Año CXXXV
 Nº 49.314
Rosario,
miércoles  28 de
noviembre de 2001
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Opinión
La misma impresión que en el 90

José Petunchi

Al ver al suizo Joseph Blatter y al sueco Lennart Johanssen, presidente de la Fifa y la Uefa, respectivamente, en el palco oficial del estadio Nacional de Tokio, y de apreciar por primera vez cómo los tobillos de Juan Román Riquelme sufrían el recio castigo de los alemanes ante el complaciente árbitro danés, la sensación fue la misma que en el 90. En el Mundial de Italia, cuando el seleccionado argentino, en el que jugaba Maradona, perdió ante su similar de Alemania por un penal inexistente sancionado por el árbitro mexicano Codesal. La impresión en esa ocasión y en el partido de ayer fue la misma: que no podía haber otro ganador que no fuese el equipo alemán. Tal vez porque en este país se convive con la sospecha, y la suspicacia está a la orden del día. O tal vez estamos curados de espanto. Pero esa fue la sensación dominante. Aunque esto no invalida de ninguna manera el legítimo triunfo del Bayern, ni el de la selección teutona en aquel Mundial.
Seguramente alguien pensará que esto es producto en gran parte del resultado, y está en su derecho de hacerlo, pero las suspicacias se fueron evidenciando cada vez que el Nielsen tenía que sancionar las faltas. Fue riguroso con los de Boca -aunque le haya perdonado la vida a Clemente Rodríguez cuando perdía 1 a 0- y mostró liviandad con los del Bayern, que le adornaron de moretones los tobillos al 10 xeneize. Como lo hizo Hargreaves o la descalificadora plancha del brasileño Paulo Sergio, que inexplicablemente dejó pasar. Ni que hablar del codazo de Bixente Lizarazu al mellizo Guillermo en el final del segundo tiempo, delante de las narices del juez de línea.
Responsabilizar de la derrota al juez, no obstante, sería excesivo y mediocre, porque en realidad las razones del traspié fueron otras. Y ahí es inevitable caerle a Marcelo Delgado, que enchufado es desequilibrante pero cuando está contrariado como ayer se manda la gran "Cheleada" y tira todo por la borda. Y Boca lo pagó caro. O en la fallida salida de Córdoba, pero a diferencia de lo que sucede con Delgado es difícil reprocharle algo al colombiano, que hasta ese instante fue sostenedor de la ilusión boquense.
Boca perdió el partido del año. Pero, al margen de la frustración, sus hinchas deben estar orgullosos por lo que entregó el equipo. Y también por lo que hizo en Tokio. Pero invariablemente, la sensación que dejó el partido es que no podía haber otro ganador. Algo similar a lo sucedido en Italia 90. Es difícil pensar que la cada vez más fuerte Uefa y la complaciente Fifa permitirían que un equipo argentino repitiera el halago. Pero debe ser por la suspicacia que todos llevamos dentro. Al fin, es sólo una impresión.


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