Año CXXXVII Nº 49650
La Ciudad
Política
Economía
La Región
Información Gral
El Mundo
Opinión
Cartas de lectores
Escenario
Policiales
Mundo digital



suplementos
Ovación


suplementos
ediciones anteriores
Turismo 04/11
Mujer 04/11
Economía 04/11
Señales 04/11
Educación 03/11
Página Solidaria 17/10
Estilo 06/10

contacto

servicios
Institucional

 jueves, 08 de noviembre de 2007  
Reflexiones
La piedra y el anillo

Jorge Riestra (*)

Antes de su comienzo, la obra era solamente apuntes, notas dispersas sobre la nueva ciudad, la urbe, anteriores a la vislumbre creativa del proyecto, que consistiría en abordarla, mediante la visión del escritor, desde diferentes ángulos o perspectivas, para

levantar un andamiaje que circundara un eje invariable, un tanto abierta y porosa la

unidad presentida —entre texto y texto, una capa de aire—.

La aparición del vocablo “texto” fue decisiva por su definitorio vínculo con la construcción que se avecinaba.

Un texto no es el capítulo de un libro, de una obra mayor, cuya supresión podría ocasionar una fractura en la congruencia del todo. En la acepción que correspondía, indicaba la convergencia de prosas de extensión relativa —con más precisión, controlada— y por sí mismas suficientemente explicativas, de modo que aunque integraran un conjunto coherente, pero a la par consciente de la inevitabilidad de los eslabones perdidos, se dejaran leer con autonomía y ser comprendidas sin una necesaria conexión con lo escrito y con lo que habría de escribirse.

Decidida firmemente la estructura —una vista panorámica todavía sin contenido preciso (la urbe, su sola presencia)—, la maceración de la idea prosigue en el silencio de la espera. Sin embargo, las aproximaciones, los contactos, se palpan en las anotaciones posteriores. “La prosa de los textos entrevistos. Hincarle los dientes a la gran ciudad de hoy. No ocultar las llagas de la pobreza extrema convertida en costumbre, por esto mismo, si no inadvertida, sí un paisaje ciudadano más entre los muchos y diversos que lo componen. En algún momento incorporaré el monólogo, el diálogo, las voces de la gente, la de las veredas, naturalmente”.

La construcción se torna visible y toma la forma y el volumen de un cuerpo geométrico: “Construir con palabras un prisma de veinticinco caras irregulares que se pueda hacer girar, metafóricamente —un trompo lento— y muestre las facetas esenciales del animal mítico en desarrollo”.

Las manos, que en el escritor son una prolongación del alma, se manifiestan súbitamente activas y plasman, página tras página, los primeros textos. Nacidas para obedecer las órdenes del intelecto, en apariencia meros instrumentos, desbaratan prontamente la apreciación: ya en la tarea, no se limitan a sentir; lo libres que son autoriza a pensar que, además, piensan. “Algunas de las notas que se van posando sobre estas hojas—aves de distintas especies, variados tamaños y colores que no frecuentan la neutralidad— encastran en la naturaleza de los textos en marcha. Suelen ser sus progenitores.

Impresionan como si hubieran sido escogidas con antelación, llamadas por el presentimiento o la clarividencia. Sin embargo, no es así. Responden al ritmo espontáneo de los días de trabajo, a razones o solicitaciones que escapan a la explicación racional.

Están a mitad de camino entre el adentro y el afuera, entre la interioridad –los vuelcos y las planicies del alma– y la exterioridad del mundo”.

Después de mirar hacia atrás —lo escrito— y hacia adelante —lo por escribir, vago como fuera—, una anotación sitúa temporalmente el proyecto: “El ingreso y el afincamiento del siglo —mi siglo, el XX— es indiscutible. Asume el carácter de premisa. Los apuntes se perfilan como la confluencia del gran río de la historia —lo cercano y lo lejano, lo vivido y lo leído— y de los hilos de agua —anchuroso delta en movimiento— que se originan en las percepciones y las palabras del escritor”.

No como aspiración, sino como certeza, asoma una nota que posee la importancia de la bisagra cuando se trata de puertas: “Si no hay obra sin energía espiritual y aislamiento, tampoco la hay sin concentración, que no es un gracioso regalo de los elementos o de los hombres. La vida la aporta gradualmente, el transcurso de los años, las alegrías y las pérdidas que el tiempo trae, el advenimiento de la madurez, los fuegos —y los juegos— entrecruzados de la memoria y el olvido, un cierto gusto por la soledad. Un aprendizaje no académico que se paga con los resplandores y la sangre del espíritu”.

En los cimientos de lo hecho y de lo por hacer, una anotación esclarecedora: “¿En cuántas direcciones he cruzado, a lo largo de esta vida ya larga, la noche y el día de la ciudad?”, simplifica el complejo diálogo que las suelas de los zapatos entablan con la sensibilidad alerta, los ojos que miran y la mente que piensa.

Una síntesis clave se concreta: “La urbe, hoy: individualismo extremo y masificación anónima”. A umbral de por medio en el cuaderno, dos notas preparan un terreno arable. La primera —el país sin fronteras de las tentaciones—: “Una sociedad hambrienta de cosas que se venden”. La segunda, un fenómeno que si no lo es ya, en cuanto nos descuidemos será planetario: “El estancamiento y la regresión de las relaciones humanas profundas”.

Ante el avance del tono crítico, un acto de justicia: “No olvidar las alegrías que vive la ciudad, sus horas y sus días de plenitud, durante los cuales borra los tajos faciales del temor y de las grandes crisis”.

Sobre el final del ciclo, una conclusión que no existía antes de que los textos iniciaran su pausado camino hacia la obra. Pues ésta, agradecida por habérsele dado vida, nos enseña claridades y penumbras que solamente ella podía develarnos.

Quien parecía ser discípula, se trueca en maestra y lega. “Claro está que la gran ciudad es lo que es y también lo que uno es. La que caminamos, miramos y escuchamos y la que se viene elaborando dentro de nosotros desde que, niños, empezamos a descubrirla. Nunca podremos contemplarla como se contempla una piedra engarzada en un anillo. Porque somos, a la vez, la piedra y el anillo”.



(*) Escritor rosarino,

autor de "El opus"
enviar nota por e-mail
contacto
Búsqueda avanzada Archivo


  La Capital Copyright 2003 | Todos los derechos reservados