Pablo Mihal
En el segundo partido final del Torneo Regional, Duendes salía a jugarse todo por el todo en las Cuatro Hectáreas frente al Jockey Club, el tradicional adversario de los últimos tiempos. El clima de vestuario era el típico de un partido decisivo. Rostros adustos, concentración y pocas palabras, pocas pero suficientes. Sin muchas vueltas, Raúl Pérez eligió el momento y les anunció a sus compañeros que ese sería su último partido. Más allá de sorprender o no, la noticia trascendió aunque más de uno desconfió de la misma. Y no era para menos ya que Aspirina, tal como se lo conoce en el ambiente de la ovalada, tiene la camiseta verdinegra tan tatuada en la piel que el hecho de colgar los botines puede verse desde afuera como una quimera. Si bien no jugó más, viajó a Córdoba cuando Duendes enfrentó a La Tablada por el Nacional de Clubes. Estuvo ahí. "Por las dudas", como algún allegado dejó escapar. Ese no fue un dato menor, la resistencia íntima de abandonar el césped era palpable, sensible y él lo demostró con hechos, como lo hizo siempre. Fueron muchos los años que defendió la camiseta del club de Las Delicias. Llegó a Duendes con la idea de practicar un deporte en serio. Alcanzó la primera división, fue convocado al seleccionado de Rosario y también llegó al lugar donde todo jugador ansía llegar: Los Pumas. Pero en Duendes encontró mucho más que eso. -¿Qué significa Duendes para vos? -Es lo primero. Porque por Duendes en sí y por los amigos que hice en el club encontré algo más que un lugar donde jugar algún deporte. Porque tuve una carrera deportiva, tengo un oficio y me dieron un perfil como persona... Duendes es mucho más que un lugar para ir a jugar al rugby. Puede sonar a una frase armada pero yo tengo que estarle agradecido por un montón de cosas y no solamente por lo que me divertí dentro de una cancha. -¿Si tuvieras que hacer un pequeño balance de estos últimos 10 años en Duendes, que resaltarías? -Creo que el hecho de que pudimos cumplir un proceso. Cuando empecé a jugar en Duendes las divisiones inferiores estaban muy verdes, en formación. Siempre faltaba gente. Cuando llegué el club estaba saliendo de un pozo en el que había entrado. Yo, gracias a Dios, pude participar de ese proceso de empezar a meter gente de abajo, arriba. De ese grupo, la gran mayoría se mantuvo hasta el año pasado. Estuve ocho años divirtiéndome al lado de ellos y por algo logramos salir campeones. Esos chicos de entonces fueron madurando de a poco como también lo habían hecho quienes dirigían los destinos del club. "Antes había un preconcepto en el que se pensaba que por ejemplo «cuando suban éstos, la primera división va a ser buena», y la verdad era que subían cuando todavía no estaban maduros y nos quemábamos todos. Esto pasó hasta que se tomó conciencia y se dijo que era un proceso y que no esperen a los chicos como la salvación del club. Los pibes tenían que madurar y había que aguantarlos, cuando estén bien vamos a tener resultados. Y así fue. Por eso te digo que no sólo se maduró deportivamente sino también maduró la cabeza del club", enfatizó el segunda línea, elegido el personaje del año por el La Capital. -¿Cuál fue el momento más importante de tu vida en el club? -El campeonato del 93. Ya se nos venía haciendo pesado perder los torneos porque hacía un par de años que el equipo ya estaba..., a mí un poquito más, y no llegaba. Al grupo ya habían subido varios jugadores que eran importantes para la primera división, pero sin embargo no se daba. Aunque parezca mentira, nuestro mayor escollo fue Los Caranchos, que nos ganó dos años seguidos y nos dejó sin campeonato. Pero en el 93 cortamos la racha. En la penúltima fecha nos cruzamos con Caranchos y si le ganábamos ya compartíamos el título con Jockey aunque perdiéramos con ellos en la última fecha (N. de la R: cosa que no ocurrió. Duendes salió campeón invicto del torneo Oficial ganando los 14 partidos que jugó). Por suerte salió todo bien. Les ganamos y pudimos festejar. Eso nos marcó, mirá cuánto que hasta el día de hoy en las charlas cuando tenemos algún escollo duro decimos "hablemos de Caranchos". -¿Cómo te definirías como jugador? -Como un choto bárbaro (risas)... Si tengo que definirme te diría que la trabajé siempre, creo que aún más que los demás. No sé si era porque eso me ayudaba a encarar los momentos difíciles de mi vida a nivel personal o porque era así por espíritu. Siempre le puse mucho. Por eso yo no creo que sea bueno sino que trabajé más que otros jugadores. -Te olvidaste decir que sos bastante temperamental. -Por ahí me desbordo, es cierto. Eso lo hablé con algunos de mis amigos y ellos me decían que dentro de la cancha era muy difícil conducirme. Y es cierto, yo me daba cuenta pero hay cosas que no las puedo manejar, por más que las hable antes. -¿Qué es lo que más bronca te da dentro de una cancha? -Que me hagan trampa, que me saquen ventaja por alguna trampita que me hacen. Eso me saca, me pone loco. -¿Qué te dejó el rugby? -Muchos amigos de fierro, como Horacio Gatarello, Rodrigo Pujol, Gastón Conde, Carlos Promanzio, Hugo Céspedes, Lisandro Dippe, Pablo Bouza, ó la mamá de Pablo, Betty. Una mujer que siempre me cobijó, me hizo sentir contenido y que para mí es muy importante. -¿Valieron la pena los sacrificios, los interminables viajes de Buenos Aires a Rosario sólo para practicar? Muchos pensaron que estabas loco. -Esas situaciones te hacen tener una relación más sólida con mis compañeros y con el club. Yo sabía que si el sábado no tenía al club estaba muerto, liquidado. No me interesaba venir a practicar e irme a laburar a Buenos Aires durmiendo muy poco o sin dormir. Sabía que el sábado tenía mi premio. Durante la semana no me interesa trabajar 15 horas como tampoco estar todo el día laburando si sé que tengo el sábado y que me voy al club. Es mi desahogo. La presión de la semana me la sacó en Duendes, los sábados, estando tranquilo, teniendo todo el tiempo del mundo y encontrándome con mis amigos.
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