La vergüenza, el prejuicio o el pudor quedan afuera. Bien saben eso quienes alguna vez han atravesado la puerta de un sex shop. "Lo que más le cuesta a la gente es entrar, pero una vez que están acá se transforman", aseguran los dueños de los tres locales que en Rosario se dedican a la venta de artículos sexuales. Y no es para menos. Decenas de catálogos y cientos de productos no pueden evitar desatar las fantasías de los más osados, ni las sospechas de los más pacatos.
El reloj marca las doce y un hombre de unos cincuenta años pasa dos veces frente al decimoquinto local de la galería Pellegrini. La tercera será la vencida y, quince minutos más tarde, saldrá silbando de la oficina de International Collection con un paquete bien escondido bajo el brazo.
Este es el sex shop más antiguo que existe en la ciudad. Y si bien ya cumplió quince años, tanto sus primeros clientes como los actuales mantienen la costumbre. "Es difícil que alguien entre aquí como a la verdulería o al supermercado. Todavía hay mucha vergüenza, miedo a lo desconocido y al qué dirán", dice Claudio, el dueño de International.
Los titulares de Géminis tienen la misma experiencia. "La privacidad es lo que más les interesa a los rosarinos. Cuando llaman por teléfono no dejan de preguntar si los atendés a solas, si no se irán a cruzar con alguien cuando están entrando, si no los verán salir", comenta la vendedora del sex shop.
Lejos de la rue Pigalle
Disimulados en el fondo de galerías poco transitadas, ocupando escasos metros cuadrados y sin vidrieras ni grandes carteles que indiquen su existencia, en Rosario funcionan tres sex shops. "Estamos lejos de París", se quejan sus dueños mientras refrescan sus ojos con la imagen de la rue Pigalle parisina, donde proliferan los carteles luminosos con una triple X.
Los sex shop vernáculos son mucho más modestos. Y, con mayor o menor inversión, todos guardan una disposición similar: detrás del mostrador o en la sala de espera sólo se exhiben videos y revistas. El resto de los artículos se encuentran en la puerta de atrás, o en la del costado.
Allí se disponen cientos de juguetes sexuales como vibradores y prótesis de los colores, tamaños y texturas más variadas. Cremas, geles, lubricantes y bioestimulantes. Provocativa lencería para varones y mujeres. Profilácticos saborizados, texturizados, musicales y luminosos. Kits de masajeadores, simuladores de sexo oral, estimuladores como los anillos de siliconas y las bolitas chinas, trabas para mantener la erección, muñecos inflables, y artículos de disciplina y fetiche.
Frente a este despliegue es imposible ser indiferente. "El miedo más grande es pasar esa puerta. Una vez que están acá es como que se liberan, se transforman", aseguran en los negocios.
Pero no todo es desenfreno. "Cuando uno dice «sex shop» siempre se piensa «viva la joda». Pero hay mucha gente que tiene infinidad de problemas y viene acá a pedir ayuda. En nuestra página de Internet recibimos por día entre 10 y 15 consultas sobre distintos problemas sexuales", dice Alejandro, uno de los dueños de Géminis.
Fantasías terapéuticas
Muchos sexólogos reconocen que, si bien no son imprescindibles, la introducción de estos juegos en la pareja pueden servir de ayuda porque enriquecen su vida sexual. "Por acá pasan muchas personas que tienen problemas de pareja o gente que quiere cambiar su rutina. Viene tanto el hombre que compra una prótesis o un vibrador porque tiene problemas de impotencia como el que lo busca para jugar o chichonear", explica Claudio.
Por esto mismo, el perfil de sus clientes es de lo más variado. "Desde el más pobre al más rico. Desde el más chico, mayor de edad, al más viejo", sentencia Alejandro.
Gustavo es el representante en la provincia de una firma nacional que produce geles y cremas. "Nosotros siempre tomamos este tema con muchísima seriedad. Por supuesto que alguna anéctoda divertida aparece. Pero son más las soluciones que uno da a problemas que las puertas que abre a la diversión", asegura.
Y Alejandro tomará el mismo camino: "Acá vienen degenerados, vienen fiesteros, vienen locos. Pero un 75 por ciento de nuestros clientes son los que comúnmente llamamos «normales»: gente que uno ve en la calle caminando y nunca podría imaginarse que tiene un consolador en el bolso".
Quizás por esto, los dueños de los sex shops coinciden en afirmar rotundamente que quien abandona sus negocios vuelve recurrentemente. "Es como un video club: cuando vos te acostumbrás a alquilar películas siempre te das una vuelta para ver qué cosas nuevas trajeron", señala Alejandro.
Y Claudio va un poco más allá. "Más de una persona volvió sólo para decirme que estaba muy agradecida, que le había cambiado la vida", recordó. ¿Será verdad?