Río de Janeiro. - Al abandonar la presidencia de Brasil en enero próximo, después de ocho años en el cargo, el presidente Fernando Henrique Cardoso dejará una democracia consolidada en un país que vivió bajo dictaduras más de un tercio de sus 113 años de vida republicana.
La misma república brasileña -instalada en 1889-, resultó de un golpe militar que derrocó al emperador Pedro II. En el siglo que se siguió, el país osciló permanentemente entre gobiernos autoritarios y un proceso democrático frágil e inestable.
Hace sólo diez años, Brasil se movilizaba para desalojar del poder a Fernando Collor de Mello, el primer presidente elegido por voto popular después de más de dos décadas de una dictadura militar instalada en 1964, por un golpe de Estado que derrocó al presidente Joao Goulart.
En ese entonces, lograr una democracia sólida parecía un sueño lejano en un país donde las fuerzas conservadoras se disponían a preservar el poder a cualquier costo, recurriendo incluso -si lo consideraban necesario- a la fuerza de las armas.
Ahora, salvo por las turbulencias en el mercado financiero, la inminente la llegada al poder de Lula da Silva, un político de izquierda con larga historia de combate a las oligarquías, fue asimilada como un hecho normal de la alternancia de poder inherente a los sistemas democráticos.
Algunos analistas apuntan a Cardoso como el gran artífice de la consolidación institucional del país, y consideran que esa ha sido la principal contribución de su gobierno a Brasil. "El presidente Fernando Henrique Cardoso creó, paradójicamente, las condiciones de gobernabilidad para un futuro gobierno de oposición de izquierda", afirmó el sociólogo Bernardo Sorj.
Asimismo, el historiador Fernando Novais -amigo de Cardoso y elector de Lula- sostuvo que "los historiadores del futuro concluirán que Fernando Henrique Cardoso creó las condiciones para que pueda tener lugar un gobierno de centroizquierda en Brasil".
El eclipse de la vieja oligarquía
Los cambios en la estructura política no se agotan en la victoria electoral de la izquierda. La primera vuelta de los comicios, realizada el 6 de octubre, marcó también la derrota de varios líderes de la vieja oligarquía, como el propio Collor de Mello, quien no logró elegirse gobernador de su propio Estado, Alagoas.
La derrota sufrida en las urnas por "caciques" políticos como Collor y el ex alcalde de San Pablo, Paulo Maluf, fue celebrada por el propio Cardoso, quien se reivindicó los méritos de ese logro. Según el mandatario, los cambios políticos logrados por su gobierno propiciaron "la pérdida de la centralidad política de las antiguas oligarquías, que no dejaron de existir, pero perdieron peso". Ello se confirma por la "orfandad" política en que quedaron líderes conservadores como el ex presidente José Sarney y el ex presidente del Congreso, Antonio Carlos Magalhaes, quienes optaron por declarar apoyo a Lula, por absoluta falta de opciones.
En un artículo reciente, el comentarista Luis Nassif, del diario O Estado de San Pablo, opinó que la evolución de la democracia brasileña será la principal herencia dejada por los ocho años de gobierno Cardoso. "En esos casi ocho años, Cardoso eliminó el personalismo que siempre convirtió al presidente de la república en una figura paternal para todos", expresó Nassif, quien agregó que esa "despersonalización del poder" contribuyó a enriquecer la vida institucional del país: "Todo el resto fue consecuencia". (DPA)