Fernando Toloza
¿Existen, más allá de un chiste político, los vampiros en el mundo real? Sobre la posibilidad de una respuesta positiva se basa la película "La sombra del vampiro", del director E. Elias Merhige que se estrena hoy en Rosario. El filme, interpretado por John Malkovich y Willem Dafoe, recrea la historia del rodaje de "Nosferatu", la primera gran película sobre un vampiro dirigida por Friedrich Murnau, en 1922, que generó una ola de filmes sobre los no vivos y con el paso del tiempo se convirtió en uno de los clásicos del séptimo arte. La filmación del "Nosferatu" de Murnau estuvo rodeada de misterio. La mayor incógnita fue la identidad de Max Schreck, el actor que interpretó al vampiro. Nadie supo nunca de dónde lo había sacado Murnau y luego de la película no se volvió a tener noticias de él. La idea argumental de "La sombra del vampiro" es que Schreck podía ser tanto un loco que se creía vampiro como realmente un vampiro. A ese misterio se agrega la pérdida de la primera copia de "Nosferatu". Murnau no había podido conseguir los derechos de la novela "Drácula", de Bram Stoker, porque los familiares del escritor juzgaron que la historia del conde transilvano tendría más futuro en el teatro que en el cine. Empeñado en filmar la película sobre el vampiro, Murnau usó igual el relato pero cambió los nombres de los personajes y les quitó importancia a algunos, como al profesor Van Helsing, cuyas maniobras para detener al no vivo no sirven para nada en la película. Esos reparos no le sirvieron y perdió un juicio por plagio, que obligó a que su película fuese montada de nuevo, con lo que se perdió la primera versión, y generó un mito sobre su exacerbado realismo. "La sombra del vampiro" cuenta la filmación de la película y revela el extraño trato que hizo Murnau con Schreck. Antes de comenzar el rodaje, el director le advirtió a su equipo que el actor era un tipo muy especial. Aprovechando las corrientes en boga de los métodos actorales propiciados por teóricos teatrales rusos, Murnau dijo que Schreck era un actor de método. Su método consistía en apropiarse de la vida de su personaje y vivir, mientras durase el rodaje, como el conde chupasangre, que por los derechos de autor no se llamó Drácula sino Orlock. Entonces, Schreck no filmaría más que de noche, no aparecería ante sus colegas más que caracterizado del conde y nadie tendría que llamarlo Schreck sino Orlock. Esas eran las condiciones públicas del trato con Schreck. La secreta era un promesa non sancta hecha por Murnau. El director, fascinado por el personaje real y por lo que significaría filmar con él, le aseguró al actor que una vez terminada la película le "entregaría" a la actriz principal, Greta. Es una diva de los años veinte adicta la morfina, que siente de inmediato un rechazo por su compañero de trabajo pero lo suficientemente ávida de más fama como para creerle a Murnau, quien le asegura que ese papel la hará entrar en la historia del cine. Para que Murnau cumpla su parte del trato, Schreck tiene que contenerse. En su caso esto significa que deberá conformarse con beber la sangre embotellada que cada noche le hace llegar el director a su escondite, un castillo abandonado en una montaña. Pero el caso es que Schreck, loco o auténtico vampiro, no se contiene y se lanza a la búsqueda de sangre caliente. Obviamente, no va muy lejos y se surte de algunos de los integrantes del equipo de la película. Murnau pierde el control de la situación. Lo que quizá pensaba como un pacto inofensivo, del que podría escapar, se torna una trampa mortal, ante la que él debe decidir qué hacer: ¿seguir adelante con la película o aniquilar a ese ser nocturno que amenaza a los hacedores del filme? "La cámara despoja a sus sujetos de carne y sangre y los reduce a sombras que sólo existen como entidades vivientes cuando el ojo humano se dirige nuevamente a ellas", dijo el director de "La sombra del vampiro". De esa manera, se une tema y forma de tratarlo, aunque esa perspectiva no es la que domina la película de Merhige. El filme tiene distintas entradas, lo cual lo convierte en una obra rica e imperdible. La más sorprendente es la entrada irónica. El director de "La sombra del vampiro" aprovecha para hacer reír con los mitos que rodeaban al cine en los años 20 y con eso gana fuerza, ya que en vez de ser un homenaje es una relectura, que interesa y y hace comprender más la época que una recreación al pie de la letra. Filmado en color y en blanco y negro, el filme de Merhige cumplió todo el rito de la reconstrucción histórica al punto de llegar a filmar con una cámara que perteneció al propio Murnau. Sin embargo, nunca se endiosa al realizador, a pesar de que haya hecho una obra maestra. Ese acto es puesto en duda con el mejor de los recursos: la risa, que sutilmente recorre la película y se transforma en una vía de conocimiento.
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