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 jueves, 29 de noviembre de 2007  
En el piso, Beroiz dijo a un vigilador que no conocía a sus asesinos

María Laura Cicerchia / La Capital

“Pibe, ayudame que me muero”. Esas palabras alcanzó a balbucear Abel Beroiz ante un vigilador privado tras ser herido de muerte en una playa de estacionamiento del microcentro, donde con sus últimas fuerzas alcanzó a revelar que no conocía a los atacantes. El custodio es uno de los cinco testigos clave del homicidio. Tras oírlos, los investigadores reafirmaron que el sindicalista de 71 años habría sido víctima de un asesinato por encargo y descartaron el robo como móvil. “Todo indica que iban a matarlo y no a otra cosa”, dijo una fuente del caso.

   Tras 18 horas de agonía, el dirigente murió a la 0.45 de ayer en el Hospital de Emergencias a causa de las tres heridas de bala y las innumerables puñaladas que sufrió el martes a la mañana, al ser sorprendido por dos hombres cuando fue a buscar su auto al estacionamiento del Automóvil Club Argentino (ACA) de San Juan y la cortada Barón de Mauá.



Ultimo diálogo. Beroiz era secretario general del Sindicato de Camioneros en Santa Fe y tesorero de la Federación que los agrupa a nivel nacional. Había llegado a Rosario el lunes a la noche y, como usualmente, se hospedó en el hotel Plaza.

   El martes alrededor de las 6.45 fue a buscar su auto VW Passat azul modelo 2007 a la cochera del ACA. Abonó la estadía y al llegar junto al vehículo, en el primer subsuelo del complejo, fue abordado por dos hombres. Hubo una breve discusión y luego le efectuaron tres disparos en el tórax y lo hirieron de múltiples puñaladas. En el lugar quedó un puñal de hoja corva y no faltó ninguna de sus pertenencias.

   Un instante antes de que sonaran los disparos, un vigilador privado de la playa se acercó al escuchar “gritos desesperados” en ese nivel y se encontró con “un joven que estaba agarrando del cuello a una persona mayor”, según consta en su declaración. “¿Qué hacés? Largalo”, increpó el custodio al maleante. Pero la respuesta del agresor lo dejó inmóvil: “No te arrimes porque te quemo a vos también”.

   En ese momento uno de los atacantes sacó un arma de la cintura. El vigilador dijo que buscó refugio detrás de una columna, desde donde vio cómo le tiraban “a quemarropa” al sindicalista. Cuando los agresores escaparon se acercó al dirigente, que estaba ensangrentado y tendido en el piso.

   “¿Te quisieron robar?”, le preguntó. Beroiz no le contestó pero le pidió ayuda: “Pibe, ayudame porque me muero”, le dijo. “¿Conocía a las personas que le dispararon?”, insistió el custodio. “No”, fue la última palabra que murmuró el sindicalista.



El cajero. El murmullo previo a los disparos también fue escuchado por el cajero del garaje que minutos antes le había cobrado a Beroiz. Detectó voces fuertes y que alguien decía “no, no”. “No eran gritos pero era una voz alta, porque tenía puesta la radio y de lo contrario no la habría escuchado”, indicó.

   El empleado primero recorrió la planta baja y descendió al subsuelo. Observó cuando uno de los agresores le gritaba al custodio y se agachó al oír las detonaciones. Luego, al acercarse a Beroiz notó que no le habían sacado lo que llevaba encima al pasar por la caja. Caídos al lado del cuerpo, cubiertos de sangre, estaban sus lentes, la agenda y el celular.

   Otro de los testimonios, anticipado por este diario ayer, fue el de un empleado de un local cercano al estacionamiento. El joven dijo que a las 6.30 vio desde su escritorio a dos hombres sentados en el piso frente al ACA, sobre la cortada, “como haciendo tiempo a la espera de que llegara alguien”.

   Al rato, desde la vereda, escuchó “gritos como de una discusión o pelea” que provenían del ACA. Luego percibió “cuatro detonaciones” y cuando buscaba el celular para llamar a la policía vio que los mismos hombres salían corriendo.



Huida en taxi. Uno de ellos tenía la camisa manchada con sangre sobre el hombro izquierdo y el joven supone que estaba herido porque su cómplice iba asistiéndolo. “Ya está, lo hicimos. Vamos a la esquina de Sarmiento a tomar un taxi”, dijeron. “No vi que llevaran armas o algún objeto robado”, detalló el testigo, quien advirtió que iban vestidos de jean y camisa pero “no era ropa fina ni de marca”.



La adolescente. También presenció parte del ataque una chica de 14 años que había entrado al estacionamiento a pedir permiso para ir al baño. Desde una escalera vio “a una persona de remera blanca que le quería sacar el maletín a un señor mayor de 60 años”. Oyó cuando éste hombre le decía al custodio que no se acercara porque “lo quemaba” y lo vio sacar un arma de la cintura, del lado derecho. “Disparé para arriba y escuché tres tiros”, relató. El quinto testigo fue un automovilista, a quien los disparos sorprendieron cuando salía de la playa en su auto y en el afán por alejarse se llevó por delante la barrera sobre calle San Juan.

  Un dato referido por los investigadores es la falta de precauciones de los atacantes: se dejaron ver mientras aguardaban a la víctima y actuaron ante numerosas personas. “Estamos ante un hecho donde aparece típicamente la actividad de un asesino por encargo”, dijo a este diario un portavoz judicial. l


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