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 domingo, 10 de junio de 2007  
La otra Rosario. Tras el granizo, la usurpación de tierras fue una alternativa ante la destrucción de hogares
Las villas de emergencia se expanden cada vez más
La Capital recorrió cuatro de ellas. Las familias se agrandan y expanden los límites de los asentamientos.

Silvina Dezorzi / La Capital

Pocos días después del granizo del 15 de noviembre, al menos ocho terrenos de la ciudad fueron ocupados en cuestión de horas. De ellos, cuatro quedaron en pie, todos en el distrito oeste. El relato de los vecinos revela escasas variaciones: por la noche, grupos de familias llegaron con tirantes y un par de chapas a cuestas, “marcaron” las parcelas y de allí ya no se movieron. Muchos de ellos, incluso, hoy hacen enormes esfuerzos por levantar al menos una pieza de material y eso va cambiando la fisonomía de los asentamientos. Sus habitantes suman alrededor de 600, básicamente jóvenes con chicos, lo que deja a la vista el dato estadístico de que en las villas de emergencia la tasa de crecimiento, del 4 por ciento anual, es mucho más alta que en el resto de Rosario (2,5).

  De hecho, las ocupaciones recientes de tierras en la zona oeste no empezaron ni terminaron con la tormenta. La propia directora del distrito, Susana Bartolomé, contabiliza otras, y de mayor tamaño. Entre ellas, las ubicadas atrás de La Lagunita y del barrio Toba, o la asentada sobre el comienzo a la autopista a Córdoba.

  Sin embargo, en la coyuntura de la pedrea las usurpaciones de terrenos —la mayoría públicos— se percibieron como alternativa de emergencia a la que se aferró mucha gente frente a la destrucción e inundación de sus casillas en otras villas. Y, de hecho, el granizo aparece como un antes y un después para referenciar cuándo llegaron.

  Pero hay lecturas complementarias. Por ejemplo, que las familias aprovecharon la caótica situación en que quedó la ciudad para avanzar sobre nuevas tierras, presionadas por su propio crecimiento demográfico. En ese caso, la tormenta sólo actuó como disparador. Otras señalan que las chapas y tirantes distribuidos para paliar los daños alentaron a levantar más casillas, pero la razón sigue siendo la misma: la familia se agranda y el terreno de origen no da para más.



120 familias. A juzgar por la recorrida que esta semana realizó La Capital, de las ocho ocupaciones postormenta reconocidas en esos días por el municipio, cuatro quedaron en pie. Todas en las inmediaciones del Centro Municipal de Distrito Oeste (Presidente Perón al 4600). No son multitudinarias: entre todas suman unas 120 familias, como mínimo 600 personas.

  Uno de los nuevos asentamientos está ubicado enfrente del centro de distrito, cruzando Gutenberg. Se extiende unos 200 metros y termina empalmando con las casillas alineadas sobre las vías del ferrocarril. Apenas se produjo el desembarco, la Municipalidad radicó una denuncia en la Justicia federal y a ella se plegó, como dueño de las tierras, el Organismo Nacional de Bienes del Estado (Onabe). Hoy viven en él unas 26 familias en casillas de chapa y madera.

  A 200 metros de allí, entre Gutenberg, La Paz, Servando Bayo y Riobamba, hay otro asentamiento reciente sobre un terreno particular en el que ya se cuentan unos 50 hogares. Y a pocas cuadras se suman dos más sobre 27 de Febrero: uno entre Valparaíso y Río de Janeiro, otro entre esa calle y Avellaneda. Ambos terrenos pertenecen a la provincia y suman no más de 40 familias.

  La mayoría reúne a parejas muy jóvenes con hijos. Si se calculan las edades de los chicos y sus mamás, la maternidad adolescente (incluso púber) aparece como norma. Los padres rara vez tienen trabajo fijo, se las rebuscan con changas y algún trabajo de albañil.

  Aunque el crecimiento de las villas suele atribuirse a las migraciones internas, en estos casos la gente rara vez viene de afuera de Rosario. Se ven familias chaqueñas, es cierto, pero hace años afincadas en la ciudad. Entonces, ¿por qué desembarcaron allí? Muchos dicen que porque estaban viviendo en otro asentamiento y, al tener sus propios hijos, la casa de origen (de padres, suegros, cuñados o tíos) les quedó chica. Otros, los menos, porque alquilaban un cuarto y no pudieron pagar más.

  También abundan relatos sobre la inseguridad de las villas que habitaban antes. Al mudarse a una nueva, más pequeña, las reglas de convivencia se vuelven a pactar y es fácil identificar a los transgresores. “Al principio cayeron tres o cuatro lauchitas, pero enseguida las corrimos”, contó Alejandro Sebastián, uno de los vecinos de 27 y Valparaíso.

  —¿Ladrones?

  —No, ladrones son los que asaltan bancos. El que roba en la villa no es ladrón, es una laucha. Y por su culpa nos meten a todos en la misma bolsa.



Autoconstrucción. Al interior de los asentamientos (que suelen tener vallas de madera porque la policía, dicen los vecinos, pidió que dejaran las calles despejadas para poder entrar) se ve que entre las casillas de chapa y madera levantadas hace tan pocos meses empiezan a aparecer casas, en su mayoría monoambientes, de material. Las construyen sus propios dueños, ayudados por parientes, a medida que pueden ir comprando ladrillos y portland.

  Muchos se dan maña con el oficio de albañil. Pese a sus 76 años, Benigno Acuña no paraba de cavar los cimientos de su futura pieza en el asentamiento de Gutenberg y La Paz porque la casa de su hija, con varios chicos, no tiene más lugar. A su lado Inocencio Acuña (37) fabricaba con molde sus propios bloques para la casa de dos dormitorios que ya está levantando (ver aparte). A unas cuadras de allí, Miguel López fratachaba una perfecta vereda de cemento que los perros, ingratos, no le perdonaban. l
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A don Benigno no le pesan sus 76 años a la hora de poner manos a la obra y encarar la construcción de su casa en otro predio usurpado ubicado en Gutenberg y La Paz.

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