La entrevista con Horacio Conzi se concretó luego de un viaje que duró en total unas 12 horas, en el que tuve que ir vendado y sólo con un cuaderno y una lapicera. Pocos días antes de la entrevista se me consultó dónde iba a estar y en qué horario. Esa fue la metodología que se utilizó. Así fue que dejé en claro que un día de la semana pasada iba a estar en la puerta de la Universidad de Morón, en Cabildo y Machado, donde fui contactado por un hombre de unos 35 años. En ese momento, la única condición que me impusieron -y acepté- fue dejar todas mis pertenencias: reloj, teléfono celular, dinero y grabador. Sólo se me permitió llevar lápiz y papel. Luego me subí a un vehículo con vidrios polarizados, me senté en la parte trasera, donde mi ocasional chofer me entregó una especie de anteojos con una venda de tela y, una vez que se puso en marcha el auto, me recosté en el asiento. Con la intención, creo, de que no pueda escuchar otros ruidos ajenos al vehículo, el conductor encendió el estéreo y puso música. Durante el primer tramo escuchamos una FM porteña y luego el conductor cambió de emisora. En principio el viaje se desarrolló por calles, ya que de tanto en tanto el automóvil se detenía, posiblemente por la acción de semáforos. Luego la marcha se hizo continua, como si hubiéramos entrado a una ruta. Al llegar a destino el auto se detuvo, el conductor descendió y abrió la puerta trasera, me pidió que no me quitara la venda y me ayudó a bajar. Una vez que pisé el suelo descubrí que estaba sobre césped. Luego recorrí unos metros y escuché una puerta que se abrió y se cerró. Luego atravesé otra puerta y el hombre me hizo sentar en un sillón y me pidió que aguardara unos minutos. Poco después, supongo que segundos, se volvió a escuchar la puerta y el mismo hombre que me había acompañado me autorizó a quitarme la venda y cuando lo hice pude ver frente a mí a Conzi, quien me estrechó la mano. Lo que sucedió luego fue una breve charla, que habrá durado unos quince minutos. Después de la entrevista el conductor me volvió a tapar los ojos, volvimos al automóvil y emprendimos el viaje de regreso. Cuando bajé del vehículo estaba nuevamente frente a la sede universitaria de Morón. G.G.
| |