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 sábado, 10 de noviembre de 2007  
Reflexiones
La “ñ”, signo de identidad

Sebastián Riestra / La Capital

La globalización manda. Es decir, mandan los que imponen el modo en que se globaliza. La globalización viene del norte y es autoritaria. No permite el disenso: se instala sin pedir permiso. Y prepotente como es, enemiga de todos los particularismos y localismos que se opongan al consenso del poder, hasta intenta borrar letras y acentos del alfabeto castellano.

La incorporación de la letra "ñ" y los acentos graves y agudos a los dominios de internet es una de las mejores noticias de los últimos tiempos. Como dijo el director de la Real Academia Española (RAE), Víctor García de la Concha, “puede parecer poca cosa”. Pero no lo es.

Si el rodillo de la uniformización pasa sobre el planeta, lo que corresponde es defender con uñas y dientes la propia identidad. La "ñ" es nuestra. Sin embargo, cuando los numerosos aficionados al tenis ven por televisión un partido del argentino Guillermo Cañas transmitido por una cadena de origen estadounidense, se encuentran con una sorpresa: Cañas se transforma, sin advertencia previa, en otro jugador, un tal “Canas”. Palabra esta última de funestas asociaciones, tanto en su acepción literal como lunfarda, para cualquier compatriota lúcido.

El Diccionario de la RAE define a la “ñ” así: “Decimoséptima letra del abecedario español, que representa un fonema consonántico de articulación nasal y palatal”. El Diccionario Panhispánico de Dudas, valiosa obra de consulta disponible en la red, cuenta la historia de su surgimiento: “Esta letra nació de la necesidad de representar un nuevo sonido, inexistente en latín. Determinados grupos consonánticos latinos como gn, nn o ni evolucionaron en las lenguas romances hacia un sonido nasal palatal. En cada una de estas lenguas se fue fijando una grafía distinta para representar este sonido: gn en italiano y francés, ny en catalán, nh en portugués. El castellano medieval escogió el dígrafo nn, que se solía representar abreviadamente mediante una sola n con una rayita más o menos ondulada encima; así surgió la «ñ», adoptada también por el gallego. Esa rayita ondulada se llama «tilde», nombre dado también al acento gráfico”.

Una lengua es mucho más que un medio de comunicación empleado por un grupo de personas: es un recorte de la realidad, una reinvención del mundo. Cuando una lengua se pierde, desaparece para siempre un fragmento insustituible de la belleza y el conocimiento humanos.

La globalización avanza y uniforma, aplana e iguala para abajo, es decir, hacia arriba. El gran lingüista David Crystal advierte sobre los graves peligros que acechan detrás del auge imparable del inglés, convertido en virtual lingua franca de nuestra época: “Dentro de quinientos años, ¿acaso sucederá que todo el mundo aprenda inglés desde su nacimiento? Si esto es parte de una enriquecedora experiencia multilingüe para nuestros hijos en el futuro, bienvenida sea. Pero si para entonces es el único lenguaje que queda para ser aprendido, habrá sido el mayor desastre intelectual que haya conocido nunca nuestro planeta”.

No se trata de anglofobia: en esa lengua maravillosa que es el inglés escribieron entre tantos otros Shakespeare, Byron, Shelley, T. S. Eliot, Faulkner, Mark Twain, Cummings, Carver y Bob Dylan. ¿Quién sabe cuántos creadores de talento similar se pierden cada vez que una lengua muere?

La “ñ” es nuestra. Defendamos el español. Defendámosla.
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