patriarca de una familia de 12 personas. (Télam)
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